Sin perdón

El Correo, FÉLIX MADERO, 12-06-2009

No sé ustedes, pero yo no he podido mantener la mirada más de cinco segundos en el joven boliviano que ha perdido el brazo. La historia la conocen y ha sido bien contada. Hacen bien los periódicos aireando el gesto afectado del hombre que a los 33 años se ha quedado sin su brazo izquierdo. El golpe es contundente, y obliga al más frío de nosotros a plantearse qué estamos haciendo con los más débiles. Ya, ya lo sé. Siempre que escribo en esta dirección recibo la respuesta de gentes decididamente xenófobas y suficientes que me invitan a que trabaje con los inmigrantes y luego hable.

Cuando ocurre esto, echo mano de José Antonio Marina, que recuerda que no todas las ideas son respetables. Algunas – la xenofobia, por ejemplo – son repulsivas y merecen y deben ser combatidas. Lo único respetable son las personas, nada más. Por eso digo que no hay perdón para los que han tratado al joven boliviano Franns Rilles como a un perro sin dueño. No hay perdón para los que todavía esclavizan a ciudadanos indefensos con sueldos miserables y sin ningún tipo de garantías.

No me tranquiliza saber que no soy el desalmado panadero en cuyo negocio Franns perdió su brazo. No soy yo quien lo dejó tirado a 200 metros de un hospital con un muñón ensangrentado y dolores inimaginables. Tampoco quien le ordenó: cuenta que ha sido un accidente. No me tranquiliza porque hay algo que me dice que no soy ajeno del todo a esa frialdad con que convivimos con gentes muy castigadas por la vida. Digo la vida, pero la vida aquí tiene cara de prójimo.

Hay dos circunstancias que me asfixian como ciudadano. La primera, cuando intento ponerme en la piel del chico boliviano. Me pregunto sobre su miedo al llegar al hospital y recordar lo que su patrón le dijo: ‘Di que ha sido un accidente. No hables de mí’. Y eso fue lo que este hombre que trabajaba 12 horas por 700 euros hizo. La segunda, aparece en la pantalla del ordenador mientras escribo. Dice que el Real Madrid va a pagar 94 millones por un jugador. Y entonces pienso en el chico sin brazo, en su sueldo, en su mala estrella. Pienso en el brazo tirado al cubo de la basura por su patrón, como una barra de pan duro. Pienso en cómo le abandonaron. Y pienso también que no hay perdón para quien no es capaz de sentir el dolor del otro. Tampoco para nosotros, que pasamos de una noticia a otra sin más contemplación. Pienso, por último, que quizá algún día comí el pan que Franns amasó con sus dos manos. Y entonces me quedo sin palabras. Sin argumentos. Sin perdón.

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