ANÁLISIS

Los genocidios silenciosos de Pekín

El Mundo, DAVID JIMÉNEZ, 07-07-2009

La injusticia que supone medio siglo de represión, asimilación cultural y ocupación en el Tíbet cuenta con el (casi) atenuante de que al menos el sufrimiento de su gente no ha caído en el olvido. O no del todo. El misticismo que rodea el antiguo reino del Himalaya, el carisma del Dalai Lama y la irresistible atracción de Hollywood a las causas perdidas ha mantenido al Tíbet de actualidad.


La Región Autónoma Uighur sufre el mismo trato por parte de Pekín, con la diferencia de que a nadie parece importarle. Los límites a la libertad religiosa, las detenciones sin garantías judiciales y la constante presencia de las fuerzas del orden en la vida diaria son, sin embargo, males secundarios ante la más demoledora de las armas que el régimen comunista emplea para mantener bajo control a sus dos grandes provincias rebeldes. Es la política migratoria o lo que las organizaciones humanitarias describen simplemente como un «genocidio silencioso». El masivo traslado al Tíbet y a Xinjiang de miles de chinos de la etnia mayoritaria han – a quienes se otorgan privilegios que les hacen prosperar por encima del resto – ha marginado a los habitantes originarios y erosionado de forma irreparable su identidad. En Lhasa y Urumqi, las capitales regionales, los locales son ya una minoría frente al empuje de la diáspora china. La tensión entre la población autóctona y los recién llegados, siempre latente, explota de vez en cuando y crea incredulidad en una población china que desconoce, gracias a la censura, el trato que Pekín otorga a las minorías.


El régimen ha acompañado la represión con ambiciosos planes de desarrollo que han mejorado carreteras y hospitales. Unas transformaciones que a menudo han pasado por encima de las tradiciones locales. El último ejemplo ha sido el comienzo de la demolición de hasta el 80% de la Ciudad Antigua de Kashgar, histórico mercado de la Ruta de la Seda, dentro de un plan para dispersar a la población uighur, de religión islámica y lengua turcófona, es decir étnicamente cercana a Asia Central. La región había formado parte del Turkestán antes de que Rusia y China se la repartieran en el siglo XVII. Después vivió varias declaraciones de independencia hasta la invasión de Mao en 1949.


La justificación de Pekín para invadir, ocupar y dominar a tibetanos y a uighures no es nueva: la necesidad de liberar a sus pueblos – no importa que no lo hayan pedido – y ofrecerles todas las virtudes de una civilización que ni aceptan ni desean. En su libro The Chinese, Jasper Baker describe al país como «el último imperio que todavía se mantiene en pie». No estaría de menos que en Washington o Bruselas tomaran nota de lo que está dispuesto a hacer para seguir siéndolo.


Corresponsal en Asia

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