Va de negros

La Verdad, MANUEL MARÍA MESEGUER, 29-01-2009

Este país no ha sido tradicionalmente lugar de asiento para las gentes de raza negra. Lo más oscuro de piel que se paseaba por la España de Franco eran los componentes de su guardia mora, algún opositor guineano a la dictadura de Macías, el boxeador Pepe Legrá y algún diplomático que otro. Pero pocas eran las embajadas africanas con sede en Madrid. Quizás uno de los que más se dejaron ver y terminó cosechando las alabanzas de las fuerzas políticas españolas fue Terence Todman, negro de absoluta negritud, pero estadounidense por los cuatro costados. Todman anduvo en todas las salsas de la transición, puesto que llegó a España en julio de 1978 con el gobierno de Suárez y se marchó en el mismo mes de 1983, en los primeros pasos del gobierno de Felipe González.

En aquellos tiempos la opción a la palabra negro era llamarlos «de color», aunque ciertamente los de color éramos nosotros que podemos pasar del gris cetrino al rojo alcohólico y ellos son de piel negra hacia el marrón. Y eso fue así hasta que se descubrió lo de subsahariano (como si no hubiera norteafricanos de tez negra) para los procedentes del continente vecino, o afroamericanos para los norteamericanos, pese a que la esclavitud africana tocó América de norte a sur. Durante la Colonia y años después había mercado de esclavos en Argentina y Uruguay. Luego desaparecieron como por ensalmo. Cuando viví por aquellos pagos, de nuevo el único negro que se podía ver en la calle y en las reuniones de sociedad era precisamente el embajador estadounidense Terence Todman.

Hace unos días me encontraba descargando el carrito de un supermercado en Madrid y soportando estoicamente las arremetidas del subsahariano que pretendía quedarse con carro y moneda a cambio de un ejemplar de La Farola. En esto que acertó a pasar por allí un negro treintañero como de metro ochenta, vestido de Armani y rodeado por cuatro guardaespaldas. Debía de tratarse de un embajador o un ministro africano porque caminaba como si todo cuanto terreno tenía por delante fuera suyo. Me miró primero y luego al subsahariano que me limosneaba y afloró en su rostro un rictus de desprecio que por la rapidez de la escena no llegué a saber a cuál de los dos iba dirigido, aunque a su paisano de continente se le escapó un exabrupto.

Los españoles hemos alardeado sin tasa de nuestra ausencia de racismo, precisamente porque fuera de la dominación árabe de hace siglos y la presencia gitana en el sur aquí no asomaba la cara ni dios, si no era para pasar de Algeciras a Francia en un suspiro. Ha bastado que se produjera la gran inmigración magrebí, latinoamericana y subsahariana para que en nuestras ciudades comenzaran a formarse los guetos y los apartijos que ya se habían dado antes en las ciudades francesas, británicas, alemanas y austriacas, aunque sin la virulencia del brutal racismo que durante centurias se señoreó de gran parte de los Estados Unidos. La presencia en nuestros pueblos y ciudades de atuendos y costumbres ajenos a nuestra cultura ha bastado para que menudearan las voces de intransigencia. Aunque puede que esta nueva situación de multiculturalidad permita apreciar mejor el salto cualitativo de la sociedad estadounidense, instalada en la tesitura de elegir primero entre una mujer y un afroamericano, y entre un héroe de Vietnam y ese mismo afroamericano con nombres y apellidos árabes después. No han elegido solo al primer presidente negro de Estados Unidos, sino al primer gobernante de raza negra de la comunidad occidental (Rusia, Arabia, Irán, China y Japón incluidos) La vieja y culta Europa asiste atónita a la lección de democracia y madurez de su antigua colonia. Ahora todos los gobernantes quieren imitar a Obama y piden fuerza y sacrificios en sus discursos. Y todos los pueblos quieren tener un obama. Aunque según Luis María Anson, nada sospechoso de veleidades izquierdistas, España ya tuvo uno en 1982, porque pocos gobernantes generaron tales niveles de esperanza y de entusiasmo colectivo como el que suscitó el joven y carismático político sevillano Felipe González en la sociedad de entonces. Hasta ahí las semejanzas.

m.meseguer@telefonica.es

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