«Pasé tanto frío que creí morir»

El Correo, SERGIO GARCÍA, 11-11-2009

¿Qué empuja a un hombre a dejar atrás la seguridad de su hogar y lanzarse de cabeza a una aventura para la que carece de recursos? Randami Adrioche, un joven marroquí que dice tener 17 años y que el lunes escapó de una muerte segura tras pasar tres días oculto en los bajos de un camión, lo tiene claro. «La desesperación, la necesidad de encontrar un trabajo». Eso y enviar el suficiente dinero a casa para arrancar a su familia de la miseria. El suyo es un argumento poderoso, lo bastante para explicar su denodado esfuerzo por cruzar el Estrecho y hacerse un hueco en una sociedad acuciada a su vez por la crisis.

Cuando la Ertzaintza y la Guardia Civil recogieron el lunes a Randami en el peaje de Iurreta, el joven llevaba tres días oculto en los bajos de un tráiler con matrícula de Irlanda que acababa de cruzar la frontera de Biriatou. La travesía había acabado por minar su resistencia. Estaba exhausto, aterido, hambriento… «Miraba el suelo deslizarse por debajo del camión y pensaba que no iba a aguantar», relataba ayer después de reponer fuerzas en el comedor social de la calle Manuel Allende, a donde se dirigió sin más equipaje que dos bolsas de basura negras donde guardaba la ropa húmeda que le había acompañado durante el viaje. Sudadera prestada, pantalón de chándal y zapatillas rosas completaban el cuadro, gentileza del Servicio Municipal de Urgencias Sociales.

Cantos de sirena

La historia de Randami había comenzado mucho antes. Dio su primer salto a la ‘tierra prometida’ con sólo 15 años. Sin oportunidades ni educación, el horizonte que se abría tanto para él como para sus seis hermanos era inexistente. No tardó en prestar oídos a los cantos de sirena que llegaban del otro lado del Estrecho con sólo encender la tele o hablar por el móvil. Desde Laksar Lakfir, población norteafricana cercana a Larache, empezó a ensayar el que sería su método de escape preferido. Se escondió en los bajos de un camión y pasó a Algeciras, donde la Policía le descubrió y procedió a su arresto. Desde allí le enviaron a un centro de Jerez del que fue devuelto a Marruecos a los tres meses.

No se rindió. Dos años más tarde volvía a la carga con el firme propósito de ver cumplidos sus sueños. La vía de entrada volvió a ser la misma – Algeciras – y el guión que le esperaba apenas incorporaba cambios. Del centro de menores de El Cobre pasó al de Manuel de Falla, de Cádiz, de donde se escapó al cabo de tres meses porque, dice, «allí los chicos no paraban de robar y de fumar hachís». Su siguiente etapa le trajo a Bilbao, donde estuvo apenas 24 horas. «El director del centro donde pasé la noche me dio 60 euros y me dijo que me buscara la vida».

Desde allí fue a San Sebastián, donde le interceptó la Policía y le fichó. Nadie se creía que fuera menor de edad y las autoridades no tardaron en solicitar información sobre este joven de apariencia aniñada, con abundante acné, pelo rizado y ni un papel que acreditase su edad. Si a eso se suma su desconocimiento absoluto del castellano y que sólo sabe escribir y leer el árabe, el quebradero de cabeza estaba servido. Sea como fuere, Randami decidió volver a poner tierra de por medio.

Se encaminó a Irún, quizá pensando que la frontera ofrecería unas oportunidades que aquí no hallaba. Encontró dos camiones aparcados y preguntó a uno de los chóferes adónde se dirigía y si le podía llevar con él. «Me dijo que iba a Londres, pero que no se la jugaba». A la vista del escaso éxito, con el segundo conductor – que se dirigía a Irlanda – se saltó los trámites. Hizo entonces lo que mejor sabe hacer: colarse de polizón. Ocho horas tardaron en descubrirle y dejarle en tierra. Sólo sabía que «estaba en un área de servicio de Francia, con una ciudad llena de luces a lo lejos». Eso y que no podía quedarse allí, con la lluvia y el frío arreciando.

A cuatro patas

Encontró otro camión con una matrícula similar y supuso que se dirigía también a Irlanda. Craso error. Pasó dos días dando vueltas por las carreteras galas, sin atreverse a asomar por miedo a que le descubriese la Policía y le extraditasen. El tráiler se detuvo varias veces, «una de ellas en un almacén enorme donde descargó su mercancía». En todo ese tiempo no se movió. Sin comida, sin agua. «Ni siquiera podía hacer mis necesidades». El frío era tan intenso que vio la muerte de cerca. «Soñaba con mi madre, enferma en casa y a la que pensaba que no volvería a ver». Cuando el camión cruzó la frontera de España y llegó al peaje de Iurreta, no aguantó más. Allí oyeron su gritos de auxilio, al tiempo que se arrojaba al suelo, presa de la hipotermia. Estaba tan anquilosado que marchaba a cuatro patas. «No podía enderezarme». Cuando la Policía le metió en una furgoneta y encendió el climatizador, pensó que revivía. Suero caliente, una revisión médica, ropa seca en los servicios sociales de Mazarredo… Sus constantes vitales experimentaron una recuperación milagrosa, según los sanitarios que le atendieron.

Pero la alegría le duró poco. Las dos últimas noches las ha pasado en la calle, arrimado a una casa abandonada y apenas protegido con una toalla que le dieron en el hospital de Galdakao. Ibrahim, un compatriota sin trabajo que ayer le servía de intérprete, se ha comprometido a acompañarle hoy a Mazarredo para que consiga una plaza en el albergue nocturno. ¿Y después? Randami se encoge de hombros. Cuando se le pregunta qué sabe hacer, la respuesta abre un silencio incómodo. «Trabajo la tierra, como mi padre». Y su padre antes que él.

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