Le impiden salir del CIE a buscar el papel que frenaría su expulsión

El Mundo, PEDRO SIMÓN, 13-12-2009

La Policía abordó a Velasco cuando ya tenía cita para recoger el documento Madrid


La vida había aflojado algo su tenaza, Federico tenía un contrato de trabajo esperando crujiente en el horno y había marcado en rojo una cita en el Ayuntamiento de Valladolid, el 23 de diciembre, con la que regularizar su situación. Faltaba un papel, uno sólo después de una yincana de años. Y ahí le han dejado al hombre, detrás de un cerrojo echado, acariciando el documento postrero con las yemas de los dedos.


Desde el 17 de noviembre lleva Federico Velasco en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Madrid, víctima de un enredo disparatado que puede llevarse sus sueños por el sumidero.


Cuando vivía en Murcia en 2007, la delegación del Gobierno le dictó una orden de expulsión por carecer de papeles. Federico no tiene antecedentes penales, dispone de empleo a la vista, es un ejemplo de integración y, en todos estos años, el fundador del ballet folclórico Mi Bolivia sólo ha cantado líneas en el bingo de la extranjería. Si no lo impide el juez que decretó su internamiento, su impecable hoja en blanco habrá sido en balde.


Esta historia a siete bandas comenzó el pasado 5 de noviembre. Aquel día, Federico – que ya estaba en disposición de solucionar su situación de irregularidad – solicitó a la Oficina de Extranjeros de Murcia la revocación de aquella antigua orden de expulsión que zumbaba como abejorro. La petición la realizó en el registro general de la Delegación del Gobierno de Valladolid, donde tiene fijada su residencia. Pasados 10 días se lo llevaron al CIE.


El 16 de noviembre, Federico acudió junto a un amigo a la Fundación Rondilla, dedicada a la atención sociolaboral de los excluidos. A la salida, fue abordado por dos agentes de paisano. Le pidieron la documentación. Vieron que tenía pendiente aquella orden de expulsión de 2007. Y le fueron con la historia al juez, que decretó su ingreso al día siguiente en el centro de internamiento, donde ya va camino de un mes.


«Ni la policía ni el juez de instrucción tuvieron en cuenta que él había solicitado poco antes la revocación de dicha orden de expulsión, acreditando todos los requisitos para regularizar su situación», comenta Cristina Manzanedo, abogada de la asociación jesuita Pueblos Unidos, que se ha hecho cargo de Velasco.


«Ahora lo que le sucede es aún más kafkiano: para pedir el arraigo, la Delegación del Gobierno de Valladolid le exige que vaya en persona. No admite ni un poder notarial ni que acuda su mujer. Pero no le dejan salir del CIE. Con lo que, aunque cumple con todos los requisitos para no ser expulsado, Federico está en un laberinto. Tiene que presentar una solicitud de arraigo. Pero no le dejan ir a hacerlo».


Más allá del galimatías legal, la empanada administrativa tiene consecuencias. El pasado 1 de diciembre, el boliviano fue conducido al aeropuerto para ser devuelto a casa. Federico se negó a subir al avión y fue reingresado al CIE. En cualquier momento puede suceder de nuevo. El segundo intento, como es preceptivo, sería con esposas y acompañado de agentes de Policía.


«Federico es un tipo muy afable, buena gente, cercano y muy educado, muy involucrado con las necesidades de las gentes de su tierra», nos cuenta Alberto Ares, jesuita que coordina la Red Incola de atención a los inmigrantes. «Hablo con su mujer casi todos los días. La mujer es fuerte, pero a veces no puede aguantarse las lágrimas».


A la espera de ver la luz, el expediente de Federico se balancea como pelele apaleado. Entre la Delegación del Gobierno de Murcia (donde se decretó la orden de expulsión), la Delegación del Gobierno de Valladolid (donde ha de presentarse el arraigo), la Brigada de Extranjería de Valladolid (que lo detuvo hace un mes) y el CIE de Madrid (donde se encuentra encerrado).


A la espera de ver la luz, por el sumidero de los sueños se va aquel proyecto de vida en común de Federico y Claudia, que llevan juntos desde 2002. En 2006 llegaron a España. Iban a comer perdices cuando se trajesen a su hijo Said, que tiene cuatro años y una voz por madre, al otro lado del auricular.


Nos lo cuenta Claudia: «El único delito que tenemos nosotros es ser pobres y estar aquí en España».


En Cochabamba, estos días, Said le tira a la abuela Cristina del mandilón preguntando de más.


- Mamita, ¿y por qué no se pone papá al teléfono?


- Ya te lo dije el otro día, tesoro. Es que está trabajando.


- Entonces dale muchos besos.


Es la conversación de ayer. Nos la cuenta Claudia, que no alcanza a terminar de contar.

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