INCIVISMO - Los vendedores ambulantes de cerveza alcanzan la plaza Catalunya con su actividad y concluyen así la ocupación de toda la Rambla

La conquista del latero

La Vanguardia, LUIS BENVENUTY / RAÚL MONTILLA - Barcelona , 27-04-2009

Los vendedores ambulantes de origen pakistaní ya no se conforman con ofrecer sus latas de cerveza desde todas las esquinas del barrio del Raval, del Gòtic, del Born… Hace meses iniciaron la conquista de la Rambla. Y lo hicieron asomando la cabeza primero por la calle Ferran, también por las de Nou de la Rambla, Unió, Carme… Avanzando lentamente hacia el corazón de Barcelona, los asiáticos comprobaron que podían apostarse a las puertas del Liceu. Luego vieron que resultaba muy provechoso tararear lo de “cerveza, birra, beer muy fría” apoyados en la mismísima fuente de Canaletes.

Ahora toda la Rambla es suya. Ya han tomado su extremo más céntrico, su nacimiento. Ahora saben que lo mejor es plantarse en la salida de la estación de metro de plaza Catalunya, que desemboca en el que fue conocido como uno de los paseos más bonitos del mundo. Así lo hacen nada más caer el sol, cada jueves, cada viernes, cada sábado, cada domingo… “Cerveza fría”, dicen a los visitantes ocasionales que ascienden del subterráneo a través de las escaleras mecánicas. “Hachís, cocaína, marihuana”, agregan bajando el volumen de su voz con un tono mucho más clandestino.

Los jóvenes turistas se abastecen abundantemente. Aún no saben que se encontrarán con un centenar más de vendedores ambulantes reciclados en traficantes de drogas distribuidos por toda la Rambla, concretamente uno cada dos pasos.

La Vanguardia ya explicó ayer que una de las tarjetas de presentación más importantes de Catalunya está experimentado un proceso de degradación que no hace otra cosa que expulsar a los barceloneses. No apetece pasear entre vómitos y orines, donde imperan los aficionados al exceso y las prostitutas subsaharianas que asaltan a cualquier transeúnte llevando sus dedos a la entrepierna y, a veces, a la cartera.

Los pakistaníes que venden latas de cerveza a un euro, que no se preocupan de esconderse ni de la policía ni de los objetivos de las cámaras fotográficas, suministran el alcohol barato que desencadena el incivismo. Sus susurros se repiten una y otra vez por toda la Rambla. Todo está organizado en este aparente caos. Los vendedores ambulantes no llevan a cabo sus actividades desde la impunidad. Disponen de una estrategia que les permite que al final siempre cuadren las cuentas de su clandestino negocio. Son conscientes de que siempre se producirán decomisos y sanciones. No les importa que esté prohibida la venta ambulante, les da igual que no se pueda beber alcohol en la vía pública.

Las latas de cerveza las guardan en las papeleras, las alcantarillas y los desagües, así como bajo los vehículos aparcados. En frigoríficos, en almacenes, colmados y pisos bien cercanos. La cerveza, como prometen los pakistaníes, siempre está fría. Durante toda la noche, un asiático ataviado con un traje gris claro camina tranquilamente Rambla arriba, y luego, al cabo de varios cuartos de hora, Rambla abajo. Los lateros que se cruzan con él le entregan puñados de monedas y billetes. La recaudación queda así a salvo de cualquier posible encontronazo con la policía. Este individuo, aparentemente, se limita a pasear. De vez en cuando realiza alguna indicación. Los lateros obedecen con prontitud.

La presencia policial es patente a lo largo de toda la noche. Agentes de la Guardia Urbana, de tanto en tanto, de manera rutinaria, se hacen con una bolsa de supermercado llena de latas, identifican a un vendedor ambulante, tramitan una denuncia… mientras el resto de los pakistaníes, a muy pocos metros de donde se produce el decomiso policial, continúa ofreciendo droga.

Lo que ocurre es que buena parte de los estupefacientes que con tanto descaro ofertan no son más que goma quemada, orégano, aspirinas machacadas, cualquier cosa. De este modo, las consecuencias penales de una hipotética detención son mucho más leves. La mayor parte de los clientes de estos lateros son turistas de paso. Cuando los visitantes de fin de semana se dan cuenta del engaño, su borrachera les impide recordar qué pakistaní les dio gato por liebre. A pesar de ello, esta actividad es fuente de discusiones, peleas e inseguridad.

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