Mesa de redacción

Muerte y vida

Deia, 15-07-2009

LA muerte, siempre constante, siempre presente, nos acecha y nos persigue. Basta con echar la vista atrás, leer unos cuantos periódicos, oír unos informativos de radio y ver imágenes en televisión para encontrarnos con la parca acechando en cada esquina, en cualquier lugar. Sin distinguir razas, credos, ni clases sociales. A todos nos visitará algún día. Muerte en la fiesta. En unos Sanfermines que habían olvidado, que nos habían hecho olvidar, que el pitón de un toro lleva dentro de sí toda la maldad asesina que se pueda imaginar. Lo experimentó Daniel Jimeno, quien no vio a Capuchino, pero que se encontró de frente con la vieja dama de negro y guadaña. La muerte del joven de Alcalá de Henares, un experimentado corredor de ascendencia navarra, tiñó de luto la más popular de las fiestas populares. Muerte en el hospital. Muerte que se suma a muerte. Doble triste muerte que se agiganta al unir en el más allá a una joven madre y al hijo que no conoció en vida. Ella falleció para engrosar las estadísticas: la primera víctima mortal de la gripe A en España. Su hijo, dos semanas de vida, todo un futuro por delante, vio como un “terrorífico error profesional” segaba sus incipientes latidos. Rayan, que así se llamaba el inocente, nunca sabrá que sus padres emigraron a España en busca de un futuro mejor que no encontraban en Marruecos. Buscaron una vida mejor y encontraron la peor de las muertes. La reincidente. Muerte en la patera. En ese goteo constante, malayo, que nos hace insensibles hasta que vemos el otro lado del drama. El de las familias de Senegal, de Mauritania que aguardan noticias que nunca llegan ni llegarán. Aniversario de la primera muerte que me tocó el alma. Recuerdo fresco del amigo con el que hablé diez días atrás para enterarme cinco días después de que había muerto. Y como contrapunto, vida. La de Eneritz Escudero, esa niña que nació en el metro de Bilbao. Junto a unas vías. Las que nos recuerdan que la vida continúa. Que tiene su principio y su fin, pero que continúa. La vida.

jrcirarda@deia.com

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