Relojes que atrasan

El Periodico, JOAN BARRIL, 12-06-2009

Las noticias casi siempre suelen ser malas noticias. En el escalado de las malas noticias hay unas unidades de medición que establecen su importancia. Una unidad de medida de la noticia es el dinero, ganado, perdido o invertido. Otra unidad de medida son los muertos. Y en este caso se establece una división clara: valen mucho más los muertos próximos, blancos y de clase media que los muertos lejanos, desarrapados, oscuros que viven bajo techos endebles. Pero en este sistema de medición de la importancia de la noticia no existe la unidad métrica del desastre moral.
El desastre moral no puede cuantificarse. Se trata de un cataclismo noticioso que nos provoca decepción, escepticismo y desmovilización. Un desastre moral siempre tiene que ver con el diferencial de las expectativas depositadas en una causa, una institución o una persona y la realidad cruel de las noticias que se nos ofrecen de esas causas o esas instituciones.
Eso es lo que debe estar pasando en París y, por ende, en el resto del mundo, cuando se ha sabido que el presidente de SOS Racismo, Dominique Sopo, está siendo investigado por presuntos traspasos de fondos a las cuentas del diputado socialista Julien Dray, miembro fundador de esa prestigiosa oenegé que no por esas conductas debería perder ni su prestigio ni su nobleza.
De confirmarse esas acusaciones, no sería la primera vez que un diputado socialista se olvidara de su ideología para dedicarse a sus lujosos caprichos. Por lo visto, a Dray le gustan los relojes caros, mejor dicho, carísimos. Y es precisamente por la adquisición descarada de esas máquinas del tiempo que llevaba en sus muñecas por las que Dray empezó a ser investigado. Se necesita mucho tiempo y mucho trabajo para comprarse un reloj de 38.000 euros. Dray tiene inmunidad parlamentaria, pero el mal ya está hecho.
Ese es el ejemplo de desastre moral. Los mismos que en su día fundan una asociación para evitar la discriminación de los ciudadanos por sus orígenes de raza acaban pervertiéndola estableciendo una nueva discriminación entre el top – manta y las joyerías de lujo. El mal que supuestamente ha hecho Dray a su partido y a la organización que fundó no se puede cuantificar.
Porque en el mundo hay mucha gente movilizada precisamente por la causa de esa oenegé. SOS Racisme de Catalunya ya ha advertido que no tiene nada que ver con su homóloga parisina. Conociendo la honestidad y la dedicación de alguno de sus integrantes, esa advertencia no era necesaria. Las causas de verdad necesitan ciudadanos de verdad que se muevan más a pie de calle que en los despachos oficiales. Lo de esa oenegé parisina y sus travesuras dinerarias es una abyecta excepción que en nada ha de salpicar la sensibilidad y la práctica antirracista de tanta gente. Pero, sin duda, el mal siempre es gaseoso y tiende a expandirse hasta ocupar todo el espacio. Si se confirma la culpabilidad de los implicados, podrá decirse que nunca tan pocos hicieron tanto contra tantos.
El desastre moral de este caso consiste en haber introducido en la ya débil conciencia ciudadana un pretexto de sospecha para la pasividad. En tiempos de crisis, cuando el trabajo se convierte en una materia escasa, el racismo laboral se alimenta de la desesperación local. El antirracismo no se ha de demostrar en la lejanía, sino a la vuelta de la esquina. Queda poco tiempo para la fractura social. Pero no es con los relojes de Dray con los que vamos a detener la historia.

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