Vidas reconstruidas desde la nostalgia

Moussa, Anka y Dila llegaron desde Senegal, Rumanía y Portugal a los pequeños pueblos vascos que demandaban mano de obra para seguir con su crecimiento económico. Hoy son unos vecinos más de Ondarroa, Areatza y Baños.

Deia, 10-03-2009

V IVEN con la nostalgia a sus espaldas, como cualquiera que se ve forzado a hacer las maletas en busca de una vida mejor, pero en Euskadi han encontrado un lugar en el que progresar y un futuro. Por ello, ni Anka, ni Moussa ni Dila se plantean el regreso a sus países. Areatza, Ondarroa y Baños de Ebro son ahora su hogar.

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Anka, de Rumanía

Anka aterrizó en Areatza hace seis años, dos después de que su marido, profesor de francés en Transilvania, decidiera emigrar. “Cuando llegué estuve seis meses sin trabajar, luego entré en un restaurante para fregar platos”, recuerda Anka, que pasó unos primeros meses muy duros. “Al principio íbamos de un sitio para otro, no sabíamos hablar y la gente no nos entendía; muchas noches no dormía pensando cómo decir una cosa u otra”, explica la mujer, para quien las cosas empezaron a cambiar cuando se trajo a su hija.

Por aquel entonces empezó a trabajar en la carnicería donde sigue a día de hoy, y mejoró su español tratando de hacer más fácil la adaptación de la pequeña recién llegada. “Aprendí a leer y escribir con mi hija, porque no sabía nada de castellano. Con el pequeño Larousse le ayudaba a hacer los deberes y así aprendí yo también”, explica Anka, que se siente feliz en Areatza, pero después de haber puesto “mucho esfuerzo y mucho empeño, eso sí es verdad, porque hemos tenido nuestros momentos bajos”.

Las cosas fueron mejorando con el traslado de Artea a Areatza (“trabajar de cara al público te ayuda a integrarte”), con la llegada de la hermana de Anka y con el nacimiento de Amaia, su hija pequeña, que ya tiene cuatro años. “La mayor tiene trece, cursa 2º de la ESO en Igorre y habla euskera perfectamente, la gente ni sabe que es rumana”, explica. Así, la familia está integrada en el pueblo, y los que les miran “un poco así por ser de fuera” son los menos, pero los Cárpatos siguen apareciendo cada día en la mente de Anka. “Ya nos hemos organizado la vida aquí, pero tengo nostalgia de mi país, si pudiera iría mañana mismo. Lo que pasa es que la hija pequeña no conoce Rumanía, la mayor no ha vuelto desde que llegó de allí, y aquí ya tienen su grupo de amigas”, concluye.

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Moussa, de Senegal

Fue un auténtico pionero. Apareció por Ondarroa en 1989, después de trabajar durante siete años en Andalucía y Canarias. Moussa Thior ni siquiera intuyó que construiría su futuro en un pequeño pueblo de la costa vasca hasta que empezó a faenar en el Itsastxori. “Allí tenía un amigo que vivía en San Sebastián y me explicó un poquito sobre el país. Decidí venirme”, recuerda.

Cuando en 1989 llegó a la costa vizcaína conoció a su mujer y tuvo con ella un chico y una chica, ondarrutarras de pura cepa. “Aquí estuve en la pesca un año, fueron tiempos duros. Luego hice la formación de soldadura en Langai, y me saqué el título”, explica Moussa, que recuerda la llegada masiva de compatriotas, desde 2000, como algo extraño y a la vez gratificante. “Cuando yo vine era muy difícil salir de África, había que pasar por muchos países. De repente ves que la gente llega tan fácil y alucinas un poquito, te sientes arropado por ellos, estás bien y tienes cosas que echabas de menos”, explica el portavoz de los senegaleses de Ondarroa, que se basó en su propia experiencia para ayudar a los demás. “Los nuevos vinieron directamente, no habían pasado por otros países para poder entender la cultura, la forma de ser de los demás. Por eso formamos la asociación, para orientar a nuestra gente y que se integren poco a poco”, señala Moussa.

En esa integración la mar ha sido determinante, pues es el nexo común entre dos culturas tan diferentes. “La mayoría de la gente que ha venido se dedica a la pesca en Senegal, es gente de costa, y aunque hay muchas diferencias, se sienten acogidos”, explica Moussa, y eso que al igual que les ocurre a los nativos, los senegaleses cada vez tienden menos a embarcarse. “Hoy en día algunos chavales han venido con carrera y, aunque otros no han acabado la escuela y llegan sin salidas, han acabado el oficio que no terminaron en Senegal y han buscado su oportunidad en tierra”, señala.

Esa tendencia a dejar la mar se ha visto favorecida por la expansión de la comunidad senegalesa por toda la comarca de Lea – Artibai. “Como aquí estaba difícil el tema de los pisos, muchos se han instalado en Markina, Mutriku, y hasta Lekeitio y Durango. Toda esa gente estaba antes aquí, en Ondarroa”, explica.

Para sus compatriotas recién llegados, un sencillo consejo: “Lo único que tienes que hacer aquí es dedicarte a tu trabajo, respetar a los demás, e intentar comprender la cultura de la gente”. La inmensa mayoría lo ha logrado.

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Dila, de Portugal

Llegó hace ocho años a Baños de Ebro y decidió quedarse, pues en la localidad riojano alavesa podía desempeñar la misma labor que en su país natal y ganar un buen sueldo. Dila, más bien parca en palabras, afirma que mantiene una buena relación con los vecinos de Baños, aunque ella y su familia suelen salir por Logroño, donde también hacen la compra de la semana.

La trabajadora forma parte de la cuadrilla de Antonio, un empresario que intermedia entre los propietarios de los viñedos y los trabajadores del campo, las dos patas fundamentales sin las que los crianzas de Rioja Alavesa no llegarían a las mesas de todo el mundo.

Dila tiene dos hijos, uno que trabaja con ella en el campo, y otra chica que sale a los viñedos junto a la hermana de esta trabajadora, aunque ahora “están de vacaciones”. Los dos hijos de Dila llegaron ya crecidos a la Rioja Alavesa y, desde entonces, apenas vuelven por Navidad, aunque no echan demasiado de menos su país, pues están “contentos en la localidad”. Prácticamente toda la familia Gonzalves se ha instalado en Baños, ya que los sobrinos de Dila también están en el pueblo, cómo no, para trabajar en el campo.

“Aprendí español ayudando a mi hija a hacer los deberes con el ‘pequeño Larousse’”, recuerda Anka

“Algunos chavales han acabado el oficio que no terminaron en Senegal y buscan su oportunidad en tierra”, dice Moussa

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