Costa – Gavras, el veterano director de origen griego, autor de algunas de las películas de denuncia política más reivindicativas de los años 70 y 80, incluidas ‘Estado de sitio’, ‘La confesión’ y ‘Desaparecido’, regresó a su tierra natal para rodar ‘Edén al Oeste’: crónica viajera de un joven emigrante que, partiendo del Pireo, se dispone a medrar en la mítica París. Y, como el Ulises de ‘La Odisea’, Elias sigue a pies juntillas el lema de que «aquel que nunca partió a buscar la suerte, jamás podrá gozar de su feliz regreso». Comienzo de una historia de nuestro tiempo, de palpitante actualidad, con la inmigración – legal o ilegal – como eje sobre el que pivota toda la trama.

El comienzo, ambientado en un paradisíaco lugar de vacaciones para las clases privilegiadas, con playa nudista privada y todo, es lo mejor del filme, realizado con elegancia y un agudo sentido de la ironía, para, a continuación, mostrar toda una serie de personajes, parisinos o no, en los que no faltan los tópicos, los estereotipos. Aun así, estamos ante un título oportuno e interesante, donde los ribetes sociales coexisten con los sueños e ilusiones del personaje protagonista, al que da vida un discreto Riccardo Scamarcio.

El choque entre culturas distintas también encuentra la inevitable ubicación en el discurrir del relato, en el que se vierten reflexiones sobre la sociedad multiétnica, basada en la tolerancia y en el reconocimiento del valor de la diversidad. Porque, como muy bien sabe Costa – Gavras, los imperios de la antigüedad, las autocracias, los despotismos son portadores de una visión monocromática de la realidad, mientras que la democracia es multicolor. Puntos de vista que llevan implícitos el valor de la palabra. Sobre todo ahora que resurgen los fascismos puros y duros, de derechas e izquierdas.

‘Edén al Oeste’ se convierte así en un digno filme de denuncia, realizado en un tono semidocumental, dispuesto a concienciar al sufrido espectador de la cruda realidad vivida en la vieja y querida Europa actual.