El ministro de Inmigración admite que hay controles policiales raciales

El ex socialista Besson se ha erigido en el nuevo ariete ideológico del Elíseo

El País, A. JIMÉNEZ BARCA - París , 10-12-2009

Éric Besson, el activo ministro francés de Inmigración e Identidad Nacional, goza de la capacidad política de parecer ubicuo y de bailar sobre la cuerda floja de las ideas: el lunes, defendía en Senegal su visión de lo intrínsecamente francés tras hacerse una foto jugando al fútbol; el martes participaba en el debate parlamentario sobre la espinosa cuestión de la identidad nacional enfrentándose a una oposición que le acusa de intentar atraer votos del Frente Nacional; ayer, muy temprano, en una radio, reconocía que en Francia aún se producen “controles policiales sólo por el aspecto”. “Hay una minoría de franceses que tiene ramalazos racistas”, añadía.
Besson, de 50 años, nacido en Marruecos, al que algunos ven como futuro primer ministro, se ha convertido en el ariete ideológico del presidente, Nicolas Sarkozy, desde hace un año. En la derecha no le quieren mucho; en la izquierda le detestan por la misma razón: su origen socialista. Para muchos militantes socialistas, Besson no es Besson, ni ministro, ni favorito del presidente, sino, simplemente, “el traidor”.

En 2007, en plena campaña electoral, Besson, entonces dirigente del Partido Socialista francés (PS) con más de 10 años de militancia, colaborador de la candidata Ségolène Royal, se pasó al bando de Sarkozy de un día para otro. Con la suficiente información sensible como para que el futuro presidente le empleara como sparring en los ensayos de los debates televisivos. Así nació “el traidor”.

El presidente le nombró secretario de Estado de un área económica a la que Besson sirvió con meticulosidad, eficacia y casi anonimato.

Pero en enero, Sarkozy le propuso saltar al Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional. Muchos le aconsejaron que rechazara ese cargo ideológicamente marcado. “Cuando uno va en un avión y te piden acudir a la cabina, uno va”, les respondió. Además, fue nombrado número dos de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), el partido de Sarkozy. E invitado a las importantes y decisivas reuniones que éste mantiene todos los lunes con sus cinco ministros más afines.

Al frente de este ministerio de alto voltaje en Francia, Besson no se ha escondido: hace unos meses, desmanteló el campamento de inmigrantes irregulares de Calais; después facturó en avión a varios de estos inmigrantes a Kabul, en una decisión que el PS calificó de indigna y que fue cuestionada por el mismísimo ministro de Exteriores, Bernard Kouchner.

Y hace más de un mes, fue el encargado de lanzar el envenenado debate sobre la identidad nacional francesa, asunto sobre el que gira desde entonces la actualidad política gala. El ex socialista se ha convertido, así, en el más claro exponente de la UMP, en una de sus piezas clave. De hecho, Sarkozy habla con su ministro favorito casi todos los días. Besson le devuelve la confianza: en medio de lo más crudo de la polémica sobre las aspiraciones políticas de Jean Sarkozy, el hijo del presidente, defendió el derecho del hijo de presentarse, elogiando “su inteligencia y su sentido político”.

Eso sí: según va ascendiendo, se convierte en un blanco cada vez más visible (y apetecible) para sus ex compañeros políticos, que le reprochan su afán trepador y su ensalada ideológica. No son los únicos en criticarle. Coincidiendo con su ascensión, su ex mujer, Silvie Brunel, publicó un libro, Manual de guerrilla para mujeres, en el que describe a Besson como un tipo cerebral, ambicioso, lacónico, condicionado por su estancia en un internado durante los años de su adolescencia, encerrado en sí mismo, algo vengativo y obsesionado por el éxito, la infidelidad y los deportes.

Y hurga en detalles: el día de la boda, según relata, después del primer plato, Besson se levantó de la mesa principal y se fue a un cuarto contiguo a ver la televisión. “El instante era crucial”, ironiza Brunel: “Alain Prost competía por el campeonato mundial de automovilismo. […] Para mi marido, los deportes han sido sagrados durante muchos años. Hasta que los reemplazó por la política”.

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