LAS CICATRICES DE LA INMIGRACIÓN (III)

Chioma, vida de hambre y muerte de sed

El Mundo, PEDRO SIMÓN. ENVIADO ESPECIAL, 18-10-2009

LOS BEBÉS FALLECIDOS EN LA PATERA / En la barca con 36 personas, había dos bebés. Emmanuella, que sólo aguantó tres días, y Chioma, su hija. Les dijeron que el viaje duraría poco y duró una semana. Sin agua y sin comida, la madre sólo pudo darle sus propios orines para tratar de salvarla. Una hora después de tener que tirar su cuerpo sin vida al mar, tuvo lugar el rescate. Ésta es su historia Puerto del Rosario (Fuerteventura)


El mar mece una patera donde una madre abraza a un bebé de año y medio.


Hace cuatro días que la madre que abraza al bebé de año y medio vio morir a la otra pequeña, Emmanuella, también nigeriana, más o menos de la misma edad que su niña. Desde que tuvo que tirar su cuerpo al agua, la madre de Emmanuella no ha vuelto a hablar.


Les dijeron que la travesía iba a durar seis horas y la madre que abraza al bebé de año y medio les creyó. Por eso apenas cogió un bocado de comida y sólo le puso a la cría una chaqueta y un pantalón. No hay líquido que tomar ni alimento. El motor está averiado porque el combustible iba mezclado con agua. El viaje dura una semana. La madre que abraza al bebé de año y medio anda rezando. ¡Qué frío hace aquí, hija! ¡Qué oscuro está!


La madre que abraza al bebé de año y medio le tiene que dar sus propios orines a la hija para que no se deshidrate. Un día sí y otro también.


La madre que abraza se llama Josephine y calla. El bebé se llama Chioma y ya habla. Como un disco rayado habla. Todo el rato con lo mismo.


- Mami, comida, mami, comida…


Cada vez se mueve menos Chioma. Ya ni se queja. Al séptimo día, tal y como hizo la madre de Emmanuella, la madre que abraza al bebé de año y medio tiene que arrancarse el cuerpo de Chioma y tirarlo al mar. Ha muerto justo una hora antes del rescate en helicóptero. La madre que abrazaba al bebé de año y medio no ha vuelto a hablar.


(…)


Pocas historias hay así, pocas de ésas que se cuentan solas y en las que un millón de puñeteros adjetivos puestos en fila no sumarían nada.


Habla al fin Josephine, 27 años, que se quedó sin epítetos en su pueblo de Imo State, donde crecer era como ir al matadero. A sus padres y a un hermano les asesinó en 2003 una tribu por una pelea sobre las lindes. Un tío se llevó al pequeño de la saga, que murió de hambre. Y quedó ella en pie – Escarlata de un mal filme – , que a Dios puso por testigo de que nunca volvería a pasar hambre.


Fue la familia de John la que recogió a la chica de pies desnudos. En casa cabría una persona más. Josephine ayudaba a la hermana en la peluquería. John iba y venía a Lagos a vender. Se enamoraron. Le pidieron postre a la vida y quisieron compartirlo con una sola cucharilla viendo amanecer en África.


Hasta aquel día en que unos hombres acribillaron a balazos al suegro y al cuñado por simpatizar con el independentismo de Biafra. John y Josephine pusieron pies en polvorosa. No giraron las cabezas jamás.


El mundo era la rueda sin fin de una jaula de hámster y fueron devorando kilómetros: Níger, Mali, Argelia y Marruecos, aquel Marruecos.


«Cruzamos el desierto desde Argelia y llegamos a Oujda. Allí las mujeres no salían de casa. Vivimos años en un pozo cavado en la tierra tapado con plásticos y al que la gente nos echaba comida. Sólo salía por la noche. No teníamos nada, pasábamos hambre. Pero John y yo estábamos juntos. Me quedé embarazada».


