"Llegué aquí después de que asesinaran a dos compañeras a quemarropa"

Diario de noticias de Alava, t. díez, 26-04-2009

Las ‘maras’ salvadoreñas amenazaron a esta psicóloga por no emitir informes favorables en la cárcel

vitoria. La guerra en El Salvador, que entre otras miles de víctimas tuvo entre ellas al padre Ellacuría y a monseñor Romero, dejó el país desolado a comienzos de los noventa. Miles de campesinos habían huido a EEUU, donde sufrieron la marginación social y una guetización de la que sus hijos fueron las principales víctimas. Estos jóvenes, extranjeros en el país en el que habían crecido, formaron las temibles maras , las pandillas juveniles que hoy en día son un auténtico contrapoder en el país centroamericano.

El fenómeno se había salido de madre en Estados Unidos, con lo que los pandilleros empezaron a ser repatriados a cárceles salvadoreñas, como aquella en la que trabajaba María, por entonces con su auténtico nombre, como psicóloga. De los informes de estos trabajadores dependía la conmutación de la pena o la libertad provisional de los pandilleros, que encontraron en los huérfanos de la guerra “un vivero para captar gente” y crecer. María informó de lo que vio en esas cárceles, y ahí empezó su pesadilla.

“Nos vimos amenazados. Cuando vine aquí, en junio de 2005, ya habían asesinado a dos compañeras mías en la calle, a quemarropa. Empezaron a mandarme anónimos en los que decían que me iban a hacer pedacitos, me pusieron una cruz de madera en casa, me tiraron dos cócteles molotov a mi garaje. Me perseguían, tuve que cambiar de rutas y de casa, después de 25 años viviendo allí”.

María se resistía a abandonar su país, “con 46 años y la vida hecha”, pero la situación se volvió insostenible. Poco antes de venir a Euskadi, un tío de María que había recibido el mismo tipo de anónimos que ella desapareció, y a día de hoy no saben nada de su paradero. “Todavía tengo la duda de si mi trabajo tuvo algo que ver, porque al penal en el que trabajaba iba gente de la zona donde vivía él”, recuerda María. Ella resistió, hasta que “un amigo de la policía” le dijo que la estaban siguiendo y que tenía que salir del país cuanto antes.

Las amenazas habían comenzado en septiembre de 2004, y el 27 de junio de 2005 María ya estaba en Barajas. “Una compañera de la carrera vivía aquí desde hacía años, porque su padre era vasco. Así que vine para unos seis meses, hasta que pasara la situación. Fui a Heldu y luego a CEAR, hicimos la solicitud del asilo y fue aceptada, fue un caso raro. Me dieron una tarjeta amarilla que me dio lugar a poder trabajar y residir mientras me resolvían el caso, pero no podía salir de España. El trámite llevó año y medio, hasta que me dieron una respuesta negativa”, señala la psicóloga salvadoreña. María había pasado el primer filtro, pero de repente se convirtió en una ilegal. Logró un contrato de trabajo que le dio acceso al sistema, pero para una inmigrante como ella sólo había trabajo en el servicio doméstico.

Mientras, aún con la amenaza atenuada, María no se sentía, ni se siente, a salvo del todo. “Según los estudios del FBI, la Mara Salvatrucha y la Mara Dieciocho son las pandillas más grandes del mundo y están distribuidas en muchísimas partes, están en Barcelona y están en Madrid”, apunta María, que pese a residir tranquila en la CAV no las tiene todas consigo. La ausencia de fotos y nombres auténticos es una precaución necesaria mientras se disipa totalmente la amenaza.

Mientras se solventa su solicitud de arraigo, María percibe la Renta Básica y trata de homologar su título en Psicología. En Euskadi ha encontrado unos servicios sociales que le ofertan multitud de cursos gratuitos, pero la calderería no era una opción para una mujer que ha trabajado desde siempre con excluidos, y que lo sigue haciendo. Como voluntaria de Médicos del Mundo, “lo único que me ha hecho sentirme útil”, María atiende a inmigrantes “que tienen muchísimo potencial. Hay muchas mujeres y hombres con formación académica universitaria, que podrían ser una fuerza productiva para este país”. De entre todos esos inmigrantes ha conocido a muchos solicitantes de asilo, colombianos, por ejemplo, “pero a nadie a quien se lo hayan dado”.

María piensa en regresar, pero “no es lo mismo cuando se viene obligado. Si encontrara una posibilidad de trabajo en mi área igual lo valoraría, pero la situación es muy frustrante, no hago nada ni allá ni aquí”.

Al menos, en su país se respira una cierta esperanza. El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, la antigua guerrilla, ha ganado las elecciones y el traspaso de poder se está desarrollando con total tranquilidad.

“Hay mucha expectación ante el nuevo gobierno, se ha abierto una puerta y todos los que estamos fuera y los que viven allí tenemos mucha esperanza de que este gobierno estabilice el país”, señala. Su principal reto serán las maras. “Toda la gente en El Salvador dice que hoy estamos peor que en la guerra, es increíble la inseguridad social que hay”, lamenta María.

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