El miedo al cambio estructural

Diario de noticias de Alava, por J. Gabriel de Mariscal, 20-08-2009

el temor a modificar las normas tiene naturalmente su apoyo en otro miedo mucho más profundo: el miedo al cambio que puede llevar consigo la modificación de normas fundamentales; el miedo al cambio de la configuración del Estado. Este cambio es de importancia trascendental, porque la estructura actual no responde a la realidad de las comunidades humanas que lo componen. Y ello hace sumamente difícil una convivencia satisfactoria para todos.

El mapa de la Península es plurinacional. No sólo porque hay dos Estados – España y Portugal – , sino porque el Estado español está constituido evidentemente por una pluralidad de naciones. No se puede borrar del mapa, como algunos ciegos querrían, la realidad tozuda de Cataluña, Euskadi y Galicia. Pues bien, hay una gran cantidad de españoles que no quieren ni oír hablar de esta realidad indiscutible .

El españolismo fanático, unitario y uniformista, tiene muchos partidarios. La transparencia democrática exige que el PP se depure de todo ese lastre y que sus componentes de extrema derecha se organicen en otro partido, a la vista de todos. Tampoco hay que olvidar el españolismo presente en el PSOE, más sutil y engañoso, pero en realidad igualmente fanático. Para todos estos iluminados hablar de la plurinacionalidad del Estado es, sin el menor razonamiento ni análisis, querer dividirlo. Error craso y suicida, porque mientras no se acepte la pluralidad nacional real del Estado y se obre en consecuencia, la llamada cuestión territorial no tiene solución y no hay cierre posible de la transición democrática.

Es cierto que hay quienes son partidarios de independentismos de distinto tipo, pero dado que es un proyecto erróneo y a veces igualmente fanático en algunas personas, sobre todo cuando se defiende ciegamente en un combate de carneros, hay que preguntarse quién ha dado lugar a que surjan esos propósitos.

Otro campo donde prolifera el miedo estructural es el de la inmigración. Ésta afecta también, o puede afectar, a la configuración y características de la comunidad política del Estado. Tengo la sospecha de que el miedo más que de la inmigración en sí, es hijo de las políticas que se aplican, de las opiniones públicas que se oyen y de algunas organizaciones que hacen flaco favor a la asimilación del fenómeno inmigratorio, y a la iniciación y al desarrollo de un acertado proyecto de multiculturalidad .

No se puede caminar hacia la convivencia pluricultural, ni dar garantías al ciudadano, cuando se olvida deliberadamente el principio de reciprocidad, esencial, irrenunciable e inevitable en este terreno; cuando se fomenta el recelo frente a la reflexión y a la crítica ante un fenómeno complejo y difícil con multitud de luces y sombras; cuando se pretende identificar con el racismo todo esfuerzo de comprensión y de destacar los bienes y los peligros de la inmigración. El racismo es una teoría y una actitud que están a años luz de tales esfuerzos. No saber percibir que todos los grupos inmigrantes no representan el mismo influjo sobre la comunidad receptora, lleva a errores que pueden pagarse muy caros. Entre otras cosas lleva a suscitar la incomprensión de aquellos ciudadanos que tropiezan en su caminar con los aspectos más oscuros de la inmigración.

Aun cuando moleste a más de uno, pienso que ciertas ONG juegan de hecho, a veces, un papel irresponsable y perverso: conseguir que los legítimos temores de una opinión pública, alarmada por acontecimientos reales concretos, se transfieran a la inmigración como tal. Y esto no es justo, ni responde a la realidad. Y en último término, si somos incapaces de respetar nuestra multiculturalidad interna consistente en ligeras diferencias; si no somos capaces de arreglar nuestra casa, ¿cómo vamos a compaginar diferencias ajenas, muchas de ellas de gran consideración? ¿Qué multiculturalidad vamos a ser capaces de crear?

Estos miedos, frecuentemente paralizantes de la vida social y política, son una amenaza para la subsistencia razonable del sistema democrático. Parecen fomentados desde algunas instancias que no han superado la nostalgia del régimen dictatorial, o no han llegado a la madurez necesaria para amar la libertad y no tenerle miedo. En congruencia con esa nostalgia y con ese miedo, hay una aparente indiferencia ante actitudes y manifestaciones claramente totalitarias, fascistas, que no se denuncian, ni suscitan protestas, ni convocatoria de actuaciones públicas para denunciarlas y condenarlas, ni se tipifican en el Código Penal, a pesar de ser un peligro cierto para el sistema.

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