Sobre alminares

El País, 01-12-2009

El resultado del referéndum suizo que prohíbe la construcción de alminares en las futuras mezquitas del país alpino ha sorprendido por lo contundente a propios y extraños. Nadie esperaba un rechazo ciudadano, casi el 60%, 20 puntos por encima de lo previsto en los sondeos, hacia un elemento de visibilidad arquitectónica pero de escasa relevancia religiosa.

Los datos representan un triunfo rotundo para el ultraderechista Partido Popular, su promotor, el más fuerte del país desde hace dos años con su programa xenófobo. Pero más allá de este éxito, que sin duda será aprovechado por otras formaciones europeas similares, muestran un desafío colectivo al establishment nacional, desde las iglesias al mundo de los negocios, el Gobierno, la prensa y la mayoría de los partidos. Semejante rechazo no sería posible sin apoyo de parte de la izquierda, de los laicos o de las organizaciones femeninas, que consideran inaceptable el sometimiento de las mujeres musulmanas.

Es muy improbable que el referéndum suizo, ejercicio de un peculiar sistema de democracia plebiscitaria en que prácticamente cualquier tema puede ser llevado a consulta con el aval de las firmas necesarias, se repita en otro lugar. Y está por verse si su resultado es un paso atrás en la razonable integración de alrededor de 400.000 musulmanes, la mayoría procedente de países cercanos y poco practicantes. Pero como expresión de las preocupaciones que suscita el islamismo en Europa tiene una lectura que desborda Suiza y concierne a miedos y expectativas poco formulados.

Las relaciones entre Europa y sus al menos 15 millones de musulmanes, más difíciles desde el punto de inflexión que representaron los atentados del 11 – S de 2001, han ido cobrando complejidad con el aluvión inmigratorio de los últimos años. Ilustran esta fricción episodios tan relevantes como las viñetas de Mahoma en periódicos daneses, el asesinato en Holanda del cineasta Theo van Gogh o el tenso pulso en Francia por el uso del burka o el velo. El islamismo viene conectándose con asuntos de gran calado social, que van desde el extremismo y la libertad de expresión hasta el papel de la mujer. El peligro hoy y ahora es dejar que los cauces de esa legítima inquietud ciudadana sean monopolizados por partidos populistas o de extrema derecha. Su tóxico discurso tiene que ver poco con la integración y mucho con el miedo.

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