Varadas a mitad del sueño

Marruecos es la gran sala de espera de la inmigración hacia Europa, un lugar donde cientos de mujeres viven sin derechos y obligadas a prostituirse para saldar su deuda con las mafias

El Correo, PAULA ROSAS, 31-05-2009

Salimata tardó más de cuatro meses en cruzar el desierto y llegar a Marruecos. Estuvo diez días andando por arena y piedras, por un vacío enorme. El resto lo hizo en autobús junto al proxeneta nigeriano que la captó, el «patrón», y otras infelices como ella. Su sueño era llegar a Europa. Trabajar en una casa, en una peluquería. Donde fuera. Poder enviar dinero a sus tres hijos que, huérfanos de padre, habían quedado al cuidado de los abuelos en Mali. «Allí ganaba algo cosiendo, pero no era suficiente», asegura.

La historia de Salimata es la de otras muchas mujeres inmigrantes. Doblemente marginadas y vulnerables por su condición de subsahariana y mujer, sufren abusos inimaginables en su largo camino hacia ‘El Dorado’. Violaciones, torturas, abortos forzados, pérdida de hijos. Cuando llegan a Europa su destino son los prostíbulos de carretera, los oscuros polígonos industriales, la esclavitud sexual y sin papeles.

Pero primero hay que llegar. Estancadas en la gran sala de espera de la inmigración en la que se ha convertido Marruecos, cientos de mujeres subsaharianas viven sin derechos, sin poder denunciar su situación y sin más remedio que pagar su deuda hombre a hombre. «El patrón llegó a buscarme a mi casa, en Segú. Me dijo que me daría trabajo limpiando, y que viviría bien», recuerda Salimata, y mira desconfiada por la ventanilla de coche, un sitio protegido de las miradas ajenas donde ha aceptado hacer esta entrevista.

Su vida ahora se reduce a las cuatro paredes de la pequeña habitación donde vive en Rabat y al colchón donde trabaja. Ella no lo sabe, pero su deuda, como la de otras muchas mujeres subsaharianas que han caído en las redes de trata de blancas, alcanza los 50.000 euros, según los testimonios recogidos por organizaciones de derechos humanos. Le llevará años pagarla aunque ahora, estancada en Marruecos, no ve futuro más allá del día a día.

«Las redes de trata de personas son ya las que más dinero manejan después de las de tráfico de armas en el mundo», explica Jorge Martín, coordinador médico de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Marruecos. Desde que las fronteras de Europa se han reforzado, emprender en solitario el camino de la emigración es imposible, por lo que muchas más personas recurren a estas redes.

Salimata cruzó la frontera entre Argelia y Marruecos por Uxda, la puerta de la inmigración que quiere llegar Europa. Cuenta que a su paso por el bosque de Uxda ella y las otras chicas fueron secuestradas por un grupo de nigerianos que se ha apoderado de la zona. Nadie entra ni sale sin su permiso allí donde sólo impera la ley del más fuerte.

«Pidieron un rescate de 5.000 euros. Las chicas que tenían familiares en Europa y pudieron pagar fueron liberadas. Las demás estuvimos allí un mes. Fuimos violadas por todos, todos los días», dice, mientras muestra una gran cicatriz junto al cuello. «Casi no salimos con vida».

Realidad invisible

«Las redes nigerianas están muy bien estructuradas, llevan mucho tiempo», explica Martín. Sin embargo, hasta 2005, año de los asaltos masivos a las valla de Ceuta y Melilla, el tráfico de personas con destino a Europa ha sido prácticamente invisible. Sobre las mujeres se sabe aún menos. «Es muy difícil llegar a ellas. Desconfían de todo el mundo y las redes las tienen escondidas», reconoce el representante de MSF.

Los caminos de la inmigración están bien documentados. Según un estudio realizado por Women’s Link Worldwide (WLW), una vez captadas las mujeres emprenden un camino que puede durar años. Salimata fue «afortunada». Tardó cuatro meses en llegar a Marruecos, donde lleva ya dos años.

El estudio, titulado ‘Los derechos de las mujeres migrantes: una realidad invisible’, es el más completo realizado hasta la fecha sobre el colectivo de subsaharianas a su paso por Marruecos. En él, disponible en Internet en la página de la asociación, se cuentan testimonios desgarradores de mujeres fuertes, que han sobrevivido a todo, a guerras, a los abusos más inhumanos, pero que aún mantienen la esperanza de una vida mejor. Y también de las que no han aguantado y han perecido por el camino, como Precious y su hija de cinco años. Ambas murieron ahogadas en 2008 cuando agentes de la marina marroquí acuchillaron la zodiac en la que se habían embarcado camino de Almería, según denunciaron los inmigrantes que sobrevivieron.

Una vez en ruta, sin documentación, sus vidas están en manos de los «maridos del camino», los hombres que las acompañan en el trayecto y que abusan de ellas a su antojo. El miedo a las represalias que puedan tomar estas redes contra sus familias en su país de origen las mantiene calladas. También los rituales de magia negra o vudú, otras de las armas de control que utilizan los traficantes.

Pero, para muchas, la deshonra del trabajo que realizan es suficiente. «¿Cómo voy a ir a la comisaría y contar lo que hago? Es una vergüenza», cuenta Salimata. Sin papeles y en un país que no concede protección alguna a las mujeres que toman la iniciativa de salir de estas redes, denunciar su situación puede tener consecuencias aún peores. «Conozco a mujeres que han estado en la cárcel hasta seis meses por ir a la policía», relata esta maliense de 30 años.

Todo para el proxeneta

«Para las asociaciones, las herramientas de las que disponemos en los países de tránsito son muy limitadas, porque no vas a animar a una persona a salirse de la red cuando está a mitad de camino», explica Martín. MSF, así como otras organizaciones como Cáritas o la iglesia Evangélica se dedican entonces a dar una ayuda ‘in situ’. Una especie de primeros auxilios. Algo de ropa, alojamiento, servicios médicos. «Las asociaciones están siendo instrumentalizadas por las redes, que conocen bien nuestras limitaciones. Así que cuando llegan a Rabat, por ejemplo, saben que esta organización les dará alojamiento, esta otra sanidad…», denuncia Martín.

Salimata vive en un pequeño cuarto de un barrio humilde de Rabat que paga el «patrón». Recibe unos 30 euros al mes para sus gastos. Todo lo que gana, unos 35 euros por servicio, debe darlo al proxeneta. Y cada día son cinco, diez o más. La estancia, iluminada tan sólo por una bombilla, es triste, aunque ella la mantiene limpia y ordenada. Un cartón con huevos y condimentos para la comida se apilan junto a un pequeño hornillo. Junto a la televisión, varios peluches humanizan la casa, también los posters en la pared de Shakira y de Avril Lavigne. «Me encantan», confiesa.

«Trabajo generalmente aquí. Si vas a casa de alguien quizás te encuentres a cinco hombres esperándote, y entonces no tienes escapatoria», explica. A veces esconde parte del dinero. «Aún no lo he contado. No quiero ni mirarlo. Pero algún día tendré suficiente y entonces me escaparé», asegura. Ese día volverá a Mali. El camino a Europa ha sido demasiado largo.

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