TRIBUNA / POLÉMICA EN SUIZA

Contra los minaretes votó el miedo

El Mundo, TARIQ RAMADAN, 01-12-2009

El autor explica que la campaña para prohibir los alminares ha calado por la desconfianza hacia los musulmanes NO ESTABA pensado que las cosas tomaran esta dirección. Durante meses y meses nos habían estado diciendo que los esfuerzos para prohibir la construcción de minaretes en Suiza estaban condenados al fracaso. Las encuestas más recientes parecían indicar que alrededor de un 34% de la población suiza votaría a favor de esta lamentable iniciativa. El pasado viernes, en un mitin organizado en Lausana, más de 800 estudiantes, profesores y ciudadanos no tenían la más mínima duda de que el referéndum se saldaría con el rechazo de esta moción y que, en su lugar, nos centraríamos en la manera de transformar esta ridícula iniciativa en algo más positivo de cara al futuro.


El pasado domingo esa confianza se vio defraudada, porque el 57% de la población optó por lo que el partido Unión Democrática de Centro (UDC) le había instado a hacer, un preocupante indicio de que este partido populista posiblemente esté más cerca de los miedos y las expectativas de la gente. Por primera vez desde 1893, se ha aprobado en Suiza una iniciativa que singulariza a un único grupo social, con una clara naturaleza discriminatoria. Se puede conjeturar que la prohibición se rechazaría a nivel europeo, pero no por eso el resultado es menos alarmante. ¿Qué está ocurriendo en Suiza, la tierra en que nací?


Sólo hay cuatro minaretes en Suiza. ¿Por qué, entonces, ha sido ahí donde se ha lanzado esta iniciativa? Mi país, como otros muchos de Europa, se está enfrentando a una reacción nacional en contra de la reciente visibilidad de los musulmanes europeos. Los minaretes no son más que un pretexto; la UDC quería en principio lanzar una campaña contra los métodos islámicos tradicionales de sacrificio de animales, pero tenía miedo de poner a prueba la susceptibilidad de los judíos suizos, así que en su lugar dirigió su mirada hacia los minaretes como símbolo más apropiado.


Todos los países europeos tienen sus obsesiones particulares o tópicos en cuya virtud se ataca a los musulmanes europeos. En Francia son el pañuelo de cabeza o el burka; en Alemania, las mezquitas; en Gran Bretaña, la violencia; en Dinamarca, las caricaturas; en los Países Bajos, la homosexualidad, y así en todos. Es importante ir más allá de esos símbolos y comprender lo que está ocurriendo en realidad en Europa en general y en Suiza en particular: mientras los países y los ciudadanos europeos están atravesando una crisis de identidad, real y profunda, la reciente visibilidad de los musulmanes resulta problemática, y además da miedo.


En el preciso momento en el que, en un mundo de globalización y migraciones, los europeos no tienen más remedio que plantearse preguntas como ¿cuáles son nuestras raíces?, ¿quiénes somos nosotros? y ¿cuál será nuestro futuro?, ven a su alrededor unos nuevos ciudadanos, unos nuevos colores de piel, unos nuevos símbolos a los que no están acostumbrados.


A lo largo de las dos últimas décadas, se ha relacionado al islam con tantos debates polémicos (violencia, extremismo, libertad de expresión, discriminación por sexo, matrimonios a la fuerza, por mencionar sólo algunos) que a los ciudadanos normales y corrientes se les hace muy cuesta arriba aceptar esta nueva presencia musulmana como un factor positivo.


Hay miedo a raudales y una desconfianza palpable. ¿Quiénes son ésos? ¿Qué es lo que quieren? Las preguntas se formulan cargadas de recelos aún mayores, mientras se repite la idea de que el islam es una religión expansionista. ¿Acaso esas personas quieren islamizar nuestro país?


La campaña contra los minaretes se ha alimentado precisamente a base de este tipo de inquietudes y acusaciones. A los votantes se les ha atraído hacia la causa mediante un llamamiento manipulador de los miedos y las emociones populares. Había carteles que representaban a una mujer cubierta con un burka y un dibujo de minaretes a modo de armas sobre una bandera suiza colonizada. La imputación que se hacía era que el islam es incompatible con los valores suizos en todo lo fundamental (tiempo atrás, la UDC exigió que me fuera retirada la ciudadanía porque yo defendía demasiado abiertamente los valores islámicos). La estrategia mediática ha sido simple pero eficaz: provocar la polémica allí donde pudiera atizarse el fuego; extender un sentimiento de victimismo entre los suizos, del tipo de que estamos rodeados, los musulmanes están colonizándonos silenciosamente y estamos perdiendo nuestras raíces y nuestra cultura auténticas. Esta estrategia ha funcionado. La mayoría suiza está enviando a sus compatriotas musulmanes un mensaje claro: no nos fiamos de vosotros y, en nuestro caso, el mejor musulmán es el que no vemos.


¿A quién hay que echar la culpa? Llevo años repitiendo a los musulmanes que tienen que dejarse ver de manera positiva, de una forma activa y proactiva, dentro de sus respectivas sociedades occidentales.


En Suiza, a lo largo de los últimos meses, los musulmanes se han esforzado por ocultarse discretamente con la finalidad de evitar cualquier choque. Habría sido más útil crear nuevas alianzas con todas esas organizaciones y partidos políticos suizos que estaban claramente en contra de la iniciativa. Los musulmanes suizos tienen su parte de responsabilidad, pero hay que añadir que los partidos políticos, tanto en Europa como en Suiza, se han acobardado y se asustan ante cualquier política valerosa en favor del pluralismo cultural y religioso. Es como si quienes marcaran la pauta fueran los populistas y los demás les siguieran. No son capaces de afirmar que el islam es en estos momentos una religión suiza y una religión europea y que los ciudadanos musulmanes están integrados en gran medida, que nos enfrentamos a problemas comunes como el desempleo, la pobreza y la violencia, a problemas que debemos afrontar todos juntos.


No podemos echar las culpas exclusivamente a los populistas. Se trata de un fracaso a una escala más amplia, de falta de valor, de una terrible e intolerante falta de confianza en sus nuevos conciudadanos musulmanes.


Tariq Ramadan es profesor suizo de Derecho Islámico y ex asesor del Gobierno británico para asuntos islámicos.

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