LAS CICATRICES DE LA INMIGRACIÓN (y V)

El patrón que pescaba en el tajo

LA EXPLOTACIÓN LABORAL / Llegaron a comerse la gran manzana, vino la crisis y hubo patrones que ajustaron cuentas: cinco euros el metro solado, ningún derecho y un montón de talones sin fondo. «He llorado de rabia», dice Camilo. ¿Su nuevo 'trabajo'? Un vigilante gitano le 'subcontrata' el fin de semana para cuidar la obra por la noche. Le paga tres euros a la hora

El Mundo, PEDRO SIMÓN Madrid, 01-11-2009

Aquellos dos paraguayos que entraban por la puerta pidiendo trabajo eran pichones que desplumar. Así lo entendió a la primera don Raúl. Y así empezó a darle a la manivela de la picadora de carne. «Mañana mismo empezáis».

Les cobró 300 euros con la promesa de los papeles; los puso a trabajar sin seguro ni documentación suplantando la identidad de otros obreros; les obligó a un régimen esclavista fuera de convenio por el que cobrarían cinco euros por cada metro cuadrado alicatado o solado; y, finalmente, les soltó una risotada con diente chapado en oro: ahí tienen esos talones sin fondo.

Se llaman Camilo y Manuel. No quieren que se diga mucho más de ellos por vergüenza. A ver si van a saber en casa lo de los lunes al sol.

«Si me preguntan les digo que estoy trabajando. Si me dicen que por qué no mando dinero, les digo que es que con la crisis ganamos menos. Lloro mucho de rabia. Mis hijos… ¿Usted tiene hijos?».

La vida allí en Asunción era un gallinero y en aquel corral paraguayo no había pienso que saciara tanto pío-pío. Camilo y señora se deslomaban 16 horas al día por los cuatro críos, y ni las mil chapuzas del padre ni el carrito de helados de la madre daban para hacer digno aquel belén.

Lo de plantearse ese viaje que los audaces hacen a España, no obstante, no estaba en los planes. Hasta que pasó lo del robo y Camilo tuvo que enfundarse ese disfraz de superhéroe emigrante que siempre le quedó grande.

«Había trabajado como conductor, soldador, mecánico… No ganaba más de 150 dólares. Cuando lo del robo estaba de transportista en una fábrica de leche por la noche. Un día nos asaltaron y se llevaron producto. El jefe de la empresa se enfadó mucho y nos exigió 1.500 dólares. Yo no tenía ese dinero ni por asomo. Hablando con una amiga nos aconsejó venir a España. Nos dijo que se ganaba mucho dinero. Y así que no me quedó otra que venirme. No me quedó otra que separarme de mis hijos».

Fue a los tres meses de pisar Madrid cuando encontró trabajo. En la puerta de la empresa le esperaban don Raúl y sus dos hermanos, ecuatorianos dueños de la constructora. Las condiciones eran de sol a sol. En el falso documento de trabajo ponía que su nombre pasaría a ser Eduardo. No habría preguntas, pagas extra, ni vacaciones. Lo que no sospechaba es que tampoco habría qué cobrar.

Un día de brega miró a su derecha y se vio en un espejo: otro esclavo humillado trabajando gratis, otro idiota al que le debían miles de euros y seguía picando piedra igual. Acababa de conocer a Manuel.

Manuel, de 43 años, se vino justo hace dos, con Aurora embarazada de cuatro meses del quinto crío.

Nadie reclamaba ya su paleta de albañil en Paraguay y en casa se veía el cielo a través de las grietas. La constructora de los hermanos ecuatorianos le dio empleo en 2007. Aunque trabajó para ellos hasta junio, no cobra ni un euro desde enero. Le echaron del piso por no pagar, y Manuel que no se entere nadie comparte cama acurrucado junto a un amigo por 250 euros al mes.

«Con un documento en regla trabajábamos tres sin papeles. Al principio nos daba 500 euros, luego 200, luego 100, incluso 50 euros al mes… Decía que aguantásemos. Nos daba talones sin fondo. Los últimos meses ya no nos daba nada».

