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La inmigración

La Voz de Galicia, 15-03-2009

La policía estadounidense de la frontera con México tiene menos trabajo. La crisis trajo una palpable reducción del número de los que tratan de cruzarla ilegalmente. Llegar al paro ilegal en un país extranjero no es halagüeño. Sería interesante conocer el alcance que nuestra profunda recesión y paro, el doble que en Estados Unidos, han tenido en nuestra inmigración. Hay aspectos en que el paralelismo del fenómeno migratorio en los dos países es chocante. Estados Unidos y España son dos naciones prósperas situadas a las puertas de un continente con un nivel de vida muy inferior.

En el gigante estadounidense se estima que hay más de doce millones de ilegales, una población mayor que la de Portugal. Son predominantemente hispanos y más de la mitad de la cifra total proceden de México. También allí hubo una regularización en el lejano 1986, que se presentó como un compromiso: se amnistiaba, legalizándolos, a numerosos emigrantes, pero se reforzaban las medidas contra la inmigración ilegal. La ejecución del plan fue desequilibrada, llegó la regularización pero no se actuó con firmeza en lo segundo, se reforzó la policía, pero no se persiguió debidamente a los empleadores, que alegan que sin los ilegales muchos sectores de la economía se desplomarían.

Los adversarios de la inmigración ilegal han razonado que esto es una tomadura de pelo y han encontrado argumentos para oponerse a una reciente legalización que propugnaba Bush. El ex presidente y otros políticos pretendían dar la oportunidad de legalizarse a cualquier inmigrante que llevara en el país más de cinco años, pagara una multa de 2.000 dólares y los impuestos correspondientes al dinero ganado en Estados Unidos, pero en el 2007 la medida fue derrotada en el Senado.

La cuestión, con Obama concentrado en las medidas económicas, está aparcada por ahora. En las decisiones de los políticos incide el peso creciente de la población hispana regularizada, proclive a la permisividad, y cuyo voto ha inclinado la balanza a favor de los demócratas en varios estados. Otro asunto es la asimilación. En EE.UU., el melting pot, el crisol que lo digiere todo, sigue funcionando razonablemente a pesar de que haya voces que apunten que la inmigración mexicana acabará quebrantando la identidad de Estados Unidos en California, Nuevo México o Tejas.

En España, este tema, con un importante porcentaje de islámicos, es diferente. En contra de lo que se cree, una parte considerable de los jóvenes argelinos, o incluso marroquíes, que llegan a nuestras costas no carecen de empleo y formación en su país. El 65% de inmigrantes dispuestos a pagar 3.000 euros por llegar a España tienen un empleo y un 30% han estado en la universidad. Su ansia de marcharse no es solo económica, es el desencanto, es el deseo de vivir en una sociedad más abierta. A pesar de su mente más formada y abierta, ¿podemos asimilar a estas personas como lo hace Estados Unidos?

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