ENTREVISTA: DESAYUNO CON... ABDERRAHMAN AIT

"Jamás volvería a ir en patera"

El País, CARLES GELI, 25-04-2009

Tres veces habrá que insistirle para que tome algo. “Un café solo”. Y ¡zas!, va a buscarlo. Como no le atienden rápido en la barra va a la máquina expendedora. “No, tranquilo”, y se lo paga él. ¿Nada de comer? “No desayuno más que un café; al mediodía, normal, con postres y mi cafetito, y por la noche poca cosa porque si no no duermo”. Un atracón: no hace ni seis años, en un día ingería sólo pan y té o cinco dátiles y otros tantos tapones de agua.

Apenas hay atrezo en este paraíso de cuerpos moldeados en chándal que es el bar del Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat del Vallès (Barcelona), asepsia de máquinas de pastas controladas por dietistas. “He sufrido mucho”, repite Abderrahman Ait Kamouch (Mellab, Marruecos, 1986). Su vida, un sprint: pueblo de miseria; caída en un pozo y rotura de muñeca; ungüento de huevo y harina; gangrena; amputación del brazo derecho (“en España aún lo tendría”); 10 kilómetros hasta la escuela (“iba corriendo”); recolección de dátiles para cuatro chavos (“subía sólo a las palmeras gruesas”); mafia; patera: tres intentos; llegada a Fuerteventura a la cuarta; detención; papeles falsos; Barcelona (“por los juegos”); contactos con el atletismo; nacionalización; Pekín 2008, dos medallas: 800 y 1.500 metros.

Todo lo cuenta, con ayuda de Manuel Franco, en El ángel del ala partida (Now Books), repaso al elástico concepto de la suerte. “Claro que existe: la tuve al salir vivo cuatro veces de una patera; pero la buena suerte se busca, con trabajo e ideas claras”. Parece tenerlas este joven enjuto cuya experiencia (“la vida me regaló la madurez de pequeño”) le hace constatar que hay pocas “almas blancas”. “En Marruecos, quizá en el sur: la gente aún se ayuda; en el norte, imposible: la evolución del ser humano nos hace peores”.

Bebe a sucintos sorbos. Dará uno antes de soltar que el peor momento de su vida fue el de la cuarta patera: “Estás como en una bolsa negra y el agua helada te cae encima; no ves nada, no sabes dónde estás… Sí, estás vivo pero estás muerto”. El solo recuerdo le lleva a asegurar: “Jamás volvería a hacerlo; no vale la pena”. ¿Eso dice el becado por los dioses olímpicos? “Sí, me quedaría ahí apreciando lo que se tiene, no haciendo grandes problemas de los pequeños ni queriendo más de todo”. Pero es fácil ser tentado: “El factor que más engaña es ver cómo viven los que vuelven, que parecen reyes, o los turistas, ángeles felices”.

Miran unas chicas de pelo mojado (¿natación, sincro?) a Ait. Llama la atención su chándal con la bandera española. ¿Hay una pizca de desafío? Quizá, porque en el libro, también: entre líneas se huelen irregularidades en la Guardia Civil y racismo en los paralímpicos. “Cuando subí al barco hacia la península, en el control estaban los guardias que me habían detenido dos veces antes; quizá al ir con otras ropas no me reconocieron esa vez…”. ¿Y los compañeros paralímpicos? “No dejo de ser el moro que viene a quitarles el pan”. ¿Qué le da fuerzas para seguir? “Que ahora puedo soñar; no voy a rendirme”. Y a fe que no lo hace: tiene novia española, espera superarse en Londres 2012 y se prepara para el carné de coche y unas oposiciones… a policía nacional. Cae la mirada hacia esa manga que, en el fragor de la charla, a veces aletea deseando seguir a su par completa. “Sí, me falta un brazo; nadie, nunca, tiene la vida asegurada”.

Huelga decir quién recoge la mesa (“no, no, ya puedo” y otro ¡zas!). Paso acelerado (“debo volver al entrenamiento: es mi trabajo ahora”) y huida al trote tras disparar un crono con la boca. El ala partida cimbrea.

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