Incitación al odio

ABC, EDURNE URIARTE, 16-02-2009

Hay que ver lo perturbada que está la definición de la incitación al odio en Europa. Al menos en Gran Bretaña. Que yo sepa, en ese país nunca han impedido la entrada a los batasunos, a los que sostienen los crímenes de ETA, tampoco a la inmensa mayoría de los fundamentalistas islámicos. Por supuesto, jamás a ningún furibundo detractor del catolicismo o del protestantismo, por muy extremista que sea.

Pero sí se la han impedido el jueves pasado al político holandés Geert Wilders. Por su rechazo al Islam. No me gusta Wilders, critico la manera en que mezcla y confunde el radicalismo con todo el Islam, rechazo sus propuestas de restricción de la inmigración musulmana. Pero este tipo no apoya el crimen. Ni lo sostiene. En el peor de los casos, sus ideas son equiparables a las de miles y miles de anticatólicos españoles. Y, sin embargo, a lo suyo lo llaman incitación al odio los del Gobierno británico.

No sé si porque Gordon Brown «es el mayor cobarde de Europa», como ha denunciado Wilders. Lo que el propio ministro de Exteriores, David Miliband, ha venido a sostener afirmando que las leyes de su país no dan libertad para incitar al odio religioso. Cuando a este político, estoy segura, jamás se le ha pasado por la cabeza aplicar la misma consideración a los detractores del cristianismo.

Ni mucho menos, por supuesto, a políticos como Alí Lariyaní, el presidente del Parlamento iraní, que estuvo en Madrid tres días antes que Wilders en el aeropuerto de Londres y se negó a saludar y dar la mano a las diputadas Ana Pastor y Teresa Cunillera. La que se hubiera montado si llegan a ser negros. O musulmanes, y Lariyaní, pongamos que Geert Wilders.

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