La rebelión de los cuentacuentos"Jamás imaginé que alguien estuviera dispuesto a pagar por mis historias"

Diario de noticias de Gipuzkoa, maría r. aranguren, 13-09-2009

Érase una vez, en un mundo dominado por las pantallas, un grupo de seres que aún conservaba el gusto por contar viejas historias. Un buen día decidieron unir sus voces para dignificar lo que consideraban una profesión y reivindicar algunos derechos. Colorín colorado… ¿Cómo terminará el cuento?

Los narradores orales están trabajando para crear una asociación estatal que les permita llevar a buen puerto viejas reclamaciones. En Euskadi, como en otras comunidades, llevan años agrupados y ya rozan la treintena. En el año 2004 los cuenteros vascos se encargaron de organizar en Hondarribia el IV Encuentro Estatal de Cuentacuentos y se asociaron bajo el nombre Euskal Herriko Kontalariak. Pero no ha sido suficiente.

Desde la agrupación vasca recuerdan algunos problemas que aquejan al oficio y que, aseguran, “no tienen eco en los medios de comunicación”. Las demandas tienen que ver con la profesionalización del sector: nuevos espacios para narrar más allá de bibliotecas, escuelas y casas de cultura, la proyección pública de los artistas, la existencia de una crítica especializada y la consideración de la narración oral como un arte escénica más.

“Nos gustaría que cuando se anunciara una sesión de cuenta cuentos apareciera el nombre del profesional, porque no es lo mismo escuchar a una persona que a otra. Buscamos, sobre todo, respeto. Que la gente sea puntual cuando venga a vernos. Terminar con la idea de que los cuentacuentos son sólo para niños. La dignificación del oficio”, resume la donostiarra Virginia Imaz, una de las tres personas elegidas de entre todos los cuenteros del Estado para constituir la asociación.

abuelas narradoras

De la hoguera al teatro

Imaz, al igual que Koldo Ameztoy, Pello Añorga o Antxon Irusta, lleva dos décadas recuperando la tradición oral vasca y transmitiéndola a las nuevas generaciones. La actriz, clown y narradora identifica esta tarea con las voces de sus abuelas, a quienes recuerda narrando “todo el tiempo” en euskera y en castellano historias cargadas de magia, chistes y cuentos clásicos.

La estampa familiar pertenece al pasado. Hoy los padres leen libros a los niños y quienes perpetúan esas historias que antaño se transmitían oralmente de generación a generación exigen un reconocimiento. “Uno de los aspectos que se está discutiendo es quiénes podrán formar parte de la futura asociación, quiénes se pueden considerar profesionales y quiénes no”, explica Boni Ofogo, cuentacuentos camerunés residente en Llodio.

En Euskadi, los criterios para ser miembro de Euskal Herriko Kontalariak fueron relativamente flexibles, pero permitieron un mayor contacto entre los cuenteros. Desde su constitución, se reúnen una vez al año, toman un pueblo y pasan el fin de semana contando historias y conversando entre ellos.

Los encuentros, que han permitido cohesionar al colectivo, han tenido lugar en San Juan de Gaztelugatxe, Aramaio y Getxo. El próximo día 27 se reunirán en Etxalar, donde podrá escucharse desde la voz profesional de Jose Mari Carrere hasta el sonido refrescante de quienes narran por afición. Y no será la única ocasión para escuchar historias. A partir de mañana, cuenteros de distintos países participarán en el III Festival Gentes del Mundo. La periodista saharaui Fátima Galia Mohamed, autora del libro La tradición oral de los nómadas , será uno de ellos. Galia Mohamed, que emigró a Cuba a los diez años y luego se afincó en Euskadi, ha dedicado parte de su vida a la recuperación de la tradición oral de su pueblo. “Del desierto recuerdo los días viajando y las noches alrededor de una fogata. En el Sáhara te duermes con un cuento y te despiertas con un refrán”, asegura la investigadora, que participará en el festival junto a otros inmigrantes.

Ésa es, quizá, la otra causa del nuevo rumbo que está tomando la transmisión de la tradición oral: la aportación de nuevos registros y formas de contar de los inmigrantes, que utilizan los cuentos como vehículo para preservar su identidad. “El pueblo saharaui son sus historias”, afirma Galia Mohamed. “Apenas existe un legado escrito”.

Para Imaz, las narraciones orales “intervienen como estrategia de intermediación intercultural”. De hecho, algunas asociaciones de inmigrantes vascas las utilizan para alfabetizar o como medio para superar recuerdos dolorosos. Galia Mohamed ha participado en algunas de ellas: “He impartido charlas a mujeres con problemas en casas de cultura y siempre intento contar algún cuento para aliviar los ánimos. He comprobado que ayudan a la gente”.

narradores inmigrantes

El gancho del cuento

“Los cuentos enganchan, encandilan – dice Imaz – y los países pobres mantienen una oralidad muy viva”. En el Circuito de Narración Oral en Euskal Herria que la artista organiza cada año, procura que la mitad de las personas que intervienen sean inmigrantes. El circuito tiene lugar la última semana de cada mes desde octubre hasta mayo, y convoca a cuentacuentos residentes en el Estado que viajan por tabernas y casas de cultura de Bergara, Iurreta, Irun, Bilbao, Zarautz…

Aunque el papel de periódico no puede transmitir los cuentos como es debido, Boni Ofogo ha accedido: “Antes, en el pueblo vivían juntos personas y animales. Los humanos se creían los más fuertes y les castigaban…”. Ofogo tiene la magia en los gestos, las miradas, los silencios. Provoca sonrisas. Termina la historia. Recuerda el círculo formado en su aldea alrededor del placer de contar.

