"Las familias directas no podrán volver a juntarse nunca más"

El País, B. CAZORLA / M. ROGER - Sant Boi, 11-12-2009

No hay más opción si un gitano mata a otro: “El matador y su familia tienen que emigrar en seguida a 1.000 kilómetros”. Han de huir de la ira de la familia agraviada. Les va la vida. No es baladí que sea tío José quien lo diga, tajante. Preside, con 80 años, el Consejo Gitano de Ancianos, integrado en la Federación de Asociaciones Gitanas, la mayor entidad en Cataluña de esta comunidad, que media en los conflictos de su etnia y tiene cuatro miembros. El quinto, tío Rafael, fue uno de los tres muertos en la guerra entre las familias Castro y Heredia desatada en Sant Boi. Tres de sus compañeros de consejo, entre ellos tío José, evitan referirse a esta vendetta: buscan la reconciliación y no quieren dar pasos en falso. Pero advierten que las consecuencias de un asesinato así son para siempre: “Un hermano del matador no se podrá juntar nunca más con uno del muerto”.
Con corbata, bastón entre las manos y el sombrero colgado tras de sí, los tíos José, Curro (57 años) y Juan (66) los dos primeros de La Mina, el último de Bon Pastor irradian la autoridad que tienen: interpretan la “ley gitana”, un código de normas no escrito que rige su pueblo o regía hasta la disolución de los viejos lazos, que también ha llegado a esta etnia. Administran un mundo opaco a los payos. “Un problema de un gitano tiene que arreglarlo un gitano. Un payo no puede, porque no tiene su sentimiento”, explica tío Curro. Ello se traduce en una recelosa visión de la justicia: en un conflicto entre familias, “lo primero es la huida y luego ya vendrá el juez. Si no se van, tarde o temprano se ventilarán a alguno”, ilustra tío José.

Un recelo sedimentado durante siglos y que se resiste a adaptarse a nuevos tiempos y normas. “Nuestra ley se inventó porque no la había para los gitanos. Decían: ’¿Que se matan? Pues que se maten”, tercia tía Emilia, que participa en la conversación, pero no es miembro de un consejo vetado para mujeres. “Llevamos 600 años en España y aún no sabéis nada de nosotros”, añade. Todavía sienten esa discriminación: “El racismo va por dentro. Ve a una vecindad y pregunta si quieren tener a un gitano en su escalera”, señala tío Juan.

Ese recelo también se refleja en las bodas. Un día después de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos declarase válida una boda gitana, tía Emilia dice que para ellos “el único documento válido es el pañuelo” manchado que prueba la virginidad de la novia. Su “honradez”, la llaman.

La Heredia que se iba a casar en Sant Boi cuando estalló el conflicto tiene 15 años. “No nos gusta que sean menores de 18 años”, dice tío Curro. Pero ante todo hay que preservar la honra. Y “cuando una mujer se acuesta con un hombre, es su marido para toda la vida”, añade. “Las costumbres de los payos no nos gustan. La libertad es bonita, pero con control. Lucharemos para que los gitanos vivan así”, zanja.

Los cuatro miembros del consejo batallan contra el absentismo escolar (dicen que cae) y para lograr la igualdad de su etnia. Pero es la solución de conflictos la que ocupa gran parte de su tiempo, “por desgracia”. Las extensas familias y su importancia en el mundo gitano ayudan en esta mediación. De hecho, ellos se hacen llamar “tíos” para fomentar la idea de familiaridad. Y tantean a los parientes lejanos hasta llegar al núcleo de la rivalidad. Sólo así, creen, se frena la ley del Talión.

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