La Audiencia Provincial condena a Josué a 26 años de cárcel / Por primera vez se considera la discriminación política un agravante

Odio ideológico en el crimen de Palomino

La Razón, 20-10-2009

El juez considera que  el móvil de la agresión fue las «extremas discrepancias de pensamiento».

«Las extremas discrepancias de pensamiento constituyeron el móvil que guió la agresión de Josué» Estebánez de la Hija contra el joven de 16 años Carlos Javier Palomino, «como se desprende inequívocamente del comportamiento del acusado, al situarse junto a una de las puertas de entrada al vagón, con la navaja escondida, esperando serenamente la entrada de sus oponentes ideológicos, utilizando el nimio pretexto de ser preguntado por su sudadera para asestarle sin más la puñalada mortal».
Éste el argumento principal que esgrime la Audiencia Provincial de Madrid para condenar al primero de ellos 26 años de cárcel –19 por asesinato y siete por intentar matar a otro joven que quiso quitarle la navaja–, y aplicar, por primera vez en Madrid, la agravante de discriminación ideológica, tal como habían solicitado tanto la Fiscalía como las acusaciones. El condenado deberá indemnizar también con 92.257 euros a la madre del fallecido y con 67.096 a su padre.
El acusado se definió en el juicio como un «patriota» español y negó que tuviese un pensamiento neonazi, aunque el Tribunal considera plenamente acreditada su ideología «ultra derecha» por tres factores: su estética skin  neonazi, por la frase de origen alemán «Sieg Heil», que puede traducirse por «Salve la Victoria» y que era utilizada en encuentros políticos en la Alemania del Tercer Reich, y por el saludo típico de las SS, extender el brazo y la mano derecha al estilo fascista.
Los hechos sucedieron el 11 de noviembre de 2007, cuando el acusado, que portaba una navaja y un puño americano, se dirigía en metro a la estación de Usera, para asistir a una manifestación convocada por el partido vinculado a la extrema derecha Democracia Nacional bajo el lema «contra el racismo anti – español».
Al llegar a la estación de Legazpi vio cómo en el andén había un grupo de jóvenes, «que por su apariencia externa identificó como de ideología antifascista», los cuales iban a tratar de boicotear la citada manifestación. Antes de que el tren se detuviese, el acusado sacó su navaja y se situó junto a una de las puertas del vagón, para agredir a cualquiera de ellos «por su enfrentada divergencia de pensamiento».
Entre los jóvenes que esperaban en el andén se encontraba Carlos Palomino, quien al percartarse de que la vestimenta de Josué se correspondía con la de un «skin neonazi», le preguntó sobre la sudadera que llevaba, de una marca utilizada habitualmente por personas de esa ideología, a la vez que tocaba esa prenda de vestir. En ese momento, el acusado «inmediatamente le asestó una puñalada» que le produjo la muerte poco después. Posteriormente, agredió a otros dos jóvenes, a uno de los cuales también le clavó la navaja.
En vez de huir del metro, el acusado se quedó en un primer momento dentro del vagón, mostrando la navaja y pronunciando frases como «guarros de mierda, os voy a matar a todos», «Sieg Heil»   y extendiendo el brazo en el saludo propio de las SS hitlerianas.
El Tribunal no tiene dudas de que actuó con alevosía, ya que la agresión sobre Carlos Palomino fue «plenamente voluntaria y con la consciencia, no sólo probable, sino absoluta de acabar con su vida», motivo por el que rechaza, como solicitaba su defensa, que actuara en legítima defensa. La víctima, por contra, «se vio completamente» sorprendida «por la rapidez con que se produjo el apuñalamiento y el desconocimiento de que iba armado» el agresor.

Aquel fatídico 11 de noviembre
Carlos Palomino se cruzó con su destino a las 12:00 de la mañana del 11 de noviembre de 2007. Acababa de subirse en el metro de la estación de Legazpi cuando se encontró con Josué, un joven de vestimenta «nazi». La tragedia no se hizo esperar: Palomino iba a reventar una manifestación de ultraderecha, la misma a la que acudía su compañero de vagón. Fueron unos instantes, los suficientes para que el de extrema derecha apuñalara al de extrema izquierda. Al mismo tiempo que su muerte se convertía en un símbolo para los de su misma ideología; el apuñalamiento se ensalzó por parte de los contrarios.

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