Barreras idiomáticas

La Verdad, MANUEL MOLINA BOIX, 13-09-2009

Tenía todo el aspecto de un capitán pirata, sólo que no estaba sentado alegre en la popa, mientras farfullaba incoherencias, débil y desorientado era forzoso que permaneciera tendido en la cama. Y allí estábamos rodeándolo impacientes, con la ayuda de esforzados voluntarios duchos en idiomas para tratar de obtener alguna información que permitiera esclarecer qué demonios era lo que le pasaba al enfermo. Para abundar en la dificultad sin acompañantes en la habitación a los que requerir ayuda puesto que su esposa, después de dejarlo convenientemente atendido en el hospital, había regresado a su casa en uno de nuestros atractivos secarrales. Eso sí, en la solapa de su expediente dejó prendido un número de teléfono por si precisábamos de su concurso. Con unas cuantas frases deshilvanadas y los datos de análisis y radiografías pudimos edificar un remedo de historial clínico, punto de partida para comenzar el tratamiento.

Un ejemplo frecuente de muchos extranjeros que han elegido nuestra región como residencia para disfrutar de su jubilación, aislados en burbujas impermeables a las singularidades del país y reacios a chapurrear cualquier frase en castellano, cuando por su edad y características es frecuente que necesiten el auxilio de los servicios sanitarios. Aparte de lo chocante que resulta para nuestra mentalidad el que casi nunca estén acompañados por familiares o amigos.

Es insólita la paradoja del esfuerzo de los nativos para tratar de entenderlos sin que por su parte se aprecie una correspondencia similar por hacerse comprender acerca de cuestiones elementales como dolor, fiebre o lo que se tercie, en una actitud que es casi privativa de los súbditos británicos. No es el caso por obvio de los pacientes sudamericanos que además suelen expresarse con bellas locuciones entresacadas de un rico castellano antiguo insólito por estos pagos. Tampoco suele ser tan generalizada esta dificultad con un segundo tipo de residentes: ciudadanos del Este de Europa, magrebíes o subsaharianos que procuran expresarse siempre en nuestra lengua, algunos incluso con notable soltura. Puede que la explicación resida y a los sociólogos compete su análisis, aparte de la peculiar idiosincrasia de cada país, en la diferente necesidad con la que vienen aquí. Plácidos jubilados entregados al castigo de bolas como lagartos al sol o peones encorvados en explotaciones agrícolas para ganarse el sustento.

Semejante contrariedad idiomática supone un serio problema para una correcta atención médica en la que el vínculo verbal es eslabón esencial para llevar a buen puerto la cadena de cuidados. Al narrar el enfermo sus cuitas permite orientar las incógnitas sobre su padecimiento en una u otra dirección. Convertidos ahora nuestros hospitales en pequeñas sucursales de la torre de Babel, este conflicto de comunicación es tan cotidiano que la administración se ha visto forzada a contratar los servicios de traductores profesionales. Nos topamos con esta realidad de renuncia a aprender expresiones sencillas por parte de muchos foráneos a los que por sus características sociales creemos no les supondría demasiado esfuerzo de proponérselo. En último extremo deberían proveerse de algún manual orientativo con el que además podrían despejar de una vez el candente interrogante que tanto parece preocuparles acerca de si su sastre es o no rico. Con resolver tal enigma puede que incluso nos diéramos por satisfechos.

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