Una lección de dignidad

El Correo, J. M. RUIZ SOROA:: JESÚS FERRERO, 06-12-2009

Cuando escribo estas líneas ignoro si finalmente la saharaui conseguirá imponer su dignidad a Marruecos, o si todavía tendrá que seguir por más tiempo peleando por un derecho tan básico como el de poder salir y regresar libremente a su tierra. Un derecho reconocido como universal por la Declaración de Derechos Humanos que, sin embargo, todavía hay quienes creen que puede ser condicionado por razones ideológicas: «Es una traidora a su patria», «que pida primero perdón a su rey», «si es polisaria que se vaya a Argelia», son las profundas razones que el embajador, el cónsul y los políticos marroquíes han proclamado desde el púlpito que les ha proporcionado nuestra cómplice televisión pública, ésa que se supone que educa a la ciudadanía en valores.

Pero la ducha fría de dignidad no lo es sólo para un régimen represivo como el marroquí, sino que también alcanza a una política exterior, la española, cuyo pragmatismo simplón roza ya lo directamente inadmisible. Porque, verán, el valor de la política exterior de un país mediano como España, de peso medio bajo en el ámbito mundial y sin conflictos significativos dentro de él, no lo determina su postura en los grandes asuntos mundiales. En tal clase de asuntos, un país como el nuestro será multilateralista, defensor de los consensos amplios, contrario a las hegemonías fuertes, partidario del diálogo y de la distensión. Y es que, sencillamente dicho, esa política no le cuesta nada y además le hace simpático a muchos otros países medios. El idealismo de la Alianza de Civilizaciones tiene un coste cero y un rendimiento mediático seguro.

Donde se comprueba la calidad de la fibra que compone la política exterior de España no es en China, Naciones Unidas o Irak. Es en Cuba, Guinea, Suramérica o Sáhara donde nuestro país ostenta un papel de actor relevante y donde, además, se juegan sus intereses más materiales y concretos. Allí es donde anteponer los derechos humanos a los intereses económicos tiene un coste real y efectivo, el de perder el favor de los gobiernos respectivos. Cuando ser bueno no sale gratis. Cuando hay que ser hábil para defender los intereses pero sin bajar la guardia de los ideales.

Pues bien, es en este campo donde el Gobierno socialista desilusiona por su ramplón pragmatismo y su cortedad de miras. Nuestro gobierno, a modo de coartada moral e intelectual para una política crudamente realista, define como ‘conflictos entre partes enfrentadas’ situaciones que, en realidad, constituyen una pura y simple denegación de derechos básicos por gobiernos extranjeros. Así por ejemplo en el caso del Sáhara: Moratinos lleva años proclamando, entre santurrón y cínico, que «España defiende y procura que las partes lleguen a un acuerdo». Pero plantear así la cuestión es tanto como desfigurarla ya de entrada, pues supone ignorar que la cuestión no es un conflicto entre partes con igual legitimidad y merecedoras del mismo respeto. Muy por el contrario, está ahí sentado desde hace treinta años un canon de razón y derecho que estableció el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya: el derecho de autodeterminación de un pueblo colonizado. No hay conflicto entre dos partes, sino negativa de una a cumplir con el Derecho, a lo que añade una represión brutal de la población afectada.

La férrea dignidad de Haidar ha dejado al descubierto la triste complicidad de España con el déspota de turno. No sólo del gobierno, claro. ¿Dónde estaban tantos y tantos fiscales y jueces prontos en procesar a tiranos de toda laya cuando teníamos ahí a esa pobre saharaui privada de sus derechos más básicos? ¿Imponerle una multa por ocupación violenta del aeropuerto es la única respuesta que es capaz de discurrir la justicia española en un caso así? ¿En eso se agota nuestra exigencia de Tribunales Penales Internacionales para todo lo malo que ocurre en el mundo? ¿Tan pronto se agostan nuestros valores cuando entran en juego nuestros intereses? ¿Hasta tal punto el realismo nubla el sentido de lo justo?

Pasma escuchar a nuestros políticos e intelectuales progresistas unas feroces críticas a aquellos gobiernos estadounidenses que hicieron en el pasado la vista gorda con el régimen franquista, al fin y al cabo un aliado fiel en la Guerra Fría. Cuando ahora ellos defienden exactamente la misma política de apaciguamiento y cortoplacismo con los gobiernos de Cuba, Guinea o Marruecos, aunque lo hagan a la chita callando y alegando que así sirven a la democratización del país. También lo decían los estadounidenses, el cinismo es universal e intemporal. La dignidad humana de Haidar debería hacer reflexionar a más de uno de esos que encuentran en un realismo resignado la excusa para no ver los abusos de los que nos hacemos cómplices.

Estos días en que tanto se hablaba en España de la dignidad de los pueblos y de las naciones, de fantasmagorías hueras en definitiva, una mujer de carne y hueso nos ha puesto delante una lección de lo que es verdadera dignidad. La de reclamar hasta la propia muerte, pero no la ajena, el derecho a tener derechos. Ser ciudadano, no súbdito.

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