El sacacorchos

La sombra de la sospecha

Deia, Jon Mujika, 11-06-2009

Hoy les parece el Everest, pero hay que advertirles que a la vuelta de la esquina les esperan cientos de Himalayas. Miles de jóvenes cruzan estos días el Rubicón hacia la Universidad, los talleres de formación o las colas del paro. Para hacerlo han de superar el trance de la Selectividad, un examen exhaustivo que ha despertado, durante décadas, un odio insólito a Sócrates y Platón. Pende sobre el cuello de la aterradora prueba la guillotina del plan de Bolonia, que ha puesto fecha de caducidad al invento. Durante años, la cuerda de bachilleres ha esperado con pavor el baile de décimas en el expediente académico, circunstancia que despertaba altas fiebres. No en vano se jugaban a los dados no ya una nota sino una vocación pendiente del latinajo más odiado a los 18 años: numerus clausus. Para muchos de quienes participan, ayer y hoy, en la selectividad último modelo, ése es el problema más grave de sus vidas. Hay otros, claro está, pero en estas 48 horas e difuminan entre los libros de texto. ¡Que tengan suerte!

Quizás porque nunca tuvieron al alcance un manojito de estudios o porque la perra vida los trató como a hijos propios, hay una colonia de magrebíes que se ha instalado entre los nuestros con un único examen por aprobar: cómo delinquir y esquivar la cárcel al unísono. Los jueces, por cuya mesa pasa lo más granado del lumpen bajo – los barrios altos de la delincuencia encalan sus malas mañas con largas fianzas – , aseguran que quienes mejor les conocen, las diversas policías que nos protegen, se quejan de que son los malos más malos, los number one de la vida peligrosa. Lo han dicho sin miedo a ser tachados de racistas o xenófobos, que lo serán, sino con todas las de ley. Algunas voces aseguran que sobre estas comunidades siempre se cierne la sombra de la sospecha. Es lógico. En los días soleados buscan una tapia en la que ocultarse para asaltar a sus víctimas. No quiere decirse aquí, válgame Dios, que todo magrebí sea un delincuente, pero la terca realidad de los números se empeña en demostrarnos que muchos de los delincuentes son magrebíes. Taparse los ojos a esta evidencia sólo facilitará su trabajo: no les veremos venir con su herramienta de trabajo plateándoles en la mano y los ojos inyectados.

Quizás la vida les trató como a perros pero hay magrebíes en Bilbao que sólo estudian el próximo delito

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)