El debate

El Correo, CARMEN RIVERA, 30-06-2009

U nas sentadas en un banco y otras de pie, bajo la cubierta de una parada de autobús rural, una desamparada mampara entre pinos en pleno monte, muy de mañana que es cuando pasan los coches de línea. Un grupo de mujeres a la espera del autocar debatía a voz en grito sobre uno de los temas candentes que preocupan de siempre a las gentes y más ahora que estamos en crisis. Tres de ellas, mulatas procedentes de distintos países de América latina. Inmigrantes que acabaron casándose con un hombre de pueblo español, un campesino, y formando una familia en el lugar más inimaginable, el más apartado de sus perspectivas, un villorrio perdido de la Madre Patria.

Ellas tres, las extranjeras, acabaron por tener nacionalidad española pero se vieron reducidas a disfrutarla en clave de una España de terrón y berza donde no llega un periódico jamás. Y habían emigrado las tres mestizas desde populosas ciudades del continente sudamericano, metrópolis famosas. Eran urbanitas en esencia y ahora estaban aisladas del mundo. Nunca ninguna había visto tan de cerca una vaca cuernilarga, y la mayor de ellas contaba que al llegar a esta nueva tierra preguntó a sus suegros si tenían ‘carro’ y la condujeron a la cuadra de las bestias para mostrarle el jubilado carro de los bueyes.

Manifestaba el trío de inmigrantes su enojo porque cada día fueran más insistentes los desprecios y el rechazo verbal hacia los venidos de fuera, acusados de ser los culpables del paro ascendente. Las que eran españolas, ay, de toda la vida, les daban la razón y apoyaban a las sudamericanas gritando con un ímpetu innecesario en medio de la nada de una carretera vacía. Se solidarizaban así con las inmigrantes más que nada porque ellas mismas habían dejado media vida de sudores en Suiza y Alemania. Las naturales de esa comarca española habían partido del campo hacia urbes incomprensibles en las que para comer cerdo debían primero imitar a los cochinos.

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