«Ofrezco recompensa a quien me encuentre trabajo»

La Razón, 13-12-2009

Desde las ocho y cuarto de la mañana hasta la una y media de la tarde, esperando en uno de los pilares que sostiene el madrileño Puente de los Franceses y junto a un cartel en el que se puede leer: “Se busca trabajo. Doy 10 % de recompensa a quien lo encuentre”. Así ha sido el día a día, salvo esporádicas interrupciones, de José Antonio Melgar desde hace más de dos años, cuando perdió su empleo como encofrador en una constructora.

Con poco más de cincuenta años y la mitad de ellos dedicados al mundo de la construcción, José Antonio se ofrece ahora para chapuzas de todo tipo: conductor, reparaciones, jardinero… Lo que sea para encontrar trabajo y poder salir de esta situación. Lo curioso de su caso es que asegura que entregará el 10 por ciento de su sueldo a quien le consiga un empleo.

Sin embargo, no es la primera vez que recurre a esta atípica forma para conseguir trabajo. A principios de los años noventa le sucedió algo parecido y decidió ofrecer parte de su sueldo como “recompensa” a la persona que le consiguiera ocupación. De este modo, José Antonio encontró empleo en una empresa de la construcción, “su sector de toda la vida”. De ahí pasó a otra y así sucesivamente, hasta que estalló la crisis. “Antes trabajaba en una empresa grande, con más de cien personas, y han despedido a setenta o más. Es un desastre y no hay quien lo pare”, asegura.

Curtido por maratonianas jornadas de 14 horas durante la época de bonanza económica, Melgar se encuentra ahora solo, sin dinero y con un futuro incierto en el que todo son castillos en el aire. “He enviado cientos de currículos y nadie contesta. Dicen que te van a llamar y nada. Ya no sé qué hacer porque llevo mucho tiempo así. Estoy desesperado”, reconoce. Esta semana, mientras tanto, acabará un curso de carpintería del aluminio en el Centro de Formación de Móstoles. La que viene hará otro, a la espera de que llegue el ansiado empleo.

Pero los golpes que la vida ha dado a este hombre de semblante tranquilo y voz ronca, no se han producido sólo en el plano profesional. Divorciado y con dos hijas, una de ellas en silla de ruedas a causa de un infarto cerebral, José Antonio vive ahora en un piso compartido por el que paga 250 euros al mes por una habitación.

Su edad y el exceso de mano de obra dificultan que José Antonio pueda volver a trabajar. “He estado recorriendo Madrid, yendo de obra en obra para que me den trabajo. Y nada”, afirma. La respuesta es siempre la misma: “Tenemos gente que trabaja más barato”. “¿Cómo me van a dar trabajo si por el sueldo que deberían pagarme pueden contratar a dos extranjeros?”, se pregunta José Antonio. No se considera racista, pero exige al Gobierno que obligue a las empresas a contratar españoles, “por lo menos hasta que pase un poco la crisis”.

Cuando acabe sus cursos, José Antonio imagina que continuará con su rutina diaria de pegar carteles en el Puente de los Franceses, con la esperanza de que alguno de los cientos de coches que pasan a su lado pueda sacarle del infierno.

 

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