Diversidad educativa, más que palabras

Diario de Navarra, TOMÁS YERRO VILLANUEVA ES CATEDRÁTICO DEL INSTITUTO PLAZA DE LA CRUZ, 11-03-2009

La escasez de planificación, la descoordinación de las medidas adoptadas y la falta de cintura para establecer y consolidar instrumentos de trabajo adecuados representan, a juicio del autor, los borrones más visibles de la Administración educativa
E L sistema escolar, al menos el público, refleja con exactitud de espejo la diversidad social presente en las familias, la calle y los medios de comunicación. Frente a una escuela con alumnado relativamente uniforme imperante hasta comienzos de los años 90, fecha de implantación de la Ley Orgánica del Sistema Educativo (LOGSE), en colegios e institutos bulle hoy la vida de niños, adolescentes y jóvenes representativos de muy distintas clases sociales, culturas y lenguas. El fenómeno de la inmigración ha penetrado en las aulas con la misma rapidez e intensidad que en el mercado de trabajo y el sistema sanitario. Además, el abanico de motivaciones, intereses y expectativas de los estudiantes se ha ampliado hasta límites inimaginables hace tan sólo una década. Así, es un secreto a voces que en las mismas aulas de la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) suelen convivir muchachos de doce a dieciséis años con una decidida inclinación al estudio junto a otros que llevan varios cursos, de hecho, desconectados de cuanto huela a esfuerzo. Estudiantes respetuosos, responsables y pasivos se ven obligados a convivir con una minoría de condiscípulos carentes del más mínimo sentido de la disciplina y desafiantes de la autoridad del profesor. Sin ir más lejos, que el Departamento de Educación del Gobierno de Navarra cuente en la presente legislatura con un Servicio de Diversidad, Orientación y Multiculturalidad supone todo un síntoma de los nuevos desafíos sociales a los que tienen que enfrentarse los poderes públicos.

La Administración educativa está tratando de responder a las demandas sociales mencionadas con la mejor voluntad, pero no siempre con el debido acierto. La escasez de planificación, la descoordinación de las medidas adoptadas y la falta de cintura administrativa para establecer y consolidar instrumentos de trabajo – personales y materiales – adecuados representan sus borrones más visibles. Para comprobarlos, de momento basta con fijar la mirada en el Programa de Inmersión Lingüística de Alumnos Extranjeros (PILE) y el Programa de Refuerzo y Apoyo (PROA).

Los beneficiarios del PILE son alumnos extranjeros con lengua materna distinta del castellano. En Navarra abundan los procedentes de países del Este de Europa (Rusia, Bulgaria, Rumanía.), África y China. Antes de cursar los estudios ordinarios de ESO y Bachillerato, asisten durante varios meses a unas clases de aprendizaje de español. Sus profesores no necesariamente poseen un perfil profesional definido, como parece exigir la delicada función que desempeñan. Los hay con experiencia y autoformación en la enseñanza de español para extranjeros, con reciclaje específico y, en el peor de los casos, con poca experiencia y escasa preparación. Ante la negativa de los veteranos, a veces las clases del PILE se confían al profesor novato. No todos estos profesores, ni mucho menos, pertenecen a las plantillas de los centros donde trabajan: los hay en situación administrativa de funcionarios en prácticas, interinos y contratados. El próximo curso se verán forzados a cambiar de centro para empezar de cero impartiendo vaya usted a saber qué asignaturas. Y, al mismo tiempo, otros profesores se estrenarán en el PILE.

Un panorama análogo se observa en el PROA, cuyos alumnos, en número reducido, suelen presentar conductas denominadas “disruptivas” por los psicólogos. Es decir, comportamientos muy desafiantes, indisciplinados y hasta violentos. A pesar de llevar varios años de rodaje, el Departamento de Educación no ha definido un perfil específico de profesor del PROA. Salta a la vista que no se puede hacer cargo de este alumnado tan singular el último profesor llegado al instituto, sino un docente muy cualificado – hombre o mujer, qué más da – que reúna una serie de características personales y profesionales muy especiales. De entrada, el sentido común indica que tendría que ser un profesor con un alto grado de motivación para ejercer su labor: su desarrollo podría convertirse, por qué no, en un reto profesional y aun personal. Contar con un notable nivel de autoestima y seguridad personal parece requisito imprescindible. Asimismo, debería poseer, cómo no, un alto grado de autoridad, empatía y habilidades sociales.

Lo cierto es que, por fortuna, entre los profesores hay mirlos blancos aptos para el PROA y para el PILE, no siempre bien aprovechados. Por ello, las preguntas que me hago son las siguientes: ¿Por qué el Departamento de Educación no elabora un listado riguroso de profesores con perfiles apropiados para el PILE y PROA y cuenta con sus servicios? ¿Por qué no flexibiliza la normativa – por ejemplo, de concursos de traslados y comisiones de servicio – para lograr que algunos excelentes profesores en activo de estos programas permanezcan en sus puestos de trabajo durante un tiempo razonable? ¿Por qué se habla tanto y se invierten tantos recursos en programas de Calidad de la Educación y se olvida que una de las condiciones fundamentales de la verdadera calidad reside en la continuidad de los equipos de profesores?

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