Mesa de redacción

Yasmín

Deia, 14-05-2009

HABÍA venido de Colombia, como la mayoría, para ganarse la vida, para encontrar un futuro con su novio Enrique o con otro hombre. Se comportaba como una mujer natural, con sus gustos, con sus rechazos, con sus costumbres. Intentando hacer de todo lo que le rodeaba una única unidad, el vértigo al que se enfrenta siempre cualquier inmigrante en tierra extraña. La dureza de lograr adaptarse a un entorno, a una lengua, a las personas, al viento, a la lluvia… Tantas cosas… Ahora, en este momento, todo es absurdo. Nada de lo que podamos decir reconduce el destino. Ha sido asesinada, ha tenido un funeral y ha sido enterrada. Su familia llora la pérdida y la sociedad olvida. Es terrible, pero olvida. Tal vez olvide por costumbre, el peor de los olvidos. Porque significa que no será la última mujer asesinada por un machista. Tal vez se olvide la sociedad porque hay otros asuntos que marcan las prioridades. Tal vez. Pero también se roza en este caso el error. Porque este tipo de asesinatos nunca, nunca, nunca, deberían caer en el olvido. Ni desde el aspecto social ni desde el político ni desde el institucional. Algunos nunca nos cansaremos de reclamar a todos los gobiernos que detenten el mando la necesidad de colocar en primer lugar la lucha contra la violencia de género. Porque el asesinato entre iguales basado en supuestos golpes de celos es propio de las cavernas. Igualdad… qué gran palabra pero qué sola circula. Entre todos debemos rellenar los huecos por los que se escapa la sangre que iguala. Entre todos debemos taponar las fugas que provocan navajazos mortales. Y todos debemos obligarnos a educar a los más jóvenes. Tolerancia, por favor. Igualdad, por favor. Respeto, por favor. Mujer y hombre en positivo. Es absolutamente necesario y urgente.

osubijana@deia.com

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