Los últimos nazis de la tierra

La Razón, 06-12-2009

La justicia germana pudo procesar a Ivan Demjanjuk hace décadas. Sin embargo, es ahora cuando el que fuera vigilante de un campo de concentración se enfrenta a un futuro entre rejas. Con la particularidad de que tiene 89 años
 

Ephraim Zuroff, el mayor caza – nazis de la actualidad, descuelga el teléfono de su habitación de hotel en Novi Sad (Serbia) para atender a LA RAZÓN. Su presencia en la ciudad balcánica no responde a ninguna escapada de fin de semana, sino a la obsesión a la que ha consagrado su vida: no descansar mientras quede en libertad un solo responsable, autor o cómplice del Holocausto nazi contra millones de judíos durante la II Guerra Mundial. Como director del Centro Simon Wiesenthal de Jerusalén, Zuroff reveló en septiembre de 2006 que un venerable anciano húngaro de 95 años, Sandor Kepiro, era en realidad el criminal de guerra más provecto del mundo. Kepiro participó en la masacre de Novi Sad, entonces una ciudad yugoslava ocupada por los aliados húngaros de Adolf Hitler. Más de 4.000 civiles (la mayoría serbios, judíos o gitanos) fueron asesinados y arrojados al helado Danubio del invierno de 1942.
Kepiro admite que estuvo allí. Como capitán de la gendarmería magiar, su labor se limitó a detener a las víctimas, asegura, pero no ayudó a ejecutarlas. Sin embargo, su historial presenta dos condenas previas que indican lo contrario. La primera, de 1944     –todavía bajo la dictadura fascista de Miklos Horthy–, no la cumplió por la propia deriva de la guerra. De la segunda, en 1946, escapó porque ya había huido a Argentina. Cuando regresó a Hungría, en 1996, nadie le preguntó nada. Y durante los diez años siguientes, el sueño de morir tranquilo en su propio país se le antojó garantizado. Hasta que apareció el ojo escrutador de Zuroff. Ahora, aunque lentamente, las autoridades magiares se ven en la obligación de procesar al nonagenario. «La dejación de funciones de la Justicia en tiempos pasados no justifica que se haga la vista gorda», truena por teléfono la voz de Zuroff. «Es mejor una justicia tardía que no hacer ninguna», resuelve el sucesor de Simon Wiesenthal como azote de los últimos nazis.
Algunos interrogantes
Un conflicto similar sacude estos días la opinión pública alemana. El proceso contra el ucraniano Ivan Demjanjuk, de 89  años, genera algunos interrogantes sobre la diligencia de este tipo de juicios, llamados a extinguirse por razones biológicas en la próxima década. ¿Por qué ahora y no antes? ¿Por qué sólo a Demjanjuk, un prisionero del Ejército Rojo que se hizo vigilante de un campo de concentración para esquivar su propia muerte, y no a los demás autores del genocidio?
La Justicia germana pudo procesar a Demjanjuk hace 15 años. Todavía en 2003, una comisión alemana que investigó sus archivos en Estados Unidos –a donde emigró tras la guerra–, no halló «una inculpación evidente» contra el sospechoso. Entonces, ¿qué cambió hace un año para que se accionaran los pesados engranajes de la judicatura? Según Christiaan F. Rüter, uno de los mayores expertos en el tratamiento que la Justicia alemana ha proporcionado a los asesinos del Tercer Reich, se debe a una conmemoración.
Búsqueda de genocidas
En diciembre de 2008, mientras la Justicia alemana por fin se declaraba competente para procesar a Demjanjuk, la Oficina Central para la Investigación de Crímenes Nazis cumplía 50 años. Como principal autoridad germana en la búsqueda de antiguos genocidas, la Oficina Central tuvo mucho trabajo durante sus primeras tres décadas, pero desde hace 20 años apenas había justificado su existencia. «Necesitaban volver a los titulares, y para eso el caso Demjanjuk era increíblemente apropiado», argumenta Rüter. Acto seguido, y entre las alabanzas de medio mundo por su determinación en perseguir a «Ivan el terrible», el director de la Oficina Central fue ascendido. «La realidad es que se han dejado pasar muchas oportunidades de llevar ante los tribunales a gente como Demjanjuk. Nunca ha habido una búsqueda sistemática, ni en la Oficina Central ni en otras fiscalías alemanas», denuncia Jan Friedmann, enviado especial del semanario «Der Spiegel» al juicio de Múnich.