DONOSTIA. Cuentos eróticos en teatros y bares, cuentos infantiles en colegios, cuentos de la tradición oral africana… “¿Me cuenta un cuento?”, se le solicita desde este periódico. Ofogo nos traslada con su voz al corazón de África con un relato divertido y apasionado en el que hombres y animales comparten y se disputan el territorio.

¿Cómo recuerda su infancia?

Desde el momento en que aprendo a hablar empecé a escuchar cuentos, como muchos niños del mundo. Sin embargo, mientras en la cultura occidental es la madre o el padre el que cuenta a su hijo cuentos antes de ir a la cama, a mí me los contaba todo el mundo. Niños y adultos toman la palabra y cuentan historias en reuniones a la sombra de un árbol o en el patio de las casas.

¿Qué tipo de historias escuchaba?

De todo tipo. No había historias para niños y para adultos. Yo escuchaba cuentos de miedo desde la más tierna infancia.

¿Cuándo emigró, y cómo comenzó a contar historias aquí?

En 1988, con 22 años, fui a Madrid a estudiar filología hispánica en la Universidad Complutense. Un día se me acercó una chica que era presidenta de la asociación de estudiantes de filología clásica y me preguntó si quería participar en unas jornadas, porque estaban buscando a alguien que contara cuentos populares de África, y en aquella época apenas había estudiantes negros. Me ayudó a prepararlo y participé.

¿Cómo fue?

Impresionante. Conté un cuento, y la reacción fue similar a la reacción de todos los públicos en los 17 países que he visitado para contar historias. Los cuentos son una escuela de emociones, de sensibilidad, de sentimientos… Son el intento de responder a dudas que tenemos los humanos. Me bajé del escenario y ahí me esperaba una decena de estudiantes alucinados… Algunos me pidieron el teléfono y comenzaron a llamarme para que trabajara en colegios…

¿Imaginó en algún momento dedicarse a eso?

Jamás fue mi intención, jamás imaginé que alguien estuviera dispuesto a pagar por mis historias. De hecho para mí es lo más normal. Cada vez que vuelvo a Camerún mi padre me pregunta: “¿Te siguen pagando por los cuentos? ¡Estos blancos están locos!”. (Risas).

¿Está a favor de escribir los cuentos que provienen de la tradición oral para que perduren?

Lo bueno de la tradición oral es que está viva, tan viva como que cada vez que regreso a Camerún tengo oportunidad de escuchar nuevas historias, ahora con la diferencia de que tengo las antenas puestas. Resulta un debate bastante interesante. Por un lado tenemos el deber y la obligación de transmitir esas historias porque son como una cadena que une a las nuevas generaciones con las antiguas, y por otro, en la transmisión por medio de la escritura se pierde algo. Cuando cuento una historia está mi voz que tiembla, está mi voz que es triste, está la mirada, los silencios, los cantos…

¿Está a favor de la transmisión de esa tradición oral a través de Internet?

Hace poco estuve en Brasil contando cuentos. Un día me llamaron y me dijeron que había un montón de vídeos míos colgados en Youtube. Creo que es algo bueno, porque se mantiene la oralidad y además sin fronteras. En cualquier caso, no podemos abandonar la palabra dicha, ni algo tan humano como que un grupo de personas se sienten con el único propósito de hablar, escucharse, mirarse y fortalecer el grupo.

Ha estado en 17 países contando cuentos, ¿cuántos idiomas habla?

Además de mi idioma materno, hablo inglés, francés y castellano.

¿Cómo ha conseguido que le llamen de tantos lugares?

Mediante el boca a boca. Éste es un oficio en el que no vale anunciarse en la guía telefónica.

¿Le falta trabajo?

Tengo que decir que no a muchas ofertas y me da pena, por eso me gustaría formar a cuentacuentos. En un año de crisis he trabajado más que nunca. Tengo muy poca competencia.

¿Trabaja mucho en Euskadi?

Cada vez trabajo más aquí, sobre todo en colegios y a través de ONGs. Cuento historias de África, un continente imprescindible. Hay mucha demanda de información sobre África, muchas ganas de saber qué pasa en el continente.

¿Por qué le gusta su oficio?

Para mí contar cuentos es tender puentes entre mundos, entre culturas. Es una forma de reivindicar las raíces propias de cada cultura, los idiomas propios… Es mucho más que divertir. Que venga alguien de su mundo y te cuente historias es más profundo de lo que se puede imaginar. La realidad de África no se puede entender de otra manera. Hay que acercarse a África desde las emociones.

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