Fiasco diplomático

La Verdad, 21-04-2009

El escándalo que está marcando la cumbre de Naciones Unidas contra el racismo constituye un fracaso de la diplomacia que debería haber desplegado la organización dirigida por Ban Ki – moon para evitar que la conferencia encallara en los mismos problemas que ensombrecieron la celebrada hace ya ocho años en Durban. Era cuando menos una temeridad que se permitiera intervenir al presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, cuyo discurso negacionista del Holocausto le ha convertido en un dirigente detestable a ojos de Israel. Las críticas de Ban Ki – moon al gobierno israelí y países como EE UU, Alemania o Italia por negarse a acudir a la cita en Ginebra ante el riesgo de que ésta desembocara en expresiones de antisemitismo perdieron ayer cualquier justificación al escuchar la intervención del líder iraní, quien vinculó al Estado hebreo y al sionismo en general con el racismo, al tiempo que censuró la complicidad de las potencias mundiales y de la propia ONU en los ataques que sufren los palestinos. El boicot con que fueron saludadas sus palabras por los representantes de la UE, divididos en los previos a la cumbre, resultó tan predecible como el hecho de que los resultados de la reunión volverán a quedar solapados, al igual que en 2001, por la controversia. La cual se ha antepuesto a problemas ineludibles como el del rebrote que está sufriendo la xenofobia en el mundo por efecto de las penurias derivadas de la crisis.

Los responsables de la ONU se han esforzado en subrayar las cesiones que habrían realizado los estados árabes para hacer asumible el borrador de declaración final de la conferencia, tras el precedente de Durban en el que los reunidos manifestaron su preocupación por la situación en Palestina provocando el malestar de Israel y EE UU. Pero desde la condena que puedan provocar intervenciones militares como la protagonizada hace cuatro meses por el Gobierno de Tel Aviv sobre Gaza, constituye una desproporción injusta situar en el mismo terreno de los agravios la negativa a condenar el drama en la Franja que la negación del Holocausto, máxime cuando éste sigue sujeto a periódicos e intolerables intentos revisionistas. La complejidad de una cumbre como la de Ginebra, especialmente cuando se aspiraba a avanzar en un terreno tan sensible, requería de una mayor habilidad diplomática para impedir que la misma no acabara transformada en campo propicio para la expresión de los mismos odios que se quieren erradicar.

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