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Algo peor que la esclavitud

La Voz de Galicia, 11-06-2009

Cuando están tan recientes los crímenes de Mari Luz o de Marta del Castillo, es difícil decidir cuál es la historia más inhumana de este país. Pero, en el ámbito laboral – mejor dicho, en el de la explotación – , la más cruel es esa que ayer nos espantó a todos: la de Franns Rilles, el boliviano que perdió su brazo en una amasadora y su patrón lo tiró a un contenedor y dejó a la víctima a doscientos metros de un hospital. Ha tenido que ocurrir la tragedia para que saliera a la superficie lo más oscuro del trabajo del inmigrante y lo más indecente de algunos empleadores: los horarios de esclavitud, el salario de miseria, la negación de derechos básicos o la ausencia de todo tipo de contrato que le permita al inmigrante vivir como una persona.

Todo eso ocurre en este país, y no sabemos en cuántas empresas o en domicilios privados, donde millares de inmigrantes prestan sus servicios. Los explotados son ciudadanos que han venido en busca de pan, y se encontraron con españoles sin escrúpulos que se aprovechan de su precariedad, funcionan con dinero negro, nutren la economía sumergida, evaden impuestos y tratan al trabajador como una herramienta sin alma. Y así pueden y quieren estar todo el tiempo posible, porque su empleado aceptó esas condiciones, está acobardado en un país extraño, no tiene un sindicato que lo respalde y, atenazado por el miedo al futuro y a la represalia, no se atreve a denunciar. A lo peor incluso está agradecido de que ese explotador le permita trabajar.

Hasta que un día se produce el accidente laboral, como le ocurrió a Franns. Ese día, el empleador trata de desentenderse de su mercancía. Coge el brazo, y lo tira al contenedor: ¡basura! Y, como Franns se puede desangrar en su panificadora, también lo coge y lo tira cerca del hospital. Vuelve a la empresa, limpia la sangre y hasta ayer, que la crueldad salió a la luz: no ha vuelto a interesarse por la víctima. Para su desalmado corazón era más importante la multa que le iban a poner que salvar el brazo de su esclavo o acompañarle en urgencias.

Es el último caso de esclavitud y el último ejemplo de negrero que conocemos en la España del siglo XXI. Espero que alguna ley castigue de forma ejemplar a ese tipo, para escarmiento general. Espero que este suceso haya conmovido tanto a la opinión pública que se empiecen a denunciar situaciones laborales parecidas y no queden patrones que se arriesguen a dar trabajo precario en esas condiciones. Espero que este ejemplo llegue a la conciencia de quienes dicen escandalizarse cuando se dan papeles a un inmigrante que trabaja honradamente en este país. Y espero, finalmente, que tengan la misma intransigencia con esos casos de falta de humanidad.

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