Rompió aguas cuando la policía disparó mientras ella trataba de saltar la valla de Melilla para que Chioma naciera sobre mullido. Lo hizo en Nador en 2006. Maldito el día en que cruzó el país – con John al lado y Chioma a la espalda – para intentarlo por otra puerta: El Aaiún.


Hacía calor aquel 12 de agosto de 2007 en El Aaiún, el agua se tendía como un puente. A Chioma la puso ligerita de ropa: una chaqueta y poco más. Aquel beso en la frente de John, el alivio de un «por fin» y el horizonte más feliz del mundo al fondo, con Chioma en brazos, meciéndose en azul marino.


«Entre los 36 que íbamos, éramos dos mamás y dos bebés: Emmanuella y Chioma tenían la misma edad. A John y a mí nos dijeron que iba a ser poco rato. Nos sentamos juntos. Con el tiempo vimos que nos habían engañado. Empezó a pasar un día, otro. No había comida ni agua, nada, absolutamente nada. Y Chioma no paraba de llorar y de decirme: ‘Mami, comida, mami, comida…’. Eso era lo único que me decía Chioma».


«Empezamos a bebernos el pis. Era lo único que podía darle a mi hija. Orinaba en un bote y se lo daba. ¿Qué harías tú? Chioma no dormía y lloraba pidiendo comida. La gente empezó a morir. Al tercer día murió el otro bebé, Emmanuella; su madre la tiró al mar. Murieron muchos, la mitad de los que íbamos. El motor se estropeó. La patera estaba inundada; yo estaba muy débil y tenía infectada toda la vagina. Recuerdo el silencio de la noche, quietos, las olas dándonos y moviendo el barco. También murió la madre de Emmanuella. Yo abrazaba más fuerte a Chioma».


«En la noche del 19 de agosto la niña no se movía. Se lo dije a John. En siete días sólo había bebido pis, por eso murió. Yo no paraba de llorar. John se me abrazaba: ‘Tranquila, no podemos hacer nada, tranquila’. Cuando una hora después llegó un helicóptero a rescatarnos, Chioma ya no estaba porque tuvimos que tirarla al mar. Ésa era la norma».


Josephine fue llevada inconsciente al Hospital de Las Palmas y John, al Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de El Matorral. Ella pensaba que a él lo habían devuelto a Nigeria. Él, que su esposa había muerto. El reencuentro fue 15 días después, las dos personas más solas del mundo buscándose. No cupieron más besos en aquella salita del CIE.


La vida fue en parihuelas un buen tiempo en Puerto del Rosario para estos solicitantes de asilo. Josephine necesitó tratamiento psicológico en la Cruz Roja durante meses. Allí iba ella con una foto sobada de Chioma que mostraba a todos, como un salvoconducto a ninguna parte.


Hasta que fue pegando los añicos del jarrón: viven «felices» en una casita con dos cuartos, a las seis se levanta porque no puede dormir más, desayuna con John antes de que salga a trabajar de carpintero, hace la comida y, cuando es llamada, va a peinar trenzas africanas a domicilio.


«Desde que he venido aquí nunca he ido a la playa. Nunca», cuenta Josephine. «Me dicen que es bonito el mar aquí, pero no puedo mirarlo. No recuerdo nada bueno si lo miro».


Chirima es la que asoma en la fotografía por detrás de Josephine con unos ojos continentales y una sonrisa de cu – cu – tras. Tiene justo la misma edad que su hermana Chioma cuando murió y que espera hermano. Chirima, que se nos come el aperitivo a puñados, y habla y dice también «mami, comida, mami, comida…», pero en otro tono, a ver.


Cómo suena de diferente la frase dicha en tierra, Josephine, ¿verdad? ¡Qué redonda es tu preñez de seis meses en Fuerteventura! Va a ser niño. Se llamará Chiedebere por algo. Significa «Dios me ayuda».


elmundo.es


Vídeo:


La historia de Josephine.

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