Los exiliados del Viaducto

El Mundo, LUIGI BENEDICTO BORGES, 11-07-2009

Polémica. Las rejas colocadas por el Ayuntamiento de Madrid bajo el puente no han impedido que varios mendigos continúen durmiendo en la zona Es una forma de gastar sin sentido». Así de rotundo se muestra José a la hora de opinar del enrejado colocado por el Ayuntamiento de Madrid bajo el Viaducto para impedir que duerman allí los indigentes.


José era uno de los que pernoctaba bajo la edificación todos los días desde el pasado mes de marzo. La del lunes fue su primera noche alejado del que había sido su dormitorio. Aunque la mudanza fue corta. Esa noche, él y algunos de los mendigos que dormían en la parte derecha del Viaducto, mirando hacia el río, decidieron trasladar sus cartones a escasos dos metros del enrejado, todavía apoyando sus espaldas contra las paredes de la construcción. Ahí es donde han continuado durmiendo el resto de la semana.


«El problema es que antes nos acostábamos en el césped y ahora en los adoquines. Son bastante incómodos y los notas aunque pongas cartones», se queja José. A su lado, dormitan otras seis personas, apenas un tercio de los que dormían en la zona la semana pasada.


«La mayoría han decidido buscarse otro sitio en el que pernoctar, quizá porque creían que ya no iban a poder pasar aquí más noches», repite José tirado en un cartón, mientras se coloca los auriculares de su MP3.


Sus acompañantes escuchan sus opiniones mientras se acomodan en el suelo. Su interés por las palabras de este cuarentón de nacionalidad española aumenta cuando comenta que los mendigos nunca han recibido quejas ni de los vecinos ni de los turistas. «Sólo hay una vecina que se queja mucho de nosotros y que, por lo visto, tiene mucha mano en el Ayuntamiento», sostiene José mientras asienten sus compañeros.


Minutos después, quien se lanza a explicar sus vivencias es Padr Lahlou, un caso atípico entre los sintecho de la ciudad. Se conoce al dedillo las zonas donde se puede dormir gratis en la región, pero su vestimenta no tiene nada que ver con la de un indigente. Vestía zapatillas deportivas, vaqueros y camiseta a la última moda, aunque lo que más destacaba era su impecable peinado. No por nada, Lahlou es peluquero.


«La vida te da un caramelo en la boca y luego te lo quita», decía con una sonrisa antes de resumir su vida desde que dejó su Tetuán natal para venir a España en 1999. Entonces tenía 24 años, y desde ese momento no ha parado. Ha vivido en Granada, Algeciras, San Sebastián y Rotterdam (Holanda). Ahora duerme bajo el Viaducto, pero pronto empezará a trabajar en Alcalá de Henares.


«En 2004 toda esta zona estaba llena de gente: bajo el Viaducto, en el aparcamiento, incluso en los árboles o en el parque del Emir Mohamed I. Pero empezaron a echarnos agua y a venir la Policía a las siete de la mañana para despertarnos», criticó.


Lahlou fue interrumpido por José. «No hay derecho a que el Ayuntamiento se gaste 60 millones en papeleras y luego apenas destine un millón y medio para servicios sociales. Y eso por no hablar de lo que se están gastando para conseguir los JJOO. Pero claro, dice que los del Samur Social vienen cada 15 días, y aquí no aparece nadie desde que se acabó el invierno», concluyó José.


Botellón contra el sueño


La situación es habitual en el nuevo alojamiento de los mendigos del viaducto. En una esquina junto a las rejas, un subsahariano descansa pegado a un ciudadano asiático con gorra y la camisa levantada. El hombre de raza negra viste arreglado, con pantalones de pinzas y camisa. Aprovecha la luz de una farola para leer libros en francés. Como almohada utiliza un maletín. Y cada vez que se dispone a dormir tiene que pedir a un grupo de compatriotas que bajen la voz. Éstos, a falta de otra cosa mejor que hacer entrada la noche, acostumbran a retrasar el sueño practicando el botellón con vino y refresco de cola.


No son los únicos ruidosos. Pasada la medianoche, en la zona sólo se escucha el paso fugaz de algunos coches por la calle Segovia y el retumbar de las conversaciones al otro lado del viaducto. Allí, los cascotes de una obra y la terraza del Marula Café hacen que ningún indigente vea el lugar como un buen sitio para dormir.

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