Babou Cham: "No vine en patera, pero sé qué es el rechazo"

El Periodico, NÚRIA NAVARRO, 24-04-2009

- – Obama en la Casa Blanca. Usted en Terra baixa… ¡Qué está pasando!
– – A mí me ha sonreído la diosa Fortuna.

– – La diosa y Hasko Weber.
– – Sí. Un domingo sonó el teléfono de casa y me dijeron que un director alemán quería verme al día siguiente. Me encontré con Hasko y su mirada me transmitió mucha energía. Le dije un trozo de El rei Lear, se comprometió en llamar y, antes de entrar en el metro, de vuelta a casa, vino tras de mí y me dijo: “Yo quiero que tú seas Manelic”.

– – Meterse en Manelic es entrar en el tarro de las esencias.
– – No quiero pensar en todos los grandes que han hecho antes este papel… Demasiado peso sobre mi alma… De algún modo me ayuda trabajar con Hasko, quien, pese a ser muy respetuoso con el texto de Guimerà, toma la suficiente distancia.

– – Hablando de distancia… Su historia empieza en Bakau, Gambia.
– – Crecí en una familia de carpinteros, aunque originariamente eran herreros… Mi padre tenía la inquietud de viajar. Cuando yo tenía tres años, partió rumbo a Inglaterra y se quedó en Mataró. Luego trajo a mi madre y a dos hermanos. Y otros tres nacieron aquí. Yo vine a los 14 años.

– – ¿Once años sin ver a su familia?
– – Sí. Me criaron la madre de mi padrino, la madre de mi padre… Un montón de abuelas… Mi sueño era reunirme con mi familia biológica. Quería verlos, visitar a un tío en Dinamarca y volver. Pero aprendí la lengua con mis hermanos y, un año después, pude entrar en el instituto.

– – ¿Había hecho algo de teatro infantil en África?
– – Me recuerdo haciendo una obra didáctica consistente en explicar enfermedades como la malaria de forma teatralizada. Ya aquí, en primero de BUP, hacía ver que no sabía hablar catalán ni castellano cuando llegaba un profe nuevo, ja, ja.

– – No necesitó del método Stanislavski, vaya.
– – No. Quien estaba interesado en el teatro era mi hermano Lamin, que hizo Els negres, de Jean Genet, en Mataró y más tarde se formó con Josep Maria Flotats, interviniendo en obras como el El dret d’escollir y Lorenzaccio. Yo trabajaba en un proyecto de educación e integración para niños de padres inmigrantes de la Secretaria General de Joventut, un día sustituí a Lamin en un papel semiamateur y aquí estoy.

– – Ventajas de hablar catalán.
– – Nadie me obligó a hablarlo. Yo creo que la lengua es un vehículo muy importante para llegar a las emociones. Está en mi carácter intentar aprenderlas… Estuve un par de años en Suecia y también procuré hablar sueco.

– – ¿Se siente cómodo en Catalunya?
– – Uno puede estar bien si encuentra trabajo, un lugar para vivir y se saluda con los vecinos. Pero el patrón de integración…

– – No se corte, no.
– – ¿Qué es integración? A menudo se tiende a caer en el folclore, en aspectos superficiales de la cultura. Por ejemplo, si me tomara la libertad de ir vestido de gambiano, para según quien sería falta de integración.

– – Seguramente.
– – Yo no llegué en patera, sino en avión, pero sé qué es el rechazo. Hay gente que te lo demuestra todos los días, y tienes que aprender a vivir con eso.

– – A vivir con el desdén…
– – Estamos en una época en la que muchos rozan la paranoia. Dicen que la inmigración es “un problema”, se quejan de que “esto está lleno de moros y de negros”, pero no han convivido con ninguno. Yo creo que es un error hablar de inmigración en general. Hay personas distintas con realidades distintas.

– – ¿El teatro sirve para cambiar mentalidades?
– – No sabría decirle… Mi relación con el teatro es muy personal. Para mí es un juego muy serio. Creo que el actor juega con lo que tiene: su cuerpo, sus emociones, sus ideas. A mí el teatro me hace viajar, confrontarme con mis limitaciones y con mis potencialidades.

– – Elogian su presencia escénica.
– – Creo que en el escenario tengo fuerza, que sé dominarla. Pero mi punto débil es la voz. Los nervios a veces me salen por ahí.

– – La tele es otra cosa.
– – La tele es distinta, sí. Son distintos los arquetipos que maneja.

– – Le ha introducido en miles de hogares.
– – Bueno… Algunos me reconocen y me saludan.

– – Pues sáqueles de dudas: ¿se casa o no con Clara, la pediatra?
– – ¡Ah! ¡Habrá que esperar a ver qué dicen los dioses!

– – ¿Cree usted en dioses?
– – A los amigos les digo que soy animista… Me gusta pensar que estoy acompañado, que he venido a parar aquí por alguna razón.

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