Entre inseguridad e histeria

Diario de noticias de Gipuzkoa, 08-06-2009

lA preocupación por el incremento de delitos que se ha registrado en Donostialdea comienza a desatar una “histeria ciudadana” de la que rehuye un número creciente de agentes. La sensación de inseguridad es evidente. Los navajazos, las broncas y peleas parecen repetirse con más frecuencia de la acostumbrada, pero los policías consultados no ocultan que, aunque preocupante, el fenómeno se ha “sobredimensionado”.

En la diana de la ira ciudadana se ha colocado al colectivo magrebí. La Policía lo constata. “Un sábado típico se salda con tres o cuatro marroquíes detenidos y un latinoamericano por algún caso de violencia de género”, asegura un agente con varios años de oficio. Es consciente de que dicho así resulta un discurso políticamente incorrecto , poco integrador, pero se limita a dar cuenta de un fenómeno registrado todos los sábados con una cadencia matemática.

Este profesional subraya con igual intensidad una realidad que resulta no menos frecuente: el sórdido escenario que rodea las vidas de estas personas. “Hay magrebíes mayores de edad que viven como las ratas. Es una situación que se repite por toda la capital. En un solar abandonado que hay en el barrio de El Antiguo vivían ocho magrebíes. Sin agua corriente, sin luz, sin la más mínima higiene. Comían y hacían todas sus necesidades allí”, relata un agente que tuvo que frecuentar la zona hasta que la constructora se vio obligada a demoler el edificio.

asentamientos

“Como animales”

Los vecinos del barrio de Gros también conocen de cerca las condiciones que rodean al colectivo. Tres locales ubicados en la calle Miracruz han sido escenario reciente de asentamientos magrebíes. “Estaban en unas condiciones peores que los animales”, describe un agente. Acostumbraban a acumular restos de comida en bolsas que dejaban junto a sus camas, por llamarlas de algún modo, y cuando el olor resultaba insoportable, cambiaban de habitación. Las quejas vecinales fueran una constante y la Policía se vio obligada a redactar un sinfín de informes hasta conseguir lo que son hoy: tres bajos tapiados.

Vivir en estas condiciones aboca irremediablemente al delito, opina otro policía. “Es normal que acaben robando, pero nosotros no somos Cáritas, somos policías”, confiesan dos agentes que comulgan con la misma opinión: el incremento de capítulos delictivos “no justifica la histeria que estamos viviendo”.

Las calles no son lo que eran, pero quizá no hayan cambiado hasta el extremo que percibe la sociedad. “Yo así lo veo. Hay una especie de histeria. Se dan casos totalmente irracionales”, asegura un policía que sustenta a renglón seguido con una vivencia esta impresión. Le ocurrió hace poco junto a su compañero, patrullando por la Parte Vieja un jueves a la una de la madrugada. Les paró una señora para pedirles que le acompañaran hasta su casa porque tenía miedo. “Le dijimos que continuara, que le seguíamos por detrás. Al final de la calle San Jerónimo, en el cruce con la 31 de agosto, la señora se dio la vuelta y volvió de nuevo hacia nosotros con cara de pánico. ¿Qué pasa señora?, le dijimos. Venían dos marroquíes andando tan tranquilos”, detalla el agente, que procedió a identificarles. Eran dos hombres mayores de 40 años que no habían ocasionado el menor problema.

El miedo es libre, pero los policías consultados advierten del peligro de establecer “una imagen que vincula al marroquí con el violador y el delincuente, algo que no es así por sistema. Hay delito, pero también un sobredimensionamiento”, recalcan.

Donde sí parece haber consenso es en el deterioro de la convivencia que se percibe desde hace tiempo en la calle, un fenómeno que no cabe tipificar como delito, pero devuelve una imagen de cierta fractura o desgaste social. Vecinos del centro de Donostia relataban hace unos días a este periódico el caso. Una señora paseaba por los jardines del Boulevard cuando un ciudadano extranjero, completamente borracho, se puso a mear frente a ella. La mujer le afeó la conducta. El suceso no pasó desapercibido para nadie, y una patrulla se lo acabó llevando.

Los agentes experimentados aseguran que la mayor parte de los casos que atienden responden a ese perfil que, como mucho, acarrea una multa de la ordenanza municipal. Hay también quejas frecuentes de vecinos donostiarras que se disponen a entrar en su casa y se topan con un indigente durmiendo en el portal, “otro motivo habitual de miedo”, expresa un policía.

escalada de hurtos

Adiós a la cartera

Lo que sí se han disparado son los hurtos de bolsos y carteras en establecimientos hosteleros. Hace diez años, según las fuentes consultadas, no había tantas sustracciones y, en este sentido, el voladizo de La Concha se ha convertido en un lugar recurrente para el pillaje. Los fines de semana, los jóvenes acostumbran a hacer botellón en la zona, y “los magrebíes encuentran aquí el alcohol gratis”.

El ambiente que se crea posteriormente es propicio para el robo fácil. De hecho, según constatan fuentes policiales consultadas, en los dos últimos años han sido numerosas las personas que se han quedado con lo puesto mientras se bañaban durante la noche. “Nos ha pasado patrullando a altas horas. Ir con el compañero en el coche y cruzarnos con dos tíos en pelotas. Un día nos dimos la vuelta y nos encontramos con dos franceses que venían por la calle tapándose como podían. Se habían metido en La Zurriola y les habían robado absolutamente todo”, detalla un agente.

La semana pasada, cuatro chicas jóvenes se mojaban los pies en la orilla de La Concha. Una patrulla de Policía identificó a diez marroquíes en el entorno. “Les tuvimos que echar de la playa porque ya no te fías. A las pruebas nos remitimos. Procedes luego a la identificación de cada uno y te sale que arrastran cincuenta actuaciones con nosotros”, aseguran.

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