Suiza en el diván tras el «voto de los minaretes»

ABC, RAMIRO VILLAPADIERNA | ZURICH, 06-12-2009

¿Suscribiría la frase:«Queda prohibida la construcción de nuevos minaretes?» Más simple y convincente no ha podido resultar, por más que «nadie lo previó» como lamenta la prensa. Un 57,5% ha votado en Suiza contra la construcción de minaretes y, según la regla local, ahora se escribirá en la Constitución.

El resultado es lo difícil de interpretar, por más que la intención tras la pregunta no sea inimaginable: Suiza cuenta sólo con 4 minaretes, en Zürich, Ginebra, Wangen y Winterthur, modestos y desde los que no se llama a la oración. «Así que, nos han ofendido gratuitamente», dice el arquitecto de Gruy_re Mehmet Hikmel, «A mí, que soy mixto y ateo, me han hecho de repente musulmán», añade.

En Suiza hay cerca de 200 mezquitas y 400.000 ciudadanos musulmanes, que pagan, sostienen el sistema y no molestaban… hasta ahora. Mirsada Voser, suiza – musulmana, se dice «triste, no por los minaretes, que nadie necesita para hablar con Dios y Él menos, sino por cómo una minoría ha impuesto su idea al resto con la mentira y el odio». Sobre lo innecesario, el democristiano Martin Pfister, que comandaba la defensa del minarete, recuerda la difícil historia suiza y el progreso logado en «el respeto y la paz religiosa».

Después de tres campañas fallidas de los nacionalistas contra la inmigración, «nadie tomó en serio una iniciativa burda. Y en temas de corrección política la gente engaña en los sondeos», explica Andres Wysling del prestigioso diario NZZ. Lo que se esconde tras del minarete lo explica el analista Christoph Wehrli: «Nuestra identidad se siente frágil y el minarete proporcionaba un símbolo visible de ello. Prohibirlo era afirmar: pese a todo, seguimos al timón».

El fin de la guerra fría y la globalización «socavan los pilares de la diferencia» suiza, confiesa el publicista Roger de Weck: la neutralidad y los relojes están en cuestión. Los jóvenes pasan de los cuatro idiomas del país y hablan inglés, Swiss Air sucumbe y el banco UBS flaquea: «nuestro mundo se acaba», confirma el promotor de la iniciativa Avenire Suisse, Christoph Franz: «Lo bueno del escándalo es que ahora vamos a hablar más».

Pero la leyenda de la sombra del minarete avanzando desde Levante está grabada en el ADN sentimental de Centroeuropa. Así lo ha empleado la iniciativa del populista Lukas Reimann, elevando la sombra al perfil de misiles balísticos.

Muecín o reloj de cuco

Pero «éste es el peligro de las iniciativas populares», sentencia la prensa francesa. «Tiene gracia», replica Wysling, «¿y las iniciativas de sus ministros al margen de la gente?» En la democracia representativa parece que, si el que piensa, es funcionario, es una garantía; en la democracia directa, es casi al contrario.

Pero el comentarista turco Taha Akyol recuerda que «cuando las masas se vuelven autoritarias, la democracia puede tornarse autoritaria». El referéndum, forma tradicional de la democracia alpina, es muy cuestionado y Alemania lo proscribe por depender de una frase fácilmente manipulable.

Todos se preguntan qué han votado realmente unos y otros y cuánto de democrático hay en la democracia más participativa. ¿Son los suizos unos burgueses que temen que el muecín sustituya al reloj de cuco dando las horas? No es tan tópico: Suiza es el país con más inmigración de Europa, más de un 20% de sus 7,8 millones de habitantes tienen origen no alpino.

Las ciudades concentran el 90% de la emigación y han votado contra la prohibición, pero muchos dudan hoy del sueño multicultural y tampoco ha sido un voto pueblerino. Si el teólogo musulmán crítico Tariq Ramadán ha dado combustible a la iniciativa, concediendo que el minarete no es un símbolo religioso, en el 57,5% anti – minarete se ha unido al voto nacionalista – el 27% del Partido del Pueblo (SVP) – , un miedo al mundo cambiante, un «hartazgo ante Irán y el burka represor».

Pero fue «también un voto de izquierda», dice el politólogo Michael Hermann, «laicista y feminista». Las creencias personales parecen convertidas hoy en la nueva enfermedad vergonzante, produciendo combinaciones como una izquierda militante votando con la extrema derecha: «calculando que, si consiguen ilegalizar el monumento, podrán argumentar luego la prohibición» de iglesias, concluye Hermann.

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