La autenticidad del mar

Diario de noticias de Gipuzkoa, 09-07-2009

EL modelo de atención a menores que presentan problemas de conducta disruptivas no deja de ser fuente de controversia. El último episodio se registraba el lunes, cuando un incendio en el centro de Deba, al parecer intencionado, provocó el ingreso hospitalario de uno de los monitores. Episodios de esta naturaleza colocan en el ojo del huracán el trabajo a realizar con el colectivo más rebelde, sujeto a un sinfín de interpretaciones.

El antropólogo José Barrio defiende un modelo de atención que pasa por consolidar un binomio: “disciplina férrea, pero ofreciéndoles cosas”. Lo dice el experto, porque tiene la sensación de que los chavales más problemáticos no acaban de interiorizar qué se les ofrece, y se muestran, en ocasiones, reivindicativos, protestantes y contestatarios, con un interés por conseguir las cosas de modo inmediato. “No se puede trabajar con estos chavales en hoteles, como se les aloja en ocasiones, ni en centros cerrados herméticos, como ocurre en Hendaia”, expone Barrio.

Son los dos extremos que vienen a demostrar que el modelo “no funciona”. El terapeuta defiende a capa y espada el trabajo en un medio natural, como en su caso es el mar. “Es el más auténtico de todos los medios para trabajar las anomalías sociales. Hasta que tuvimos que suspender el programa por quedar el velero varado, les ofrecíamos masajes, el sonido tibetano… es decir, un intercambio personalizado de la educadora con cada uno de ellos. La disciplina siempre ha estado ahí. Tenían que salir a las 8.00 horas a desayunar, hacer sus literas. Era un intercambio, yo te doy tú me das, un sistema de trabajo que necesita de meses con el que no hay que bajar la guardia”.

Para este antropólogo la premisa para comenzar el trabajo pasa por conocer los pormenores de la cultura con la que se va a trabajar. “Los programas fracasan porque realmente no se conocen esas culturas, como la marroquí, y las respuestas que hay que darles. Ahí falla algo, y no se soluciona con poner un monitor magrebí”, sostiene este terapeuta, que desde los años 70 trabaja en cuestiones relacionadas tanto con la inmigración como con las toxicomanías y la delincuencia juvenil.

Para que un chaval pueda aceptar unos masajes, por ejemplo, como los que se ofrecen en este proyecto, es preciso que el joven comparta de alguna manera el proyecto en el que participa. Por eso insiste en que la exigencia que hay que tener con ellos debe ir acompañada de cierta flexibilidad, aunque pueda parecer una paradoja. “Hay que dar, y ése es el problema, que no se está dando”, recalca.

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