Tierra a la vista

El taco como divisa

Deia, Xabi Larrañaga, 24-03-2009

he leído que EITB ha puesto en marcha un programa en el que los inmigrantes hablan sobre sus nuevos vecinos, o sea nosotros. Y que en la serie documental, de nombre Un lugar extraño, una tal Elizabeth Pavón ha confesado que se asustó al percatarse de que los vascos se cagan con profusión en dios. La mujer es venezolana y vive en Portugalete, pero podría ser chilena, residir en Amorebieta y expresar una estupefacción similar. Y es que uno de los rasgos distintivos, casi hecho diferencial, que nos define es el abuso de las palabras y expresiones malsonantes.

El paisanaje ateo y creyente se cisca en el Altísimo y en el santoral, y lo hace en un atasco junto al Max – Center y camino de misa si pisa un zurullo. Quienes hemos enseñado idiomas conocemos de sobra la dificultad de transcribir y traducir perlas autóctonas del nivel de Kabenzotz! Hemos normalizado y vulgarizado tanto el taco que ha perdido su vigor original. Lo hemos expuesto al sol cotidiano como una botella de refresco abandonada, de modo que ya carece de chispa, color y fuerza. Excita muy poco.

En cualquier país el novelista pone en boca de un personaje la escueta frase “¡Menudo cabronazo!”, dirigida a otro personaje, y no hace falta subrayar que está enfadado. Por estos pagos, en cambio, debe añadir un matiz explicativo, pues lo mismo soltamos el exabrupto para insultar al árbitro que pita un penalti y para felicitar al portero que lo detiene. Si en el txoko recibimos a un amigo gritándole “¡con dos cojones!”, puede ser porque ha traído la mejor merluza del mercado o porque llega tarde y con las manos vacías. Depende, todo depende. Yo me quedo con el apunte del escritor peruano Fernando Ampuero, que oyó esta sublime teoría en una calle de Lima: “Llámalo cuestión de valores. Una cosa es ser un hijo de puta y otra un conchasumadre”. Más claro, agua.

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