Un millar de toxicómanos acude cada día a comprar en 5 kilómetros de la Cañada Real

ABC, CARLOS HIDALGO | MADRID, 20-07-2009

La franja de miedo y exclusión en la que se ha convertido la carretera de Valdemingómez (Villa de Vallecas) en la Cañada Real Galiana, es el mayor centro de venta de drogas de todo Madrid y, probablemente, de España. En aproximadamente sus primeros 5 kilómetros, desde la entrada por la carretera de Valencia, se concentran cuatro decenas de puntos de venta de droga directa.

La ley de la oferta y la demanda, que es lo que mantiene vivo el mundo del tráfico de estupefacientes, supone que hasta un millar de personas acuda al llamado «Kilómetro 13» a comprar su dosis diaria. No hay un censo concreto – de eso se está encargando el Ayuntamiento – , pero se calcula que unas 6.000 personas residen en el tramo de la Cañada correspondiente a Villa de Vallecas. A ello, como decimos, habría que sumar el trasiego de compradores, de alrededor de un millar, sobre todo los fines de semana.

En cuanto al dinero que mueve este negocio ilícito en la zona, desde medios policiales, se calcula que cada consumidor puede gastar alrededor de 10 euros por una micra de cocaína, lo que supondría unos 10.000 euros al día en venta directa. El dinero se cuadruplica o quintuplica cuando se habla de papelinas. Pero a estos clanes habría que sumar otros 40 o 50 grupos dedicados a la venta indirecta: surten a los grupos que venden a pie de chabola o chalé en plena Cañada. He aquí, por tanto, uno de los principales efectos que tendría la desaparición de lo que en su día era un paso pecuario y que se ha convertido en un tremendo foco delincuencial y de exclusión social.

Auge desde hace 4 años

La zona de venta de droga que es hoy Valdemingómez no es más que el máximo exponente del desmantelamiento de poblados anteriores del mismo distrito, como La Rosilla o Las Barranquillas. Muchos son los mismos clanes familiares, que se han ido incorporando a La Cañada, principalmente, en los últimos cuatro años.

«Cuidado. Aquí viven gitanos», reza un cartel junto a un portalón. En otro muro, una pintada: «Somos gitanos». Los Montoya, los Brunos, los Cortés, los Vargas, los Emilios, El Guarro… Son sólo algunos de los clanes familiares históricos, unos entre rejas y otros aún en Valdemingómez, que controlan el negocio de la droga en este foco. Porque son las familias de etnia gitana las que parten el bacalao en la venta de cocaína, en primer término, y de heroína. El hachís tiene una presencia meramente testimonial y las aprehensiones de drogas de diseño apenas existen. Son familias de entre 15 y 20 personas, endogámicos y en los que gran parte de la parentela forman la parte más o menos activa del negocio: de hijos a abuelos. Y cuando alguno de los cabecillas cae a manos de la intensa labor policial que se lleva en el «Kilómetro 13», son otros parientes los que siguen la «tradición».

Porque, aunque la cocaína se la suministren en primer término cárteles colombianos, son los jóvenes y las mujeres las que introducen el estupefaciente en el poblado. Nunca llevan más de medio kilo por persona. Los fines de semana es cuando mayor cantidad llega. Se interceptan coches con los correos, que esconden ocho o diez bolsitas de «coca» en las caletas de los vehículos, ocultas en muletas o dentro de los cinturones del pantalón. Un buen clan puede conseguir entre 2 y 3 kilos de droga en un fin de semana. Luego, los esconden en bolsas de basura o en neveras portátiles que entierran.

Tráfico de ansiolíticos

El tráfico de heroína es menor, pero mantienen contactos con los grupos que la traen de Turquía. Pero también se trafica con metadona y trankimazines.

La coexistencia con otras nacionalidades y clanes ha mejorado. Por la presión policial, no les queda otro remedio que «darse el agua» (avisar) entre sí. Incluso mandan a los rumanos a que compren puertas blindadas al contado para que luego les levanten sus fortines a precio de coste, porque por el suelo no pagan. Otros grupos del Este se dedican a robar material de construcción en las obras de las urbanizaciones cercanas y lo venden a sus compatriotas. El círculo se cierra. Todos sacan tajada de la droga.

Los compradores se las apañan con «cundas» desde Méndez Álvaro, Atocha, el paseo del Prado o Embajadores, a seis euros por cabeza. O toman el autobús, que les deja a un kilómetro a pie del poblado… O, simplemente, pernoctan allí, configurando ese paisanaje de cuerpos sin almas porque se la vendieron al diablo el día de su primer «pico».

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