Una boda gitana

Diario Vasco, JAVIER ELZO, 11-07-2009

Acababa de dar una conferencia en Madrid y, al término de la misma, una profesora se me acercó y me contó lo sucedido con dos alumnos de su centro docente. Una niña de 16 años de raza gitana fue obligada a casarse con un muchacho, también gitano, apenas un año mayor. Por orden del abuelo. Se veían demasiado. Estaban enamorados. Para que no se consumara el acto sexual, y la chica quedara deshonrada, decide el abuelo su matrimonio. La madre del chico, para salvar su honor, exige «tres rosas rojas». No dos, sino tres, tres muestras de la sangre de la niña y comprobar, tras la rotura del himen, por las mujeres del clan, que era virgen.

Ante mi incredulidad, la profesora insiste en que narra un hecho real sucedido hace poco. Conversé un rato con ella. Me habló muy bien de los dos, del chico y de la chica. Que eran estudiantes normales, tirando hacia los mejores del Instituto, y que estaban razonablemente integrados con el resto de compañeros. Pero una vez fuera del centro escolar hacían vida aparte mezclándose poco en los juegos y diversiones con los demás escolares. Tenían sus propios hábitos y costumbres.

La raza gitana, continuó la profesora, tiene sus propias leyes en su organización social de la que el matrimonio no es sino una parte más. Ante mis signos de reprobación pues, al fin y al cabo era una niña, le decía, quién, aun manifestando atracción por su chico, había sido obligada a casarse, me contestó que no juzgara las cosas demasiado rápidamente. Que en nuestra sociedad paya el matrimonio por amor y consentido en edad adulta era algo relativamente reciente. Que cada día duraba menos tiempo. Que la palabra dada tenía fecha de caducidad: cuando el amor desaparecía o, más banalmente, cuando dejara de gustarte la pareja. Además, añadió, «tu mismo nos has dicho en tu conferencia citando a Lipovetsky, que en la actualidad la familia es como un instrumento de complemento psicológico de las personas, es como una prótesis individualista que se tira como tira la prótesis cuando ya no se necesita».

Ante mi insistencia añadió que nosotros habíamos banalizado el acto sexual convirtiéndolo en mero acto de placer y que, hacía mucho tiempo, se preguntaba dónde comenzaba y dónde terminaba la libertad de elección y de comportamiento en los actuales adolescentes dominados por su instinto y por la presión del medio ambiente en el que se mueven, comenzando por la presión de sus propios compañeros. Y de nuevo me saca a relucir una expresión mía cuando escribo que «los adolescentes de hoy se sienten libres pero en realidad están atados a la familia, a la escuela, a la calle, a la TV e Internet, y a sus propios compañeros».

Llevo tres semanas con esto en la cabeza. No me parece de recibo la forma de solventar el honor de esa familia gitana pero viendo cómo funcionan algunas de nuestras familias y la ideología dominante en determinados ámbitos ‘progres’, incluso con fuerza de ley, no seré yo el que tire la primera piedra a la familia gitana.

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