Presas al aire libre

El Correo, MARÍA JOSÉ CARRERO, 12-07-2009

«¡Qué tranquilidad!», exclama Tamara Barrul, una asturiana de 25 años, mientras pasea por una calle de Santa María de Huerta, un pueblo soriano de apenas trescientos habitantes. «¡Y tanto! Ya podíamos tener unos días así cada tres meses», le contesta Nicoleta Popa, rumana de 24. Son las once y media de la mañana y los calores típicos de la canícula castellana se empiezan a notar. Las dos amigas, junto a otras 31 mujeres y 8 hombres, se encaminan hacia el impresionante monasterio cisterciense de la localidad. Pantalones cortos, camisetas, gafas de sol, playeras o chancletas. Parecen unos veraneantes cualquiera en un día de excursión. De hecho lo son. La única diferencia respecto a un grupo convencional de turistas es que son reclusas e internos de las cárceles de Dueñas (Palencia), Teixeiro (La Coruña), Colmenar, Soto del Real y Aranjuez (Madrid).

Están de vacaciones en tierras sorianas. Y con ellos, medio centenar de niños de hasta tres años. Son sus hijos, con los que viven en prisión. Una semana en el campo para disfrutar un poco del verano, «sin el estrés que producen los patios cerrados, los recuentos, las celdas», dice Tamara, reclusa en Teixero. «De verdad, qué liberación. Es mi primera salida en año y medio», comenta esta joven, mamá de una niña de sólo cuatro meses. La pequeña se ha quedado en el colegio del pueblo reconvertido en colonia veraniega al cuidado de varios miembros de la Fundación Padre Garralda Horizontes Abiertos. Y es que en este peculiar campamento para presas madres sólo hay voluntarios. No se necesitan funcionarios de prisiones ni guardias. «Por no tener, no tenemos ni siquiera un guarda de seguridad. Nunca nos ha hecho falta y llevamos ya dieciséis años viniendo aquí», resalta la presidenta de la ONG, María Matos.

Al frente del grupo, Rubén Tejedor, 27 años. Su aspecto – pantalón corto, bigote con perilla y gafas de diseño – no le delata, pero es sacerdote. «¡Eh! que no soy el cura de la cárcel. Que yo soy de este pueblo y cuando tenía catorce años ya me metía en la colonia a cuidar a los niños. Desde entonces no me lo pierdo. Esto engancha. Para mí, es la mejor semana del año». Vicerrector del Seminario de Soria y titular de diecisiete parroquias de la comarca del Jalón, megáfono en mano, Rubén conduce al grupo a la puerta principal del monasterio, donde el monje Ignacio Villafáñez espera para hacer de guía por un laberinto de pasadizos y claustros con 900 años de historia. El fraile «costurero y refitolero» – así es como se presenta – explica la milenaria historia de Santa María de Huerta, pero es el retablo barroco del siglo XVIII el que, de verdad, entusiasma a Guadalupe Miranda.

«Mi niña es una ayuda»

«Es bellísimo», dice esta mexicana de 38 años, mamá de una «bebita de quince meses» y que cumple condena «por lo que tú ya sabes». «Lo que tú ya sabes» es lo de siempre. Guadalupe se prestó a cruzar el océano con un alijo de coca y nada más poner el pie en Barajas la detuvieron. Le cayeron seis años y medio. «Cuando entré en la cárcel no sabía que estaba embarazada. Al darme cuenta, se me vino el mundo encima, pero ya ves, mi niña me está ayudando a salir adelante. Sin ella, no se qué habría sido de mí». «El retablo está revestido con oro traído de América», detalla el monje. «Claro, ya se ve. Así es de bello», comenta Guadalupe. «Los retablos son así allá, donde están mis otros dos hijos. ¡Qué ganas de verlos!» «¿Allí o aquí?», pregunta la periodista. «Si cuando cumpla puedo quedarme en España, me quedo. Creo que acá, con algo de ayuda, tengo más oportunidades para salir adelante, de empezar desde cero», sueña Guadalupe.

«’Padresito’, bendígame el rosario». La visita cultural está a punto de llegar a su fin. La uruguaya Perla no quiere irse sin que Ignacio Villafáñez haga la señal de la cruz sobre el medio centenar de cuentas que acaba de comprar en la tienda del monasterio. «Siempre duermo con un rosario. Si no, tengo pesadillas, sueño con la cárcel, con los cerrojos, con cosas malas. Ahora tengo dos. Me darán fuerza para luchar por el tercer grado», dice esta interna de Dueñas. A la joven de 25 años, con una niña de dos, le cayeron seis «por lo mismo que a casi todas».