Noticias de don Raúl: le ha montado una ferretería a su señora allá en Ecuador, anda levantando una casa y sigue con su empresa abierta donde cada tres meses renueva la mano de obra gratis y da entrada a otra remesa de indocumentados que se lo hacen por la gorra. De la treintena de empleados que han coincidido estos meses, sólo Camilo, Manuel y un tercero se han decidido a denunciar. Incluso sabiendo que se les puede complicar la vida por que es su fotografía la que aparece en media docena de identidades suplantadas.

«No les digo cómo estoy porque se pueden poner mal», concede Camilo. «Mis hijas Gladys y María Delia siempre me preguntan qué me pasa. Un día les dije que estaba enfermo y se pusieron a llorar. Sin mis hijos no vivo. Las pequeñas siempre me preguntan: ‘Papi, ¿cuándo vas a venir?’».

El Camilo que no paraba quieto en Asunción y que corría más que nadie alicatando a destajo va hoy de lunes a viernes con los hombros caídos a echarle miguitas a las palomas. Junto a la iglesia de San Pablo le dan arroz, fideos, yogures y lentejas. Un gitano le ha subcontratado sábados y domingos como vigilante nocturno en una obra. Camilo le está muy agradecido. Camilo recibe tres euros por hora.

«Hubo otro patrón ecuatoriano que me dejó a deber 4.000 euros el año pasado. Aquel volvió a su país. No le denuncié», comenta Camilo. «Se acabó. Yo no puedo estar aquí así. De mis hijos no me olvido nunca. Soy un padre y una madre para ellos. Espero estar de vuelta antes de dos años».

Ah, los hijos. El pequeño de Manuel aquel proyecto de cuatro meses que dejó en el vientre de la madre cuenta ya con dos años. Manuel ni sabe cómo es porque en casa no hay ni para hacer una foto. Sólo sabe que se llama José. El otro día conoció su voz por teléfono. «Me dijo papá».

Precisamente pensando en Gladys y en María Delia, aquel día Camilo se armó de valor y acudió junto a un compañero a la casa del patrón Raúl. Habla tú. No, mejor tú. Dos maletillas temblando tras el burladero, un morlaco delante y el hambre, que incita.

Llegaron al portal. Llamaron al portero automático.

-Si ha venido por el dinero, no hay.

-Mire, yo lo necesito. Verá usted, don Raúl, es para mandárselo a mis hijos.

-¿Qué quieres? ¿Que fabrique dinero? Si te atreves, denuncia. Todos los que denuncian vuelven luego de rodillas a pedirme trabajo…

Ya era suficiente. Camilo y Manuel se levantaron. Se sacudieron las rodilleras. El 7 de septiembre fueron a la Inspección de Trabajo.

‘Te contrato, pero ganando menos’

> La Ley de Extranjería dice que el extranjero que se encuentre irregularmente en España y sea víctima, perjudicado o testigo de un acto de explotación laboral «podrá quedar exento de responsabilidad administrativa y no será expulsado si denuncia a los autores o cooperadores de dicho tráfico, o coopera y colabora con la autoridades competentes, proporcionando datos esenciales o testificando, en su caso, en el proceso correspondiente contra aquellos autores».

> «Somos un país que ha creado empleo en los últimos años gracias, en parte, a los extranjeros. Ahora debemos plantearnos cómo salir de la crisis en condiciones de igualdad y, al mismo tiempo, reflexionar sobre las condiciones de trabajo ofrecidas a los trabajadores extranjeros para que no se produzca una segmentación del mercado de trabajo donde la situación de unos trabajadores mejore a costa de los otros», señala Almudena Fontecha, secretaria de Igualdad de UGT.

> «Con la crisis, ha habido un aumento de la explotación laboral de los inmigrantes», señala Paloma López, responsable de Inmigración de CCOO. «Ellos tienen más necesidad de mandar dinero a sus países. Y el empresario quiere contratar a la baja. ‘Yo te contrato’, les dice. ‘Pero tienes que ganar menos’».

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