Próxima estación, esperanza

La Voz de Galicia, 12-07-2009

EN UN PISO DE INMIGRANTES

No se deje engañar por el aspecto del piso. No es de ellos. Solo están de paso. Kevin, Judith, Jennifer y compañía se someten con frecuencia a un examen que dictamina si siguen o abandonan la casa. No decide la audiencia, sino la necesidad. La de los que esperan a ocupar una de las habitaciones de este piso en el que Cáritas acoge a inmigrantes con problemas. Gente que espera los papeles o un empleo, que no tiene nada y cuya alternativa es la calle. Como Kevin, un nigeriano deprimido y varado por la mala suerte. Vino desde Guinea con un contrato de trabajo como asistente doméstico. Pero cuando llegó, su empleador ya no podía pagarle. La crisis. Tiene papeles, pero, paradojas de la norma, no puede cambiar de sector hasta dentro de dos meses. ¿Contrataría usted a un hombre para cuidar a un enfermo o para limpiar su casa? Aún peor. ¿Contrataría usted a un hombre negro?

Los chavales

Por el piso, donde normalmente nadie permanece más de tres meses, el tiempo de encontrar un empleo y abrochar un sueldo para empezar a volar, suenan las risas de Jennifer y Luis, los dos hijos de Carolina, una familia venezolana con una larga peripecia que se acaba de reagrupar. El pequeño Luis es el que peor lo lleva. Quiere volver a Venezuela. Lo dice y lo escribe en su cuaderno de deberes; el puente hacia el ingreso en el cole el curso que viene, al que le tiene un poco de miedo. Su padre es el único que tiene empleo en el piso, por eso no sale en la foto. Mil euros al mes en la construcción. Les quedan años duros a los chavales, que no pueden entender aún que sus padres estaban pensando en ellos cuando salieron de Venezuela.

De allí vino Judith, que también anda un poco triste, decepcionada dice ella. Pensaba que tenía aquí más amigos. Divorciada, con hijos y nietos, le toca empezar una nueva vida. Ella que es escenógrafa y actriz lamenta el deterioro del mundo de la cultura en América Latina, en el corralito de Chávez donde hay a diario estadísticas de homicidios de dos cifras solo en Caracas. Lo cuenta mientras los niños ejercen su imperio sobre el mando a distancia. Kevin juega sin muchas ganas con el peluche de la niña. Le toma el pelo. Hay complicidad en esta extraña y efímera familia de siete, que viven juntos hasta mañana, tal vez, o hasta el mes que viene, cuando el engranaje los acepte, les dé un trabajo y unos papeles. Mientras tanto, caminan y buscan empleo durante el día y, de noche, sueñan con un futuro mejor. El piso es solo una estación. La próxima se llama esperanza.

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