Más de un centenar de individuos han sido –como Demjamjuk– despojados de la nacionalidad estadounidense por recomendación de la Oficina de Investigaciones Especiales, el organismo que en EE UU investiga a posibles criminales de guerra. «Alemania podría haberlos procesado si sus políticos hubieran querido. Los norteamericanos llevan décadas solicitando mayor implicación a sus homólogos germanos», revela Friedmann. En 1982, el secretario de Estado de Justicia de la administración Reagan anunció al gobierno de la RFA su disposición a extraditar a varios inmigrantes ucranianos, sospechosos de colaboración con el nazismo, para juzgarlos en Alemania; las autoridades de Bonn se negaron. «La justicia alemana ha hecho un trabajo de mierda durante décadas, habría que preguntarle a los anteriores gobiernos germanos el porqué», abunda Ephraim Zuroff desde Novi Sad.
Las hemerotecas ilustran lamanga ancha de algunas togas cuando antiguos nazis ocuparon el banquillo de los acusados. Como Karl Streibel, considerado el maestro de Demjanjuk en el centro de Trawniki, donde unos 5.000 prisioneros soviéticos fueron aleccionados para convertirse en vigilantes de los campos de exterminio. En 1976 aseguró ante un tribunal que sólo se enteró del Holocausto tras la guerra, aunque él se pasara la contienda enseñando, básicamente, cómo asesinar a miles de personas. Al juez, sorprendentemente, le bastó para absolverle. O como los vigilantes alemanes del campo de Sobibor – en el que sirvió Demjanjuk–, que fueron declarados inocentes. «No me considero culpable de la muerte de los judíos porque yo no los gaseé personalmente», espetó entonces un antiguo esbirro de las SS. Corrían los tiempos de la Guerra Fría. Antiguos oficiales nazis constituían el núcleo de los nuevos servicios secretos de la RFA mientras otros, como Hans Globke, desempeñaban altos cargos políticos en la cancillería de Konrad Adenauer. Ello explica por qué conociendo el escondite argentino de Adolf Eichmann –uno de los cerebros del Holocausto– las autoridades de Bonn no intervinieron para juzgarlo. Finalmente, un comando del Mosad israelí lo secuestró y lo trasladó a Jerusalén, donde fue condenado a la horca en 1962.
Juicio a 150.000
«Tras la guerra, la suavidad de los jueces desperdició muchasocasiones de impartir verdadera justicia: buena parte de la población pensaba que ya se había hecho suficiente con los juicios de Núremberg», condena hoy la presidenta de la comunidad judía en Alemania, Charlotte Knobloch. Hasta 1993, Alemania juzgó a 150.000 presuntos criminales nazis; sólo condenó a 6.489. Pueden parecer abultados, pero son números ridículos cuando se colocan en perspectiva: el Partido nazi llegó a contar con 11 millones de afiliados y las SS con 600.000 matones. «Sí, son cifras bajísimas, pero no vamos a dejar de procesar nazis sólo porque no se haya hecho antes y ahora sean ancianos», argumenta Zuroff.
La edad y el estado de salud de apacibles abuelitos como Demjanjuk o Kepiro desdibuja la frontera entre si son víctimas o verdugos. Con los ojos cerrados y tumbado en su camilla, el ucraniano sólo parece un enfermo de leucemia que desea morir en paz. «No le crean, está mejor de lo queaparenta», se enfada Zuroff. «En su juventud, debería haber ido aHollywood, pero lamentablemente estuvo en Sobibor», concluye.  «Si finalmente es condenado, ¿dónde están los miles de vigilantes alemanes? Y si no lo es, ¿asumirán los jueces su suavidad con el pasado nazi?», plantea Rüter. Sea cual sea su veredicto, el proceso ya ha fracasado en algo: en limpiar la mala conciencia de la Justicia germana.

 

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)