El sacacorchos

¿Salvemos a las palomas?

Deia, Jon Mujika, 12-07-2009

En tiempos de crisis, el enemigo es el pobre. Groucho Marx decía que se podía conocer el estado financiero de Nueva York por la situación de las palomas en Central Park: si la economía era boyante, los neoyorquinos daban de comer a las palomas; en cambio, en días de recesión, las palomas desaparecían de Central Park. Las palomas son, por tanto, un indicativo. Pero también lo es la percepción del escalón más frágil de la pendiente social. Si en Central Park son las palomas, en cualquier sociedad occidental la zona más vulnerable es la sostenida sobre la inmigración.

¿Salvemos a las palomas…? Esa es la cuestión del momento. Al hilo con las fuerzas de la calle me llega el soplo de un fenómeno creciente en Bilbao, al menos en el Bilbao que mejor conozco, en mi barrio de Ametzola. En los últimos quince días la delincuencia campa a sus anchas. No un crimen de guante blanco como el de los viejos ladrones de arte u organizado, como el del temible Al Capone, no. Resulta que, al decir de la calle, el vertiginoso descenso del poder adquisitivo de muchos conciudadanos le ha empujado a lugares insólitos para ellos hace apenas un par de años. Cáritas, el Banco de Alimentos de Bizkaia o cualquier otra organización dedicada a la beneficencia ha visto incrementar su clientela. ¿Consecuencia? Toca a menos en el reparto, lo que no es acogido con agrado por quienes estaban acostumbrados a servirse de ese suministro hasta fin de mes. A esto hay que añadir que los puestos de trabajo antes desdeñados por duros, aquellos que quedaron en manos de la colonia extranjera, son reclamados ahora como propios. Todo esto se traduce es una cuestión terrible: hay inmigrantes rabiosos y necesitados, dos adjetivos que casan mal.

Se abre de este modo el debate sobre qué hacer. ¿Se ha de salvar ese vuelo? He ahí el reto de una política malabarista, de equilibrio; esa que tanto llena la boca a quienes organizan las cosas de la ciudad, la provincia, la comunidad autónoma, el país o el Estado. Es de sobra conocido en los mentideros de la villa que Bilbao es tierra de parada y fonda para los sintecho procedentes de otros lugares. Aquí se vive bien. Pero han de ser conscientes de que los vecinos de mi barrio comienzan a mosquearse. Y eso es contagioso.

El trabajo antes desdeñado por duro, en manos de la colonia extranjera, es ahora reclamado como propio

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