* Lupanar a cielo abierto - LUIS BENVENUTY * La noche de la reconquista de la Rambla - Ketty Calatayud El ejercicio de la prostitución amarga la vida de los vecinos de las calles colindantes a la Rambla

Lupanar a cielo abierto

La Vanguardia, , 04-05-2009

LUIS BENVENUTY – Barcelona

Los gemidos cruzan el silencio de la madrugada y se cuelan en los pisos: “Así toda la noche”
Conchi Perdigones, de 53 años, vive a escasos diez segundos a pie de la Rambla, en la paralela y angosta Aroles. “En los últimos la situación ha ido a mucho peor – lamenta-.Cada vez vienen más, y si les llamas la atención, las chicas nos insultan, nos amenazan…, cada vez son más agresivas. Dan miedo. Todo les da igual. Mi ahijado tiene 9 años. Me da vergüenza que venga a visitarme, que se encuentre las escaleras llenas de preservativos usados. Es un asco”.

Son las doce de la noche. Aparece un treintañero con una camisa blanca acompañado de tres adolescentes africanas. Una le acaricia, otra se arrodilla, la tercera mira a lado y lado una y otra vez. La escena se desarrolla entre unos contenedores de basura y un rincón. “Así todos los días. Algunos desde las ocho de la tarde – agrega Perdigones-.A veces coinciden varios clientes. Y tú caminas hacia tu casa agachando la cabeza, sin querer mirar más que al suelo. Porque todo pasa como si tú no estuvieras allí. Alguna vez he llamado a la policía. Pero no ha servido de nada. Ya me cansé de insistir”, relata esta vecina.

A escasos diez segundos a pie todas las terrazas del que fue conocido como el paseo más bello del mundo están atestadas de turistas apurando jarras de un litro. La Rambla bulle histérica. Los vendedores ambulantes ofrecen sus latas, su hachís, su marihuana, su cocaína de aspirinas machacadas. Las prostitutas subsaharianas se cuelgan del brazo de cualquiera, prometen el paraíso, lo susurran al oído.

“Ni siquiera los adictos a la heroína de antes nos lo hicieron pasar tan mal. Nunca estuvimos peor. Hasta los extranjeros con perros y flautas molestan menos”. Una de las adolescentes africanas se incorpora de manera abrupta y dice que el tiempo ha concluido. El treintañero con una camisa blanca y la bragueta aún abierta dice que eso no es lo acordado. Las jóvenes, de mala manera, elevando el tono, le dicen que se marche de una vez por todas. El hombre, arreglándose los paños, protesta. Pide que le devuelvan su dinero. Veinte euros, reclama enfadado.

“Las peleas, los gritos, las discusiones… se te meten en casa, y ahora con el buen tiempo ya ni podemos tener la ventana abierta – explica, unos pisos más arriba, el italiano Simone Usai, de 36 años-.Las chicas se pelean entre ellas, también con los clientes… A veces los chulos las apalean porque a lo mejor hace frío y no tienen ganas de trabajar. Todo este negocio está controlado por mafias. La violencia siempre está a un paso de desencadenarse”.

Un oscuro y fornido personaje gruñe desde uno de los extremos de la calle. Las adolescentes se reúnen con él. Luego regresan a la Rambla. El treintañero con la camisa blanca opta por marcharse, entre refunfuños, en sentido opuesto. El siniestro personaje se queda solo en mitad de la calle contando varios billetes.

“Yo, cuando mis padres van a venir a visitarme, me planto media hora antes y les digo que se preparen si no se largan en treinta segundos. Me da vergüenza que mis padres vean la realidad de donde vivo”.

Un sonido brusco, un golpe seco, indica que la puerta de la finca que da a la calle ha sido abierta. Pasos. Susurros. Gemidos que atraviesan el silencio de la madrugada y se cuelan en la intimidad de las viviendas. “Así toda la noche – dice indignado Primitivo Rodríguez-.Han descubierto que basta una patada para abrir la puerta de la finca. Luego sales de casa a las siete y media de la mañana y te las encuentras en plena faena. Tienes que pedir paso en el rellano. Yo las echo, y el otro día una me soltó que me iba a cortar el pescuezo. Luego sales a la calle y hasta los paletas de la obra de al lado te dicen que no habían visto nada igual”.

Los gemidos se interrumpen de modo súbito. Los pasos se reanudan. Las pisadas se pierden entre recriminaciones. Las subsaharianas salen a la calle seguidas a los pocos segundos de un joven turista anglosajón. Bebido, decepcionado, estafado. También se marcha en sentido opuesto. Lo hace profiriendo maldiciones. El oscuro, fornido y siniestro personaje vuelve a quedarse solo en la calle. La calle Aroles es tan estrecha que puede oírse el crujir de los billetes que cuenta. La violencia siempre está a un paso de desencadenarse.

“Te sientes fatal – agrega Hajida Hayad, de 42 años-.Así no se puede vivir. Bajas las escaleras llevándote unos sustos espantosos, contando condones usados, dándote cuenta de que cada día hay más. Y te sientes impotente, te deprimes… Es triste vivir con todo esto”. A escasos diez segundos a pie de la Rambla.

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