La capital de las paradojas

El Periodico, jOSEP Borrell *, 21-06-2009

Cuando los nuevos eurodiputados lleguen a la torre de Babel del Parlamento, el barrio europeo de Bruselas volverá a animarse. Los cientos de periodistas que siguen los asuntos comunitarios afilan ya las crónicas en las que relatarán las peripecias de la composición de los grupos políticos y de la elección/reelección del presidente de la Comisión.
Pero unos y otros seguirán viviendo en un mundo aparte de la Bruselas real, una ciudad paradójica con enormes desigualdades.
Cuando hace 20 años España entró en la Unión Europea y empecé a frecuentarla para asistir a los Consejos de Ministros, Bruselas era una gran aldea provinciana, lluviosa y gris. Hoy es una ciudad mundializada a la que la inmigración y las instituciones le han dado un ambiente cosmopolita, y el cambio climático, un aire mediterráneo.
Pero en el tránsito se ha convertido en un patchwork de barrios ricos y pobres que se pegan unos a otros. Los belgas se han ido a vivir a las afueras, los turistas invaden la Grand Place y los distintos grupos sociales/nacionales se concentran en espacios propios, como Matonge, el barrio africano cercano al Parlamento Europeo en el que uno se podría creer en Kinshasa. Saint – Josse, un barrio inmigrante que bordea el barrio europeo, es una de las zonas más pobres del país. A pocos kilómetros, el de Woluwe, en cuyas cuidadas villas viven muchos eurócratas, es uno de los más ricos.
Bruselas tiene también su movida, con una vida cultural original y vibrante. De ella participan los más de 250.000 empleados de sus 2.000 empresas extranjeras y le son totalmente ajenos los 250.000 desheredados que viven en la pobreza.
Bruselas y su periferia producen una tercera parte del PIB belga, pero antes de la crisis también tenía un paro del 17% y no sé en cuánto debe estar ahora. El paso de una ciudad industrial a una de servicios que requiere personal cualificado y políglota ha marginado a muchos inmigrantes. El 30% de los jóvenes de menos de 25 años no trabajan, y entre los de origen extranjero esa proporción se acerca al 50%. Según Eurostat, solo Sicilia y los territorios franceses de ultramar están peor.
Pero esa inmigración ha sido, y todavía es, la savia viva de la demografía bruselense. Un tercio de la población es de origen extranjero y solo el 20% de ellos ha accedido a la nacionalidad belga. El nombre que más se utiliza en los registros civiles de Bruselas es Mohamed y el segundo es… Fátima.
Para completar el desconcierto, les diré que en realidad Bruselas no existe. Así se llama un pequeño municipio central dentro de un conglomerado de 19 entidades con amplia autonomía y cada una con su alcalde. Es la capital oficial de la región flamenca, aunque solo una minoría de sus habitantes, el 15%, habla ese idioma y en su periferia las tensiones lingüísticas son muy evidentes. Te puedes encontrar con que no te contesten si te diriges en francés… salvo que te identifiques como no – belga.
Internamente balcanizada por las diferencias en la renta y en los orígenes de sus habitantes y capital de un estado que se deshilacha, quizá no sea por casualidad que Bruselas también sea la capital de una Europa diversa que no encuentra el camino de su unidad.

* Europarlamentario.

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