Antes y ahora

Diario Sur, AUXILIADORA JIMÉNEZ ZAFRA, 10-02-2009

DEFINITIVAMENTE son malos tiempos para el mercado de trabajo en nuestra provincia. El número de desempleados y desempleadas en Málaga durante el pasado 2008 aumentó en un 10,46%, y son ya 183.600 personas las que no disponen de lo que todos consideramos como algo básico no sólo para vivir, sino para proporcionarnos un lugar en una sociedad cada vez más competitiva: un puesto de trabajo.

Malagueños y malagueñas que, independientemente de sus condiciones particulares, se encuentran unidos por la necesidad angustiosa de hallar un nuevo medio de vida, una nueva ocupación que les permita dejar de ser una estadística, y los devuelva al ya hoy casi selecto club de aquellos/as que disponen de un salario al final del mes. Y sin embargo, y pese a esta coincidencia básica, el deseo de encontrar un nuevo empleo, existen diferencias. Porque no es lo mismo si eres mujer, o joven, o mayor de 45 años, o una persona con discapacidad, o extranjero/a.

Así, en estos casos, las posibilidades de recolocación disminuyen, porque el perfil del trabajador en nuestro país sigue siendo el de un hombre joven, sin discapacidad, entre 30 y 45 años, y la lucha contra los prejuicios y los estereotipos hacen más difícil un proceso ya de por sí complejo. Y si, junto a ello, eres además extranjero o extranjera, deberás enfrentarte al recelo, o al abierto rechazo, de aquellos y aquellas que nunca dejaron de considerarte un extraño, alguien ajeno, por más años que lleves en España, o por más que tus hijos/as nacieran aquí o sean españoles/as.

Da lo mismo. En realidad, nunca terminamos de aceptarlos/as, o de entenderlos/as. Y quizás pudiera alegarse que tampoco ellos/as a nosotros/as. Puede. Pero queramos o no, nos guste o no, forman ya parte de nuestra sociedad, son, con nosotros y nosotras, esta sociedad.

Lo cierto es que el desempleo se ceba especialmente entre el colectivo inmigrante, que sus tasas de paro sufren un incremento interanual de casi 20 puntos sobre la media general de la provincia, y que si hasta ahora estaban asentados laboralmente en aquellas colocaciones que exigían menor cualificación y que podían considerarse nichos de empleabilidad (construcción para ellos, servicio doméstico para ellas), donde además las condiciones laborales son lógicamente peores, en estos instantes la situación ha sufrido un considerable empeoramiento. Como para el conjunto de la población, sí, pero es que esa es la clave: forman parte de la población, sólo que además se encuentran en una posición que en numerosas ocasiones los hace ser mucho más vulnerables.

Y al final, se pone el acento en ellos/as. En los que vienen de fuera a disputarnos el empleo. Y no es así. Lo sabemos. Ese es el gran triunfo de una cierta clase empresarial y/o política, de aquellos y aquellas que aprovechan una situación de crisis y de recesión para generar más precariedad, para acabar con condiciones laborales, con derechos muy duramente conquistados por todos los trabajadores y trabajadoras a lo largo de los años. Porque a veces, termina resultando bastante más fácil culpar al marroquí, o al argentino, o al boliviano, que vino de fuera y que no es ‘de los nuestros’, que a un modelo productivo basado muchas ocasiones en la especulación y en el dinero fácil, en la pura codicia disfrazada de legítimo beneficio empresarial, y a quienes nos vendieron e impusieron ese modelo.

Porque ese es el problema. Durante años hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades. En un sistema productivo que en nuestra provincia se ha basado casi con exclusividad en el ladrillo, en el crecimiento prácticamente desorbitado del sector de la construcción y en las empresas de una forma u otra a él vinculadas, aun cuando sabíamos que no era sostenible. Y entonces sí, entonces necesitábamos mano de obra extranjera, porque existían ocupaciones que, mal remuneradas en su mayoría o mal consideradas, no deseábamos desempeñar nosotros o nosotras, había ofertas mejores. Y además, la inmigración nos venía bien: arreglaba nuestros bajos índices demográficos, subían las cotizaciones a nuestra Seguridad Social, y, en ocasiones, ayudaba a mantener en un determinado nivel los costes salariales (pese a lo que digan, nunca hubo tantos inmigrantes irregulares en España como durante los gobiernos del Partido Popular, ni nunca hubo tantos empresarios que ilegítimamente se beneficiaron de ello).

Pero ahora el panorama ha cambiado. Y aquellos y aquellas que en este tiempo han formado parte de nuestra cotidianeidad, quienes se trajeron a sus familias, compraron o alquilaron viviendas, o escolarizaron a sus hijos/as, ya no parecen necesarios. Ahora se han convertido en competidores, y el discurso xenófobo comienza a surtir efecto en algunos ambientes. Es el espejo de nuestra propia hipocresía. Y la victoria de aquellos que poco a poco van consiguiendo que la vieja aspiración de unidad entre todos los trabajadores y trabajadoras para conseguir un trabajo decente, más allá de origen, raza o condición, siga siendo hoy, todavía, una quimera.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)