Las reclusas – la mayoría latinoamericanas – no pronuncian la palabra droga. Es tabú. Así que recurren a la perífrasis para referirse al delito que las ha llevado a vivir encerradas. Se prestaron a ejercer de ‘mulas’, a llevar mercancía dentro de su cuerpo, en un viaje en dirección contraria a la pobreza pero, lejos de llegar al destino, lo único que consiguieron fue darse de bruces con las rejas.

La excursión matinal se acaba. Es la hora de ir a reunirse con los pequeños, a darles de comer. El monje refitolero las despide. «Rece por nosotras, padre», le piden las reclusas. «Lo haré», promete el cisterciense.

«No fui engañada»

Sara Daniela, un añito, pide mimos en cuanto ve a «mami», a Jazmín. «He recorrido varias cárceles. Ahora estoy en Aranjuez». Se trata del único penal español con celdas especiales – a modo de pequeños apartamentos – para familias de presas con hijos. Jazmín llegó soltera a trabajar en Barcelona y un buen día regresó a su país porque «mi mamá enfermó del corazón». Los médicos fueron tajantes: había que operar, pero no teníamos dinero, así que se prestó para traer a España «lo que tú sabes». «No fui engañada. Lo hice para salvar a mi madre». Al llegar a Barajas fue interceptada. La familia vendió la casa para pagar la intervención y Jazmín carga con nueve años y medio de condena.

En prisión, conoció a su esposo. «Yo estaba de economatera, y él, en el almacen central. Nos enamoramos, estuvimos un año de novios y luego nos casamos. Después llegó Sara Daniela, «lo mejor que me ha pasado», dice esta ecuatoriana de 32 años que para diciembre espera el tercer grado. «La cárcel hay que llevarla, no que te lleve a lo malo, que son las broncas, las drogas. Yo colaboro en todo y aprendo todo lo que puedo porque quiero prepararme para el día que salga». Jazmín dibuja su futuro en Logroño, donde vive la familia de su esposo, y se ve en un centro de estética porque «en Barcelona empecé a estudiar para sacarme el título. Y por supuesto, se imagina corriendo detrás de su hija por un parque, como estos días en Santa María de Huerta. «La niña está feliz aquí. Se nota. En Aranjuez, en cuanto ve que nos cierran la puerta, se pone triste».

«No hay mayor injusticia en el mundo que un niño en la cárcel», clama el jesuita Jaime Garralda, fundador de Horizontes Abiertos. Se ha acercado desde Madrid a pasar un día con las presas y sus niños y los voluntarios de su ONG. Tiene 88 años y trabajar por los más desfavorecidos, como viene haciendo desde hace más de tres décadas, sigue siendo su razón de ser. «Los tres primeros años de vida de un niño son fundamentales. Que los hijos de las presas los tengan que pasar en la cárcel porque los críos de esa edad deben estar con sus madres es una injusticia bestial que a nadie le importa en España», denuncia.

«Ver más allá»

La lisboeta Elisabete Gomes no puede estar más de acuerdo. «Vivir encerrado es triste. Muy triste», dice esta reclusa de Soto del Real. Por eso, no desaprovecha ni un instante de los días al aire libre. «Me parece sencillamente espectacular. Nos dan la oportunidad de ver más allá de lo que vemos cada día». Con su pequeña de dos años y medio está disfrutando a tope. «Lo estamos pasando verdaderamente bien. Vamos de excursión, nos bañamos en la piscina y jugamos, sobre todo, jugamos en un ambiente diferente al de la cárcel».

Lorenzo es un cántabro tranquilo y el encargado de alimentación en la cárcel de Soto, donde lleva cuatro años, al igual que su mujer, con la que tiene una niña de dos años. Esta semana de vacaciones en tierras sorianas «me viene de perlas para sentirme bien, para quitarme un poco de estrés porque en la cárcel no paro», dice a la vez que contempla la tarde a través de una ventana sin barrotes.

Mientras, Irene Sánchez se baña en la piscina municipal con su barriga de seis meses. Es su tercer hijo con Jesús Arrabal y tiene otros dos de una relación anterior. La pareja vive con los dos pequeños en Aranjuez. Los dos mayores están con la familia. En Horizontes Abiertos nadie cuestiona nada. Y menos aún se interroga por qué se trae una nueva vida a este mundo en esas condiciones. «Aquí venimos a colaborar para que pasen unos días de vacaciones, para que disfruten, para que salgan de la rutina», zanja a la menor pregunta Conchi Arias, una profesora voluntaria en la colonia junto a sus tres hijos.

Veronique, una holandesa de 27 años, disfruta de todo. No se pierde ni una actividad ni un juego con los pequeños. «Es importante motivar a los críos porque mi niño ha nacido en la cárcel y eso se nota. Cuando sale a la calle y ve un coche, se asusta», comenta. La joven, que habla cinco idiomas, no ve llegar el momento de salir. Será a final de año, cuando logre el tercer grado. «Entonces emprenderé una nueva vida con mi gordito de trece meses». No necesita más.

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