Benamar, ciego de un tiro

Un joven argelino pierde la vista durante una cacería. El constructor que lo tenía contratado «ilegalmente» como peón lo utilizaba para recoger las codornices que abatía

El Correo, LUIS LÓPEZ, 12-07-2009

Benamar sonríe casi siempre. También al contar cómo le pegaron un tiro en la cara que lo dejó ciego. Incluso al recordar a quienes decían ser sus amigos y, valiéndose de esa niebla que le rodeaba, le robaron sus ahorros míseros. No deja de sonreír ni siquiera al repasar cómo los servicios médicos de Vitoria, Barcelona y Miranda de Ebro se pasaban la pelota y le dieron la puntilla a unos ojos heridos de muerte. Eso sí, al contarlo se le humedece la mirada. Pero Alá así lo quiso.

Benamar Kebbati, argelino de 35 años, recuerda cuando llegó de noche a la costa de Almería, a bordo de una patera, en noviembre de 2006. Atrás dejó su vida de marinero. Pasó por Tarragona, Vitoria y, finalmente, llegó a Miranda de Ebro. No tenía papeles, pero en abril de 2007 un constructor lo contrató como peón. La obra estaba en Añastro, en el Condado de Treviño. Cada día viajaba al tajo con un compañero albañil o con su jefe. Vivía en un piso alquilado junto con un compatriota.

Hasta el 3 de agosto, explica, se creía afortunado. Ese día era su última jornada de trabajo. El día anterior su compañero de piso había regresado a Argelia, y el día siguiente iba a entregar las llaves de la vivienda y viajar a Pontevedra, donde pasaría el verano con unos amigos. Pero su vida iba a cambiar.

Se pasó la jornada limpiando el chalé en el que había trabajado los últimos meses. Cuando terminó, «el jefe» le dijo que su hijo le llevaría de vuelta a Miranda. Pero el hijo había quedado para ir a cazar en Berantevilla. Benamar no tenía más medios para regresar a pasar la última noche en su casa, así que les acompañó. Los cazadores eran «el jefe», su hijo y su sobrino. Benamar cargaba con la bolsa llena de agua y comida. Daba de beber al perro y, con él, cobraba las codornices abatidas.

Ya caía la noche, se estaban retirando, cuando alguien dijo ver una pieza. Benamar estaba recogiendo «dos pájaros» y escuchó un disparo. Se giró y en ese momento una fuerza invisible se abalanzó sobre él. Cayó y perdió el conocimiento sin saber que los perdigones le habían destrozado los ojos, se habían alojado en los músculos de su espalda, en su oreja, en su cabeza, en su brazo. Aún los tiene y son visibles bajo la piel esas bolitas pequeñísimas. Él sólo las siente, porque se pelean con sus nervios.

«Eso no me importa, porque fue un accidente», desdramatiza. «Pero lo de después…». Benamar cuenta su historia acompañado por María Ángeles Sáenz de Villaverde, ‘Nines’, profesora de ciegos en el Centro de Recursos de Invidentes (CRI) del Gobierno vasco. «Es el alumno de oro», dice ella, «el que más empeño ha puesto, el que primero se ha rehabilitado». Maneja bien el bastón, aprende braille, «ya anda por toda Vitoria. Ciego, solo, es la hostia».

Las instrucciones del jefe

Benamar se despertó dos días después del accidente en el hospital de Txagorritxu. Lo primero que escuchó fue la voz «del jefe». «Me dijo, ‘por favor, Benamar, estoy aquí para ayudarte, no digas que trabajabas conmigo’». Así que cuando llegó la Ertzaintza a tomarle declaración siguió las instrucciones del constructor y dijo que lo había conocido en un bar poco antes de la cacería.

A todo esto, Benamar veía algo de claridad por el ojo izquierdo. Lo enviaron al Instituto de Microcirugía Ocular (IMO) de Barcelona y, tras una primera intervención, le dijeron que iba mantener un resto visual «para defenderse». Habría que volver a operar más adelante. De vuelta a Txagorritxu «el jefe» había desaparecido. No respondía al móvil. «Me dejó solo». Así que decidió tirar de la manta y contar la verdad.

No quedan líneas suficientes en esta página para explicar el resto. En el hospital vitoriano querían darle de alta, pero Benamar estaba ciego, lleno de heridas, sin casa y sin nadie que se hiciese cargo. Una ambulancia lo llevó a la Policía de Miranda de Ebro, pero allí dijeron que «no estaban para cuidar enfermos», así que fue de vuelta al hospital. Al final, unos conocidos accedieron a hacerse cargo de él a cambio de unas ayudas que nunca llegaron. Regresó a Miranda. Un médico perdió su expediente. En Txagorritxu le decían que no tenía sentido operar, que la vista era irrecuperable. En Barcelona creían lo contrario. «Cada vez tenía más niebla en el ojo». Nadie quería hacerse cargo de él y tras meses de vergonzosa infamia, acabó perdiendo la vista. Entre medias, sus ‘amigos’ le robaron los 700 euros que tenía ahorrados.

En diciembre llegó a Vitoria, y aquí conoció a quien llama su «segunda madre». Es Elena, de Cáritas, y tiene 74 años. Ella le puso en contacto con el CRI y algo comenzó a cambiar. «Ya ha pasado lo malo», dice tranquilo. Vive en un piso tutelado. Pero aún queda luchar por una pensión. Es difícil, porque no hay jurisprudencia ni casos similares. Y el proceso cuesta 6.000 euros. Así que han abierto la cuenta 2097 0141 64 0008620312 en la Caja Vital a nombre de Benamar y de ‘Nines’ y apelan a la generosidad popular. Mientras, hace cursos y aprende a valerse por sí mismo. Sólo cuando lo consiga le contará todo esto a su madre – «sufre del corazón y le miento cada día» – y a sus doce hermanos.

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