En las afueras del monstruo

Los inmigrantes centroamericanos recorren México de sur a norte jugándose la vida en los trenes de mercancías

Público, SERGIO RODRÍGUEZ, 10-02-2009

Con tan sólo sus mochilas al hombro, cientos de inmigrantes aguardan apesadumbrados el paso del tren por esta localidad en el cinturón industrial de la Ciudad de México.

En pleno centro de México, Tultitlán se ha convertido en el lugar más conocido y concurrido para los inmigrantes centroamericanos que, junto a muchos mexicanos, intentarán subir a un tren de mercancías en marcha para llegar al norte del país. El trayecto, bajando y subiendo de distintos trenes, puede durar meses. El tren, de extremo a extremo del país, contando sus múltiples ramificaciones, suele llevar a unos 1.500 trabajadores indocumentados al día, según cuentan los propios polizones.

El lugar para cazar al tren se ha ido desplazando hacia el norte debido al crecimiento de la mancha urbana de la Ciudad de México. Si antes fue la estación de Lechería el lugar de concentración de inmigrantes por excelencia, hoy es bajo un puente próximo a la parada del tren de cercanías de Tultitlán. Algunos caminan hasta Huehuetoca, unos 40 kilómetros más adelante. Según cálculos de la Casa del Migrante de Tultitlán, diariamente en distintos puntos de este municipio, intentan subir al tren de mercancías al menos 400 personas.

Algunos no lo logran. Reunidos en pequeños grupos, la mayoría provienen de Honduras, cuentan las historias de su viaje que los ha traído hasta el monstruo, a los suburbios de Ciudad de México, donde los peligros para ellos se acrecientan.

Un hondureño llega muy agitado a reunirse con un grupo de paisanos suyos a quienes había perdido en la víspera. Atropellando las palabras les cuenta que a su paso por Apizaco, Tlaxcala (al este de la Ciudad de México), unos agentes de Policía obligaron a varios de sus compañeros a tirarse del tren en marcha. A otros los rociaron con gases pimienta. Un conocido que venía en su grupo murió tras caer del tren cuando los policías le perseguían.
Compañera constante

La muerte para los inmigrantes indocumentados, es compañera constante a lo largo del viaje. Sin embargo, no existen datos precisos. Sin papeles, sin familiares que reclamen el cuerpo, los cadáveres son sepultados en fosas comunes. Las familias de los muertos no suelen conocer lo sucedido.

Hace apenas unos meses, una caravana de familiares de hondureños desaparecidos recorrió estas regiones del norte de la Ciudad de México en búsqueda de los suyos. En sus cuentas hay más de 600 inmigrantes hondureños desaparecidos en México. Pero como dice un trabajador de la Casa del Migrante en Tultitlán, “muchos tristemente deben estar ya muertos”, aunque “la esperanza nunca se pierde”. La convivencia con la muerte se hace cotidiana y forma parte de las historias de vida de estos hombres y mujeres.

Un guardia del tren de carga en Tultitlán dice que los accidentes ocurren todo el tiempo: “Por estar cansados y hambrientos, se quedan dormidos sobre las vías; aquí hemos recogido a muchos que los partió el tren”.

En la región de Tultitlán, los secuestros a indocumentados son algo cotidiano. Alfredo, de El Salvador, cuenta cómo se fraguan estos secuestros: “Vas caminando ahí por las vías, y sale gente y te invitan a que pases la noche ahí en sus casas, parecen buena gente, y uno que anda cansado, desesperado, acepta. Pero ya que estás en la casa, no te dejan salir hasta que llames a tus familiares y depositen un dinero… así me pasó a mí, y a muchos que conozco”.

Pero también reciben ayuda solidaria. Laura, también de Honduras, dice que el viaje ha cambiado su percepción sobre los mexicanos: “Yo pensé que los mexicanos no querían a los hondureños, que había discriminación, pero en estos 20 días de camino, muchas señoras nos han dado de comer, nos han dado ropa. Hay que ir con cuidado, pero hay también gente buena”.
Tráfico de personas

Por la mañana, los inmigrantes reunidos bajo un puente en Tultitlán se muestran intranquilos. Hablan entre ellos con apenas susurros. Cuatro hombres están aislados del grupo principal y observan cada movimiento. Al paso de las horas, los cuatro hombres toman sus pertenencias y se retiran; los inmigrantes se relajan y nos comentan en voz baja: “Son los zetas. Andan armados”.

Los zetas, grupo armado formado inicialmente por ex militares mexicanos, y que trabajan para cárteles de narcotráfico, han extendido su influencia a gran parte de Centroamérica y ahora han ampliado el negocio al tráfico de personas. Estos zetas en Tultitlán son hondureños y “traían dos vagones con 180 personas”. A estas personas las “engancharon” apenas al salir de Honduras; les dicen que el pago será el equivalente de 5.000 pesos mexicanos (unos 270 euros) y luego, ya en el trayecto, les obligan a pagar hasta el doble, amenazándolos de muerte.

Se trata de un primer intento por “organizar” el tráfico de personas desde Honduras. Como no existían grandes redes de coyotes o polleros (las dos formas con las que se conoce a los enganchadores de trabajadores indocumentados) en Honduras, los inmigrantes de esa nacionalidad viajan más dispersos, más sueltos y por eso parecen mayoría a lo largo del recorrido. Con la incursión de los zetas el panorama puede cambiar.

Reacios a las fotografías, los sin papeles están, sin embargo, dispuestos a contar sus historias “para que sean denuncias, para que esto ya no pase, para que se vea cómo sufre un inmigrante sin papeles”, dice Carlos, quien lleva más de un mes de viaje.
Sobornos

Hay guardias en el tren. Los inmigrantes van y hablan con ellos, a veces les piden 10 pesos (50 céntimos de euro), a veces 100, para dejarlos pasar a que se “acomoden” en vagones que están próximos a salir. Así no tendrán que coger el tren “al vuelo”, y así, tal vez, lleguen “con bien” a su destino.

En Tultitlán se reencuentran grupos de inmigrantes que se habían dispersado. “Es que uno viaja solo, los otros ya tienen coyote y van en grupo, pero los hondureños vamos solos. Solos salimos, solos regresaremos, o solos nos morimos” cuenta Wilbert.

Los inmigrantes se pierden entre los vagones. La adrenalina pone a todos en alerta. Ya se oye el pitido de la máquina.

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